Turquía acosa con bombardeos y persecusiones a los kurdos, ya sea en Iraq, Siria o la propia Turquía, mientras el gobierno regional de Kurdistán mantiene el silencio.
Por Leandro Albani
El bombardeo indiscriminado de un territorio para destruir a los pueblos que conviven en él. Esa parece ser la premisa del gobierno del presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Y esa premisa fue confirmada el pasado 15 de junio, cuando el gobierno de Ankara ordenó un bombardeo masivo contra Bashur (Kurdistán iraquí, norte de Irak), que apuntó contra el campo de refugiados de Makhmur –donde viven 15.000 personas, que en su mayoría escaparon de la persecución en Turquía en la década de 1990–, la región yezidí de Shengal –una de las más golpeadas por el Estado Islámico (ISIS) en 2014–, y las montañas de Qandil –donde las Fuerzas de Defensa Popular (HPG), uno de los brazos armados del Movimiento de Liberación de Kurdistán, tienen sus bases.
Pocas horas después, Turquía redobló los ataques aéreos y desplegó tropas en la zona de Heftanin, en la frontera. Ante esto, la respuestas de las HPG no se hizo esperar y hasta hoy los combates persisten entre las fuerzas invasoras y la guerrilla. Según la información brindada por la insurgencia, decenas de soldados turcos fueron abatidos y al menos cinco guerrilleros fueron asesinados.
Los bombardeos de Turquía contra Bashur no son algo nuevo. En los últimos años, la aviación turca realiza ataques periódicos contra la región, frente al silencio de Estados Unidos, Rusia, el gobierno central de Bagdad y el Gobierno Regional de Kurdistán (GRK), surgido luego de la invasión estadounidense en 2003 y controlado por el Partido Democrático de Kurdistán (PDK), controlado por la burguesía kurda.
El plan trazado por el gobierno de Erdogan para el pueblo kurdo es claro, aunque pueda sonar exagerado: su exterminio total (en especial sus organizaciones de resistencia) y la anexión por la fuerza de los territorios que habitan. Tanto en Bashur como en Rojava (Kurdistán sirio), Turquía controla porciones territoriales, que fueron ocupadas ilegalmente por fuerzas militares regulares o grupos mercenarios. En el caso de Rojava, esa ocupación se aplica en el cantón kurdo de Afrin, desde 2018, y en la una franja de unos 150 kilómetros entre las ciudades de Serekaniye y Gire Sipe. En esas zonas, la metodología desplegada por el Estado turco es simple: bombardeos aéreos masivos, la posterior ocupación a través de grupos mercenarios aliados, la expulsión forzada de la población originaria, el robo y el secuestro sistemáticos de bienes personas y recursos naturales, el secuestro de personas (por las cuales piden rescates millonarios), la opresión sistemática de las mujeres, el envío de funcionarios turcos que imponen en las instituciones administrativas, y la anexión de facto de los territorios ocupados.
Los ataques actuales de Turquía contra Bashur y Rojava se combinan con la fuerte represión interna en Bakur (Kurdistán turco, sudeste del país). El blanco del gobierno es el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas originales), que reúne a los kurdos y a sectores de la izquierda y el progresismo, como también a las minorías étnicas. Desde hace varios años, el HDP es golpeado de forma permanente por Erdogan. En los últimos meses, el gobierno recrudeció las intervenciones de los municipios gobernados por el HDP, encarcelando a los co-alcaldes kurdos y reemplazándolos por funcionarios de Ankara.
Por su parte, en las últimas semanas el régimen de Irán lanzó una ofensiva militar contra las Unidades de Defensa del Kurdistán Oriental (Yekîneyên Parastina Rojhilata Kurdistan, YRK), al mismo tiempo que Turquía bombardeaba Bashur.
El 23 de junio pasado, Turquía bombardeó los alrededor de la localidad de Kobane, en Rojava, asesinando a Zehra Berkel, Hebûn Mele Xelîl y Amina Waysî, integrantes del Kongreya Star, la principal organización de mujeres del norte y el este de Siria. La eliminación de mujeres kurdas, en su mayoría vinculadas al proceso de cambio social y resistencia en todo Kurdistán, es una de las mayores obsesiones de Erdogan.
El miércoles, el Kongreya Star envió una carta al secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres y a los miembros del Consejo de Seguridad del organismo, en la cual denunció la situación crítica que viven las mujeres debido a la invasión turca. En el texto, desde la organización remarcaron: “Hemos estado sufriendo, continuamente y más que nunca, los crímenes del gobierno del Estado turco y de aquellos leales y apoyados por él. Estos crímenes se siguen perpetuando incluso después de los llamamientos hechos por la mayoría de las instituciones internacionales para un alto el fuego general en el mundo. Estos llamamientos se aplican especialmente en las zonas de conflicto activo para hacer frente a la propagación del coronavirus. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), por su parte, han aceptado estos llamamientos”.
En tanto, la Unión de Comunidades de Kurdistán (KCK) difundió una declaración el domingo pasado en la que denunció que el gobierno de Erdogan busca “ocupar el territorio del Imperio Otomano y ponerlo bajo su dominio”. “Los ataques de su ejército contra Siria, Irak y Libia también amenazan a todos los demás países árabes –agregó la principal organización del Movimiento de Liberación de Kurdistán-. La ambición de ocupar otros países, heredados de los otomanos y su dominación, se ha convertido en el carácter fundamental de la política estatal turca”. Desde la KCK alertaron que donde Turquía ocupa territorios, “levanta la bandera, establece escuelas turcas y organiza la policía y las fuerzas de seguridad bajo su mando. En Siria, incluso está introduciendo su propia moneda, preparando así el terreno para la anexión. La máscara islámica y las proclamaciones de una supuesta lucha contra el terrorismo están destinadas a ocultar los ataques destinados a la ocupación y la anexión”.
Con esta nueva avanzada militar de Turquía, queda en evidencia que, más allá de diferencias o matices, los estados que ocupan las cuatro partes de Kurdistán siempre llegan a un acuerdo a la hora de castigar al pueblo kurdo. En este caso, cuentan también con la bendición de Estados Unidos (que mantiene un férreo control del espacio aéreo iraquí) y de Rusia (que mantiene ese control en los cielos de Siria). El otro gran aliado de Turquía y sus aliados es el silencio internacional. Los ataques a Bashur apenas tuvieron la condena de la Liga Árabe y declaraciones de repudio –bastante “formales”- del gobierno de Bagdad y del GRK.
Desde que se inició la operación turca “Garra de Águila” contra Bashur, miles de personas en todo Kurdistán y en Europa se encuentran movilizadas para denunciar los ataques, el asesinato de civiles y los intentos de ocupación de Ankara. Para los kurdos y las kurdas, como bien lo saben, la resistencia no sólo se traduce en sus fuerzas guerrilleras, sino en una solidaridad que crece día a día, aunque los grandes medios de comunicación se nieguen a transmitirla.