Por Rubén Von der Thüsen, actor.
Soy de la segunda mitad de la década del 60; podría decirse que soy de mediados del siglo pasado. Crecí en ese mundo binario donde cada cual debía ocupar en forma irremediable el rol pautado por el acta de nacimiento: varón - mujer. Una marca, un sello, un estigma que arrastraba -y aún arrastra- una concatenación de hechos esperables según una mirada patriarcal y biologicista de la existencia en sociedad. Entre esos “hechos esperables” se encumbraba la formalización del amor -siempre con alguien del sexo opuesto- por medio de un acto civil denominado matrimonio.
Este ritual donde el amor se vuelve demostración hacia terceros fue alimentado en su forma heteronormativa desde todos los lugares posibles: los cuentos de hadas, príncipes y princesas, las canciones de amor, la gráfica, el cine y todas las expresiones culturales que nos erigen como mundo (con claras excepciones). Y pongo el foco en las artes porque es desde allí desde donde creo que podemos modificar y derrumbar construcciones osificadas.
Hace veinte años atrás hubiese sido, no imposible pero sí complejo, representar la obra teatral “El Jardín de los Cerezos. Suite para cuatro personajes” (texto y dirección de Edgardo Dib, basada en el clásico de Antón Chejov) ambientada a finales del siglo XIX, con una pareja homosexual que protagoniza la posibilidad de casarse, no solo por amor, sino también por cuestiones legales para salvar las tierras familiares de una subasta -hablamos aquí de construcciones sociales y derechos civiles-.
Yéndonos aún más lejos en el tiempo, compositores como Frank Domínguez o Ernesto Lecuona tuvieron que esconder en las letras de sus boleros al verdadero depositario de su amor: “Tú me acostumbraste”, del primero, y “Siboney”, del segundo, que versa “…Siboney de mis sueños / te espero con ansia en mi caney / porque tú eres el dueño de mi amor, Siboney…”.
Lo cierto es que este hito en la historia de cualquier ser humano -hito apropiado por las iglesias- ha sido punto de discriminación a lo largo de toda una vida y, sin dudas, de desventajas a la hora de ejercer derechos. Este 15 de julio de 2020 podemos estar celebrando que las cosas han cambiado. Si bien el camino a recorrer es aún largo y lleno de obstáculos, hemos avanzado, y mucho.
Por otra parte, no olvidemos que una ley no cambia la forma de pensar de las personas, pero sí posibilita el ejercicio de derechos. Aún hoy, en muchas familias, el rol de cualquier integrante LGBTIQ, en una ceremonia de matrimonio se limita a: el tío solterón, la tía extraña, el peluquero de la novia, el diseñador del vestido, el decorador del salón de fiestas, o el/la pariente que se “disfraza” del sexo opuesto; pero nunca ocuparán dentro del seno de esa familia el rol protagónico del novio, la novia. Léase además, en estos roles, que la discriminación hacia la mujer lesbiana, bisexual, es aún mayor por el sólo hecho de ser mujer.
En verdad lo importante es que el avance en la conquista de derechos, derechos que no afectan en forma negativa a nadie y que posibilitan la vida a muchos, es una ola que no se detiene ni se detendrá. Hoy la civilización se dirime entre los que queremos derechos civiles igualitarios para todes y los que avasallan la vida de los demás imponiendo una única forma de vivir y leer la vida, atropellando a todo aquel que no se ajuste a esa estructura binaria, que nada tiene de ejercicio de pensamiento y sí todo de dogma.
Por todo esto hoy es un día para celebrar, para salir a la calle -virtualmente, pandemia mediante- a hacer sentir nuestras voces; para alegrarnos de nuestras conquistas y no bajar los brazos por las conquistas que vienen: aborto legal, seguro y gratuito; implementación efectiva de la ESI en todas las escuelas del país; cupos reales en las dependencias del Estado para las mujeres y hombres trans; cupos reales para las artistas en eventos culturales solventados por el Estado. El listado es interminable pero eso no debe amedrentarnos.
Alguien dijo alguna vez “donde existe una necesidad nace un derecho”. En lo personal, si bien aún no he utilizado el derecho que tengo para casarme, y quizás no lo haga nunca, el solo hecho de saber que mi país me otorga legalmente esa posibilidad me hace respirar más tranquilo y querer tener los pies posados sobre esta tierra, sobre esta Argentina. ¡Brindo por la conquista de más derechos!