Por Emmanuel Theumer
Activista marica-feminista, docente e investigador de la Universidad Nacional del Litoral
Durante los meses de junio y julio de 2010 el conflicto por el reconocimiento del “matrimonio igualitario” alcanzó una polarización sociosexual pocas veces vistas en Argentina. Su posibilidad de aprobación parlamentaria había precipitado una acelerada organización por parte del conservadurismo religioso a nivel nacional. Decían defender “la” familia y mantener intacto un “origen natural” cuya artificialidad social estaba expuesta por la propia movilización. Decían defender la firmeza de un pasado a través de una tradición heterosexual puesta en juego. Se creían autoridades morales para hablar en nombres de “el niño” para así garantizar los términos de un futuro heterocentrado ahora en disputa. Cuando propusimos matrimonio, nos ofrecieron unión civil, la misma que habían “cajoneado” hacia 2005 en Santa Fe, y un enérgico rechazo al derecho a la adopción.
Este fue el clima en el que se desarrolló, a principios de julio, una movilización afirmativa por el derecho al “matrimonio igualitario” en Santa Fe. Impulsada desde las redes sociales, se trataba de una contra-marcha, una contra-movilización a la que por entonces habían convocado las iglesias, concentrando todos sus recursos en el reclutamientos de una causa agitada desde el pánico moral. Lxs autoconvocadxs por el “matrimonio igualitario” nos reunimos en la histórica Plaza 25 de Mayo, promediábamos los 25 años y con toda la furia llegábamos a unas 100 personas de variadas orientaciones sexuales e identidades de género. “Queremos los mismos derechos, con los mismos nombres”, “nuestras familias diversas ya existen” fueron algunas de las respuestas que activistas, mejor entrenadxs retóricamente, ofrecían a una prensa curiosa. Destacaba la bandera del arco iris pero predominaba un silencio, un silencio que tenemos que aprender a leer políticamente pues nos informa del peso de una presencia, de un deseo de expresar nuestras existencias reuniéndonos en ese acto de micro-resistencia local.
En una plaza aledaña, conocida como la de “Las tres culturas”, los representantes de la heterosexualidad forzada se habían congregado. Eran unos 5000, según reportes de la prensa local, y desfilaron - uno por uno- delante de nosotrxs. Se atribuían cierta exclusividad: la de totalizar el espacio y la palabra pública, la de adjudicarse el derecho a habitar la ciudad, las casas y las camas bajo sus términos. Tengo grabada la imagen de sus pancartas, “Queremos mamá y papá”, sostenidas con una mirada arrogante. Un mundo hecho para ellos. Arrancaban mis veinte y aún no tenía los marcos cognitivos suficientes para comprender bien a lo que nos enfrentábamos. Pero sabía que mi propia ignorancia era efecto del régimen de verdad heterosexual. El matrimonio no me interesaba, estaba allí exigiendo mi derecho a no casarme. Éramos una comunidad afectiva ante una columna de 5000 soldadxs de la fe que nos preferían muertas o, en el mejor de los casos, objeto de corrección y hostigamiento sexual. Éramos una minoría numérica trastocando poderosos significantes y empujando los márgenes de la democracia sexual.
Este fuerte contraste entre las convocatorias podría ofrecerse como una fotografía de la sociedad santafesina en un contexto de efervescencia social. Y allí estábamos: negando la negación de nuestras existencias, un histórico gesto que caracteriza a los movimientos de disidencia sexual y de género. Haciendo florecer una posibilidad en medio de virulentos debates. ¿Nos imaginábamos que la apropiación subversiva del matrimonio, reclamarlo como una institución para todxs, podría generar semejante crispación heterosexista? Tal vez. ¿Nos sabíamos incomodxs reclamando una institución que reacomodaba jerárquicamente vínculos sexoafectivos muy diversos? Lo más probable es que sí. ¿Nos entregábamos a una nueva regulación de la sexualidad por parte del Estado? No exclusivamente. Creo que lxs allí reunidxs entendíamos que estaba en juego algo más que el derecho a la sociedad conyugal, que viejos sedimentos culturales sobre los que se había levantado la ciudadanía, la nación e incluso la especie se estaban movilizando. ¿Cómo hacer frente a todo esto?
Lxs activistas, alrededor del país, dieron un vuelco radical cuando desplazaron la protesta de un “matrimonio gay-lésbico” por la de un “matrimonio igualitario”. Aquí la fuerza de la igualdad desarticuló buena parte de los discursos opositores al reclamar que el derecho al matrimonio debía ser para todxs, pudiendo inscribirse en una demanda popular. Bajo este paraguas, el matrimonio no debía ser un patrimonio exclusivo para heteros pero tampoco un reclamo exclusivamente de gays y lesbianas, sino un derecho disponible para todo el pueblo. Esta táctica maestra inscribió la protesta, sospechada por izquierdas y derechas, en el campo de lo popular. Lo propio facilitó una mejor aceptación social y una destreza política que reubicaba los debates parlamentarios. La pareja gay-lésbicas y las familias diversas fueron alojadas en el pueblo y con ello encontraron mejores resortes para amortiguar la afrenta opositora.
Volviendo a nuestro escenario: la movilización conservadora siguió su camino y entregó un petitorio en oficinas estatales. Nosotrxs nos volvimos en ranchada por la peatonal céntrica hasta desmigajarnos. No fue la única acción de protesta, pero pocas veces participé de una convocatoria cercada por un odio organizado y también movilizado políticamente.
En la madrugada del 15 de julio de 2010 el Senado de Argentina aprobó la reforma conocida como “matrimonio igualitario”. Afuera, en la Plaza de los Congresos y en diversos nodos geográficos, una multitud se fundía en un abrazo capaz de mitigar la fría noche de patologización, criminalización y eyección social. La noche del tratamiento parlamentario no junté el dinero para viajar a Buenos Aires pero seguí la transmisión en directo junto a amigues. A mi amigo puto lo gastaba: “ahora podes casarte con tu chongo”. Su hermana, lesbiana, llamó por teléfono a su madre y le dijo: “ahora tu hija tiene los mismos derechos que vos”. Un docente me escribió al instante por Facebook, me expresó que si esta ley hubiese existido tiempo atrás hubiese podido adoptar en pareja y hoy tendría una hija. No tenía palabras, el momento era el de una ruptura y reorganización sociosexual. Lo que también este profesor me advertía es que una nueva posibilidad de vida se abría para mí.
Que una nueva posibilidad de vida se abría para todxs nosotrxs.