“Negro de mierda”, gritaron los jóvenes asesinos de Fernando Báez Sosa después de matarlo a trompadas en Villa Gesell, en enero de este año. “Negro rastrero”, le decía el comisario a Luciano Arruga, quien desapareció en Lomas del Mirador hace casi doce años cuando tenía 16.
María nos cuenta sobre los maltratos que recibió por parte de la policía en Bv. Zavalla y Gral. López, a los poquitos días del inicio del aislamiento social obligatorio. Recuerda insultos y empujones porque quería “salir del barrio” a comprarle un medicamento a su hija en la farmacia de la avenida. ¿Las fuerzas de seguridad actúan siempre de la misma forma? No. Cuando Gustavo Nardelli, directivo de la empresa Vicentín, salió a pasear en yate por el Paraná, vimos por los noticieros que la policía lo acompañó amablemente a su casa. Así funcionan, entre otras tantas formas, los privilegios en Argentina. Los ejemplos sobran y no hay que irse demasiado lejos para encontrarlos, son parte de nuestra vida cotidiana.
Alejandro, entrevistado en barrio San Lorenzo por su hermano Agustín, dice que la discriminación por ser un joven de barrio se siente: “cuando salís al centro, salís a un parque... te miran la vestimenta, el tono al hablar”. “Te ven y se cruzan de vereda... por las dudas, yo qué sé”, nos cuenta también Jesús.
Al igual que en Estados Unidos, donde estas semanas se desataron protestas ante el asesinato de un afrodescediente, el racismo en nuestro país se edifica sobre las huellas y las heridas de las relaciones de esclavitud que marcaron nuestra historia. Pero además de referir a los descendientes de africanos esclavizados, en Argentina cuando decimos “negro” o “negra” en forma despectiva, también nos referimos a miembros de pueblos originarios, a personas de tez oscura o “marrón”, a residentes de barrios populares o simplemente a una persona que consideramos pobre (¡o más pobre que nosotros!). El negro es, además, choriplanero: vago, mantenido, que necesita de órdenes claras. Es que el odio racial es también odio de clase.
Santa Fe también es afro y resiste
En el suroeste santafesino tenemos un gran privilegio: en barrio Roma, cerca del punto de encuentro entre los barrios Santa Rosa de Lima, Villa del Parque y Villa Oculta, funciona la Casa de la Cultura Indo Afro Americana, que toma el nombre de uno de los fundadores: “Mario Luis López”. Su lideraza, Lucía Dominga Molina Sandez, alias “la Luci”, se presenta como una afroargentina del tronco colonial, como “mujer negra, orgullosa, militante y reivindicadora del pasado africano”. Nos abre las puertas de la Casa, que es también su casa, un lugar que abraza la historia pero también la recrea, como toda experiencia de cultura y memoria. Compartimos una charla rodeadas de una biblioteca, en la que entre tantos tesoros se encuentran libros de investigaciones en los que participó y también sus poemas, que nos convida un poquito recitando de memoria y otro poquito mediante una lectura generosa*.
Además de escritora, la Luci es una radialista apasionada y ama bailar, actividades que realiza siempre como herramientas en la lucha por la reparación histórica y visibilización del pueblo afrodescendiente. Como sabe que es un tema que nos gusta, charlamos sobre el carnaval y nos cuenta acerca de la importancia que ha tenido para la reafirmación de la identidad afrodescendiente. Su papá participó de la agrupación carnavalesca “Negros santafesinos”, que entre 1900 y 1950 estuvo dirigida por el Negro Arigós. Le interesa destacar la labor de Doña Leopoldina, quien “a quienes tenían el cutis claro los pintaba de negro, haciendo honor al color”. De grande, cuando se encontró con su historia, Lucía se animó al canto y buscó recrear y difundir el baile del candombe del litoral. “Ahora acompaño como mamá vieja en las presentaciones en El Birri”, sonrié con complicidad refiriendo a sus desfiles junto a la agrupación Cambá Nambí en el tradicional desfile de General López.
(*) Publicada en la edición Nº 2 de “El Papelón”, del Centro Cultural y Social El Birri