Por Celeste Caudana
Lesbiana, feminista, no monogámica, médica psicoanalista
Me interesa el debate que cuestiona que las familias formadas por personas casadas tengan derechos especiales no disponibles para las otras formas de familia. Las juristas lesbianas Nancy Polikoff y Ruthann Robson acercan ideas que a mí me permitieron pensar muchas cosas acerca de mi vida como lesbiana, feminista y no monogámica.
Muchas personas LGBT -y algunas heterosexuales- apostamos a formas de hacer familia que no encajan en el modelo de matrimonio talle único. Parejas -es decir, dos personas con un compromiso basado en la afinidad sexual- no casadas, relaciones no monogámicas -más de dos personas con vínculos basados en la afinidad sexual-, familias monoparentales o multiparentales, familias extensas o agrupamientos de personas basados en una afinidad no sexual ni filiatoria (amigxs, ex parejas).
No se cuestiona el deseo de algunas personas, heterosexuales o LGTB, de casarse por el significado espiritual, religioso o cultural que el matrimonio tenga en sus vidas. Lo que se cuestiona es un orden social donde el Estado otorga a las personas casadas beneficios legales únicos y exclusivos y no brinda soluciones a las necesidades que todas las familias tienen de bienestar económico, reconocimiento legal y tranquilidad mental. Se cuestiona el matrimonio como institución política y su naturalización. Robson lo llama “matrimonio obligatorio” haciendo un paralelismo con la categoría de “heterosexualidad obligatoria” de Rich que en su ensayo de 1980 analiza a ésta como algo impuesto, propagado y sostenido por la fuerza a la vez que presentada como preferencia sexual natural de la mayoría de las mujeres.
Entre las fuerzas que imponen, propagan y sostienen por la fuerza al matrimonio podemos enumerar los privilegios económicos (todas las medidas por las que el Estado da ventajas económicas a las personas casadas haciendo del matrimonio la elección económicamente más ventajosa en una economía capitalista), todos los incentivos y puniciones legales y todas las coacciones sociales para buscar en el matrimonio la solución única y privilegiada a muchos problemas producidos por el mismo régimen. Creo que el ejemplo más doloroso y habitual para muchas personas LGBT sea la opción del matrimonio como forma de escapar de la injerencia legal de las familias de origen, quienes pese a ser los núcleos centrales de propagación de las violencias homolesbotransfóbicas, son considerados de partida las personas indicadas para tomar decisiones sobre nuestra salud, nuestros hijos e hijas, nuestra economía.
Acuerdo con Robson en que es simplista e ingenuo pensar que la existencia del matrimonio no obliga a nadie a casarse. Las personas que tenemos otras configuraciones vinculares somos permanentemente interpeladas y nuestro desamparo legal es desestimado por nuestra negativa al matrimonio. Necesitamos soluciones legales a las necesidades de todas las familias, lo que Polikoff llama “estrategia de valoración de todas las familias”.
Robson tiene un texto divino que se llama “Mamás generalmente monógamas”. Como ella, yo también me pregunto en este punto: ¿Qué pasa con las historias personales de las mamás generalmente monógamas? ¿Qué pasa con su estatus? ¿Qué pasa con el mío? ¿Debo divulgar algunos datos personales que quizás refuercen o que quizás socaven mi posición teórica? ¿Cuáles datos la reforzarían y cuáles la socavarían? Escribo este texto a pocas horas del nacimiento de mi hija. La otra madre de mi hija no es mi pareja. Fuimos pareja hace muchos años, y desde entonces es el vínculo de amor más estable que tengo en mi vida. Yo voy a estar en el nacimiento de mi hija, seguramente porque todo el equipo de salud da por sentado que somos pareja y eso legitima nuestro vínculo y eleva el estatus de nuestra maternidad. Eso implica que la pareja de la madre de mi hija no va a poder acompañarla después de la cesárea ni hasta que salgamos del sanatorio.También implica que mi pareja no pueda conseguir un permiso interprovincial para venir a estar conmigo en este momento tan importante para todas nosotras. Ni mi pareja ni la madre de mi hija pueden tomar legalmente decisiones sobre mi salud si yo estoy imposibilitada para hacerlo, por más que sean las dos personas que más me conocen en el mundo. La ideología monogamista y el matrimonio obligatorio, que es su soporte institucional, nos fuerzan todo el tiempo a tomar decisiones que prioricen alguno de nuestros vínculos desamparando a todos los demás. Y a todos los vínculos no mediados por el matrimonio o la filiación directamente los excluye, no importa lo significativos que sean para la vida de muchísimas personas.
Muchxs de nosotrxs no queremos igualdad, y eso genera malestar en muchas personas heterosexuales que están acostumbradas a que su vida sea tomada como la norma. Queremos libertad, queremos vivir nuestras vidas en nuestros propios términos sin pagar costos altísimos por eso. Queremos construir el mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones y que, más aún, creemos que es posible. Y necesario.
Orgullo, aprendizaje y admiración. Te quiero, Tilu