Ante la peor crisis de la historia del capitalismo, no se divisan nuevas respuestas apropiadas sino viejas formas reforzadas de seguridad social. Si bien son muchísimo más que nada, parecemos actuar como si estuviese totalmente asegurado un próximo punto final de la pandemia, y nada dice que eso sea así.
En Estados Unidos se produjo una demanda de seguros de desempleo jamás vista, en todo el mundo las caídas económicas rondan el 9%. La emisión monetaria vuela en todo Europa, donde no se duda ni un segundo en nacionalizar empresas en crisis. Todo de golpe patas para arriba, en muy pocos días. Y la única diferencia entre los países que aplicaron cuarentenas rígidas y los que no es la cantidad de muertos, no la crisis económica.
Pero el punto no es la mayor o menor efectividad de las estrategias para enfrentar el virus, sino las características de un fenómeno nuevo en la historia humana: la parálisis simultánea y global de la actividad en un mundo regulado de forma prácticamente unánime por la distribución capitalista de los ingresos por vía salarial, donde la dinámica continua de la circulación de mercancías explica la acumulación de riquezas y el sostenimiento de las desigualdades.
Desde comienzos de año, en Argentina desde marzo, la pandemia parece ser abordada como si se tratara de una situación transitoria. No somos la excepción entre todas las naciones. Seguramente, la pandemia pasará, pero el segundo semestre no se ve ni remotamente cerca y, sin embargo, parecemos actuar como si la luz al final del túnel estuviese acá nomás. La verdad, no todos los virus tienen vacuna ni tampoco todos los virus mutan a versiones menos malignas. Parecemos actuar como si esas posibilidades no fueran tales.
Con la pandemia perdieron su trabajo registrado casi 320 mil personas
En el parate mundial, ¿cómo evitar que todo estalle? Nuestra sociedad salarial no siempre existió tal como hoy la conocemos, sus características actuales tienen apenas un siglo (acaso algunas pocas décadas, si se considera el efecto la inserción de la mujer en el mercado laboral). Antes que nada, es imperativo asumir que las actuales condiciones de existencia –incluso mucho peores– serán la norma durante mucho, demasiado tiempo, y que la sociedad salarial parece haber encontrado sus límites.
La administración masiva de sucedáneos de seguridad social, así sean versiones súper potenciadas como el IFE o el ATP, no frenan un deterioro acelerado de las condiciones de vida cuyo punto de quiebre es también el de la gobernabilidad y, acaso después, el del orden social en sí mismo. Estamos obligados a atravesar la peor crisis de la historia, las viejas herramientas parecen ser inapropiadas, cuando no ineficaces.
Por la pandemia cerraron más pequeñas empresas que en todo 2019
El Estado en una masiva intervención se muestra como el único instrumento posible, el mercado también ha mostrado sus límites desnudos. Y esa intervención necesita ser todavía mucho más que un ingreso universal y que un impuesto a los superricos. La nueva normalidad es el mayor desafío que enfrenta el capitalismo en su historia, en el borde mismo del mayor desafío que enfrentará la humanidad desde que habita en la Tierra: el cambio el climático. Se requieren nuevas formas de producir en un marco adverso, de distribuir los poquísimos ingresos que todavía se están generando y, también, de repartir la enormísima cantidad de riqueza ociosa con la que levantan sus murallas los oligarcas.