Hace poco me preguntaron qué hace la escritura en el cuerpo. Respondí algo así como que imprime ritmos, pide energía y tiempo, y yo debo administrarlos para poder vivir. Si quiero escribir, como madre y compañera, pongo a orbitar planetas en casa. Algunos dan vueltas en sordina, otros a media voz, otros a todo lo que da. Depende del día puedo leer y escribir más o menos.
Cuando era chica iba a leer a bibliotecas públicas. En mi casa había mucho ruido, mis abuelos eran modista y zapatero. Iba a la Pedagógica, que no era muy silenciosa porque siempre estaba llena de adolescentes en grupo que consultaban libros para sus tareas. Por razones de sonido familiar y ambiente de biblioteca, tengo esta práctica de lectura: leo en susurro.
Me gusta ese fondo de sonido. Pienso que las bibliotecas tienen algo de disolución y reconstrucción. Me vuelvo a ver en la Pedagógica, sentada en la sala central, o andando entre los estantes (ahora ya no se puede) y veo que me limpiaba en esa mojadura de susurro. Se silencia la voz, pero no demasiado como para no escucharse o escuchar a otros que están haciendo lo mismo que uno.
¿Qué gramática construimos en nuestras bibliotecas personales? Pienso que puede ser algo orgánico, no celular, sino artificial. Para una biblioteca, artificio es igual a significado. ¿Para quiénes o para qué vamos armando los estantes? Una de las cosas que más placer me da en la vida es regalar un libro que me cambió. Es difícil saber cómo pasa eso con un libro: hay que remontarse al momento en que lo leímos, de quién lo recibimos, qué nos pasó al leerlo. No sé si hay tantos estados del ser que nos permitan ser mejores, además de la lectura-escritura. ¿El amor, la construcción colectiva, les hijes?
Una cosa que hago con mi biblioteca es pensar que los libros tienen entidad propia, un animismo en el que creo (así como creo que las plantas escuchan o se casan entre ellas por envidia) y entonces los acompaño con objetos para que se hagan amigos: fotos, postales, adornos como la taza de Lorca de Granada que me trajo la mamá de Andrea, una cajita de música que construyó Franco, fotos de mi hijo, la cajita de mi altar mutante.
En cuarentena no ordené ninguna biblioteca, hasta hace quince días. Mi trabajo docente me sustrajo todas las horas de ocio, es un monstruo engullidor con presencia concreta en casa. Fue un acto de combate pinchar ese globo blanco y pixelado que sale de la pantalla para llevarte, y volver a oler y volver a ubicar, encontrarme con los libros que compré y nunca leí, para que me digan qué cosas de mí decido ignorar o qué impulso de aparente sinsentido me llevó a ellos. Logro viral: hice un estante al que llamé libros pandemia. Casi todos son de ciencia ficción.
¿Qué relación hay entre el cuerpo y los libros? La amorosa, la del placer, la de la manía, la del fetiche. Yo volví a leer en la cama en estos meses. Los libros están escritos, pero también hablan. Yo quiero que un libro me hable mientras lo leo en susurros.