Qué bendición el viento norte después de cagarse tanto de frío, parece decir el Flaco mientras acomoda sus pobres huesos entre las raíces de un gomero al costado de la vía. Se duerme escuchando el suave golpeteo de las hojas.
Lo despierta el aleteo de una mariposa amarilla y negra. Rápidamente percibe algunos cambios, la siesta se nubló y hay un hueco oscuro entre las raíces que antes no estaba o no vio. Esto último lo hace dudar si está en el mismo gomero donde se durmió, tuvo antes episodios de sonambulismo o transportación inexplicable y hay varios gomeros en fila.
Cuando suena el chistido, el viento norte se detiene como si hubiera escuchado una orden y el Flaco ya sabe. Esta vez la Solapa usa peluca platinada y un vestido de muñeca abandonada en patio de tierra. En la mano de lana tiene una pipa que parece no apagarse nunca, fuma y hace argollas con el humo. Mira fijo y cruza sus pequeñas piernas. Conserva los borcegos.
El Flaco intenta disimular el sobresalto, saluda con la cabeza y mira de reojo el altar del Gauchito Gil a pocos metros, pidiéndole con todas sus fuerzas que le tire una onda. ¿Todo bien?, pregunta enseguida para romper el silencio y ganar tiempo. La Solapa sigue tirando argollas y mirando fijo.
El Flaco mira las argollas y nota que en su breve trayecto, antes de quedar congeladas en el aire, van mutando sutilmente sus formas hasta hacerse letras. Entonces no sabe si la Porá le leyó el pensamiento o es una casualidad o malentendido pero el cartel de humo es más que claro “vamo ya gil”.
Las letras se agrandan hasta deformarse y desaparecer. La Solapa se para en la raíz más alta y levanta su mano de hierro como para partir el mundo en dos. Al mismo tiempo, el Flaco se para de un salto, “mire, la verdad es que ganas no me faltan, pero antes aclareme si lo de gil es por mí o por el vecino”, dice señalando el santuario y persignándose.
La Solapa suelta varias argollas pero se deshacen enseguida porque la tierra entera empieza a temblar y el Flaco se golpea el pecho con el puño y saluda al Gauchito levantando el pulgar, porque está seguro de que en segundos va a pasar un tren que viene de la nada y con un empujoncito nomás va alcanzar. Pero el temblor se detiene sin tren ni nada y el Flaco que ya no sabe ni para quién está mintiendo, agacha la gorra y rumbea solito para la cueva.
El viento norte vuelve a soplar ahora mucho más fuerte, las velas rojas del gauchito se encienden, las banderas flamean infladas y un millón de flechitas dejan sus plantas para clavarse en la espalda y el vestido sucio de la Solapa que sonríe con todos los dientes que le quedan y por fin larga un agudísimo “Aaajaaaa” que no se sabe si es risa, bostezo o canto.