Por los desmontes y el modelo agroindustrial, las abejas están en peligro. Un pequeño apicultor de Hersilia, departamento San Cristóbal, advierte sobre los riesgos para la salud y la biodiversidad.
Por Juan José Peralta, apicultor de Hersilia
La apicultura en Hersilia sobrevive como puede. Hay menos colmenas que décadas atrás y con rindes promedio que bajaron de 80 a 40 kilos de miel por cada una, a pesar de que se dedica más tiempo e insumos para sostenerlas.
Cuentan los apicultores viejos que antes se cosechaban las colmenas, se curaban y no se las molestaba hasta la siguiente primavera. Ahora, hay que ir más seguido a atenderlas y no sólo se las alimenta con jarabes de azúcar sino que también se le suministran concentrados proteicos y sustitutos de polen. Esto implica mayores gastos: en viajes y por la compra de suplementos que, al igual que en otras producciones de alimentos, son artificiales. Y a pesar de todo eso, se cosecha menos de la mitad de la miel que se obtenía cuando todo se hacía con métodos naturales.
Las abejas están muriendo por el uso de agrotóxicos. Al igual que nos pasa a las personas, podemos ver afecciones agudas y crónicas. Las primeras se observan en apiarios de 40, 50 u 80 colmenas muertas o moribundas por la deriva de los químicos cuando se fumiga. Las segundas, en el deterioro y la baja poblacional en colmenas que no mueren pero sufren la pérdida de sus pecoreadoras (obreras que recolectan el polen), ya sea porque éstas mueren al contacto con flores fumigadas o, según el agrotóxico asperjado, se daña su sistema nervioso central, por lo que pierden la orientación y no pueden regresar a su casa, viajan errantes y mueren.
Aquí, la función de los técnicos es como la de los médicos: minimizar, hablar de multicausalidad o desviar. Así como un changarín rural intoxicado por una fumigación es atendido por una “intoxicación alimentaria”, en las jornadas apícolas se diserta sobre todo menos sobre esta problemática. Las asociaciones apícolas de la región han denunciado en comunicados algunos casos de colmenas muertas por fumigaciones pero en ninguna de ellas se avanzó en otras instancias judiciales. Alegan que es difícil de comprobar.
Con la pandemia se podría pensar que así como bajaron ciertos niveles de contaminación, las colmenas se vieron favorecidas. Pero no es así ya que las fumigaciones rurales continuaron sin cuarentena.
Además del daño por envenenamiento, las colmenas están perjudicadas porque el sistema productivo transformó, desfavorablemente, el paisaje. A las continuas fumigaciones, debemos sumar el desmonte y la pérdida de diversidad de cultivos. Los abejeros viejos decían que gran parte de la colmena es su entorno, de modo que cuando la oferta floral era variada en especies, distribuida en más meses con opciones de néctar, polen y propóleos, encontraba allí su equilibrio. Ahora, nos limitamos a pocas floraciones acotadas en el tiempo, lo que obliga a intentar, infructuosamente, suplantar los aportes de la naturaleza con insumos artificiales.
Por último, al igual que en otras esferas, la opción parece ser escapar. Como en esta región la actividad se complica, algunos optan por llevar las colmenas a Santiago, Tucumán o a las islas del Paraná. Esto, además de ser costoso, se suma al silencio de los apicultores, que es un coadyuvante de los agrotóxicos.
Lógico. La Apicultura que se hace en campo ajeno está expuesta a eso o tener encerradas sus abejas. Entonces Las opción son tenerlas en campo propio o mudarse a zonas donde no compitan con la producción de granos, leche y carne. Simple