El siglo XX tipificó el delito de lesa humanidad. Estados Unidos superó los cinco millones de contagios y las 160 mil muertes por coronavirus, Brasil llegó a los tres millones de contagios y las 100 mil muertes. ¿Qué tipo de delito están cometiendo Trump y Bolsonaro en esta pandemia?
En Estados Unidos y en Brasil somos contemporáneos de un fenómeno político nuevo. Su monstruosidad no es la de los autoritarismos del siglo XX, pero desconocemos cuáles son sus límites y carecemos de los conceptos para delimitar qué tiene que ver lo que está pasando con las corrientes históricas que también nos atraviesan a nosotros mismos, tan preocupados y aterrados, mientras cientos de miles de cuerpos se hacen ceniza de crematorio o se retuercen en fosas comunes, por requisito de la sanidad.
Las dos potencias americanas se exhiben como teocracias. Trump declara terroristas a manifestantes opositores, gasea una plaza y se hace estampita sosteniendo una Biblia; Bolsonaro puebla a la burocracia de militares, incita a la violencia armada popular, invoca al ayuno y la oración… No sólo son teocracias, también son órdenes anarcocapitalistas, fuertemente represivos –por ende, machistas y racistas– y espectaculares en su forma más raquítica. Si en algún tiempo la política se acercó al viejo sistema de estrellas, cuando la pantalla viró a duplicar la vida cotidiana, la política devino en un insoportable reality show sin fin. El habla fascista del ámbito privado finalmente estalló en la escena pública, el líder que vocifera simula ser tan exterior al poder, tan incorrecto, espontáneo y transgresor como tu rancio tío borracho en Navidad: odian exactamente con las mismas palabras.
Quienes más han reflexionado sobre la construcción de consensos racionales y órdenes internacionales basados en un derecho y un electorado común, los alemanes posteriores a Hitler (aplastados por su responsabilidad), ya lo advirtieron en su momento: ojito que un acuerdo social racional y su legitimación electoral en votos puede derivar en la unción de nueva tiranía de jefatura única. ¿Es entonces la democracia lo que está fracasando en las dos principales potencias de América o fue el fracaso de la democracia, de sus promesas, lo que devino en estos liderazgos, de un horror tan fascinante que no los podemos abarcar?
Un fracaso de la democracia frente al mercado desnudo como forma de gobierno de cada rasgo de la vida: la reacción furibunda de los blancos pobres y su melancolía por un sueño de bienestar perdido para siempre explican el voto decisivo de Donald Trump. La larga serie de artimañas jurídicas, parlamentarias y mediáticas que se iniciaron con el impeachment a Dilma Rousseff y tuvieron su punto máximo con la detención y proscripción de Lula Da Silva, también son un fracaso de la democracia: la mentada institucionalidad es un flan barato. Del repudio público a la corrupción, Jair Bolsonaro: literalmente un pariente rancio de Navidad, ese que sí hizo la colimba.
No hay locura en los dos líderes que azotan a la región con el coronavirus, tampoco el problema es su malignidad. Son monstruos en su sentido más preciso: abominables, fuera de las reglas de nuestra comprensión y, también, nuestros. Nos reflejan. Ni locos, ni malignos, tan humanos de este tiempo como nosotros.
Supo también la filosofía alemana unir al nazismo con su supuesto opuesto, la racionalidad liberal, en la costura que los hilvanaba: la astucia utilitaria y la entronización de la verdad científica y técnica como regla de separación de lo normal y lo anormal. Si la metódica fabricación de cadáveres del nazismo fue la pesadilla de la ilusión racionalista, ¿qué pesadilla de qué ilusión son Trump y Bolsonaro? ¿La ilusión de la libre discusión horizontal de Internet y sus redes es hoy la pesadilla de conspiranoicos del 5G, supremacistas blancos, terraplanistas y defensores de la cloroquina?
El marco jurídico de los vencedores del siglo XX –la tipificación del delito de lesa humanidad y del genocidio– ni siquiera fue del todo eficaz para los horrores que anteceden a lo hecho por Estados Unidos y Brasil en esta pandemia. Ambos delitos sirvieron sólo para condenar a derrotados y la mano del Tribunal Penal Internacional nunca atrapó más que a dictadores pobres (y, obviamente, también derrotados). ¿Qué tipo de delito están cometiendo Trump y Bolsonaro en esta pandemia? Si ese delito no existe, habría que inventarlo, pero la pregunta anterior es peor todavía. Si la justicia es de los vencedores, entonces ¿cómo los estamos enfrentando para que ellos no sigan venciendo y devorándose al mundo?