Edición independiente, soberanía digital y el derecho a producir cultura, aun en pandemia.
Cuando leés un texto propio o te subís a un escenario hay algo que se vuelve irreproducible si lo que estás compartiendo es sincero. La pandemia suspendió, por necesidad sanitaria, eso que necesita el teatro, la narración oral, el circo, cualquier interpretación o improvisación. Jorge Dubatti, investigador especializado en teatro y artes, lo define como el convivio: “la reunión de artistas, técnicos y espectadores en una encrucijada territorial y temporal cotidiana”. La experiencia compartida con gente que te quiere o que ni te conoce pero conecta con lo que hacés.
Presentarse frente a otres nunca fue lo mismo que ensayar, grabar o transmitir por streaming, con o sin interacción. Tampoco da igual para muchos talleres que involucran lenguajes artísticos, juego y movimiento. Claro que hay algo que se genera. En ese otro extremo, Dubatti habla del tecnovivio, “la cultura viviente desterritorializada por intermediación tecnológica”, el acontecimiento enlatado. El distanciamiento catapultó a les artistas santafesines hacia el desafío de explorar lo que sucede entre esas dos puntas.
Después de los primeros eventos, ferias, festivales y ciclos cancelados por coronavirus, comenzaron las transmisiones en vivo por redes sociales y las clases por videollamada, entre otras estrategias que se dieron artistas y luego las áreas públicas de cultura y educación. Colectivos como Cultura Autogestiva vienen planteando las necesidades del sector desde el comienzo del aislamiento. Llegado agosto, las salas escénicas nucleadas en una Mesa de Espacios Culturales de Santa Fe piden por la reapuerta.
A la par de los escenarios se montaban las editoriales independientes. Un libro no llega a sus lectores por internet igual que en el puesto de la editorial que lo hizo o lo distribuye colaborativamente; o que en una librería de las buenas, esas que recomiendan lecturas y son un punto de encuentro en la ciudad. Un libro promocionado por Instagram suele ser una imagen, una lectura que puede hacerse ahí mismo, donde ya está publicada, y para comprar el libro hay que dar un paso más.
Un libro es otra cosa, que no necesariamente es mejor, pero incluye el trabajo de sus editores en el diseño del catálogo, la corrección, la selección de una maquetación y una tapa. Tareas de oficio artesanal cuando hablamos de ediciones independientes, desde las que editan plaquetas con costura copta hasta las que trabajan con imprenta.
Según una encuesta realizada por el portal rosarino Suma Política a editoriales independientes santafesinas, el 41% valora como malo el impacto del distanciamiento social motivado por la crisis sanitaria. Más del 27% lo tilda de muy malo. El malestar es económico y también alteró el calendario de nuevas publicaciones: 87% manifestó haber tenido que modificarlo y apenas un 9% pudo mantener la planificación prevista. Como principales factores se nombran el cierre de los canales de venta directa, la digitalización de ferias, los cambios en los comportamientos de les lectores, la dificultad para vender online, así como la disponibilidad de papel y otros materiales.
Corteza Ediciones es una de las editoriales independientes santafesinas consultada. Comandada por Martina Ramírez, Sofía Storani y Gonzalo R. Vega, en el principio de la pandemia sacaron un libro de poesía, “Grayskull”. Lo presentaron con un vivo de Instagram, con transmisiones de Diego Planisich, el autor, desde Avellaneda; Carina Radilov Chirov, Sunchales; Florencia Giusti, Rosario; Victoria Rittiner, Esperanza; y sólo Eme de Melissa y Sofía en Santa Fe, en sus casas. Se amplió el público de manera espacial.
“Lo inesperado fue cómo pudimos sostener una comunidad de manera virtual. Santa Fe no es tan grande y hay mucha gente que lee, escribe, y le gusta, pero no siempre todes vamos a todos lados, somos como un elenco estable. Eso se sostuvo y es interesante porque da cuenta de que somos personas que laburamos por algo en común, la poesía, la literatura local, y nos vamos a encontrar como sea”, celebra Sofía, entrevistada por Pausa.
Ferias para nuevas lecturas
Los espacios de venta directa son una de las necesidades históricas del sector de la edición independiente, con gran crecimiento en el país a partir del post 2001. Como dijimos, las editoriales, fanzines y otras publicaciones hechas en la ciudad van con sus libros a una variedad de ciclos y eventos culturales. Una vez al año, a la Feria del Libro de Santa Fe. Así como los festivales, la Feria puede habilitarle a editoriales independientes y distribuidoras cooperativas llegar a nuestra ciudad con sus catálogos desde otros puntos del país o de Latinoamérica. Pero, ¿qué tiene de feria la Feria del Libro?
“En realidad, es una muestra de qué es lo mejor del libro en Argentina o en el momento, se venden libros que en cualquier otro momento del año se pueden comprar en librerías y como editorial independiente hay muy poco que hacer ahí, por más buena intención o incluso voluntad política que haya desde la organización para tengamos lugar en el espacio y en la grilla”, responde la editora de Corteza. Más allá de que pueda organizarse este año, al aire libre y con las medidas sanitarias correspondientes, Sofía apunta la necesidad de dar una vuelta de tuerca interdisciplinar. “Necesitamos participar de ferias en donde la producción local se diversifique, poniendo a la par la producción de alimentos, de cultura, de diseño, música, etcétera; empezando a pensar los bienes culturales como feriables en un sentido más popular”, puntualiza.
Entre las dificultades para vender en el panorama actual, desde Corteza apuestan a que puede haber otros públicos que no van a la Feria del Libro pero sí van a ferias, a buscar otros productos. Allí pueden surgir acercamientos distintos con los libros, sobre todo con los locales, que junto a su materialidad son producción local de literatura; y con otros bienes culturales.
Volar la mayúscula y el singular, hacer ferias del libro o integrar los libros a distintas ferias también puede abrir el juego de la edición. Incentivar que crezca ese mundo de intercambios que ya existe. “Pareciera que desde el Estado se piensa que la cultura es algo a lo que el pueblo tiene que acceder, o en el peor de los casos consumir, pagando una entrada o comprando productos. Lo que no está mal, porque quienes producen cultura necesitan cobrar por eso, pero no se está poniendo suficiente énfasis en que el derecho a la cultura también es el derecho a producir cultura”, resume Sofía.
Las líneas de financiamiento y fondos para proyectos culturales van en ese sentido, pero no se lo dice en esos términos, agrega Sofía: “como ciudadanes tenemos derecho a producir cultura y poder sostenernos económicamente si es ese nuestro trabajo. Cuanto más se democratice la producción de libros –y el libro digital también es un material, un producto cultural-, menos vamos a depender de consumir los libros que producen los grandes grupos editoriales”.
Más allá del PDF
Entre otras “polémicas” fogoneadas por redes y medios nacionales, en un momento de la pandemia estuvo la de los libros compartidos en PDF a rolete. Fue la oportunidad para dar una conversación fructífera sobre el uso que hacemos de las plataformas y el que ellas hacen de nosostres. Hasta Trump aprendió que las redes no son inocuas, desde la bolaseada que le pegaron les tiktokers en el acto de Tulsa.
Más allá de si está bien o mal bajarte un libro en vez de comprarlo, cuando Facebook tiene un grupo al que se pueden subir libros en PDF no gana quien escribe, quien edita ni quien lee, sólo gana la plataforma. La pregunta en serio es la de la soberanía digital. Así como hay editoriales que cobran por editar a sus autores -acá en Santa Fe como en todas partes- esa relación extrañada entre escribir y pagar se replica en las redes digitales y es mucho más invisible. Sofía lo sintetiza: “producimos contenido para plataformas que se benefician teniendo cada vez más usuarios, que nos dan una estructura para ese contenido y una lógica de interacción, qué podemos hacer y qué no, y no nos pagan. Terminamos pagando Internet, o un teléfono, para poder trabajar”.
Es obvio que el PDF permite la lectura para quienes no pueden pagar el libro en papel y sí pueden descargar en el dispositivo adecuado, pero es un formato recauchutado para la pantalla. La interacción con el libro en papel es física y para proyectos editoriales como el de Corteza es una elección vital encontrarse cara a cara entre las personas que editan y las que leemos. La propuesta estética de lo artesanal siempre fue su motivación.
“Hay mucho potencial para pensar los libros digitales, explotar una interfaz virtual para la lectura de poesía por ejemplo que te permita linkear a música, imágenes, es un camino a explorar. El desafío es pensar el libro digital, ahora que estuvimos mucho tiempo encerrades sin poder salir a vender nuestros libros, nos dedicamos a pensarlo a fondo. ¿Cómo hacemos que el libro en papel que queremos seguir haciendo sea sostenible?”, se preguntan Sofía y sus compañeres.
Recomendadas
Para colaborar con las editoriales y vencer el algoritmo que nos recomienda siempre el mismo poemita, qué mejor que repasar otros libros nacidos en los últimos meses. De Analía Giordanino salieron dos: “Estampitas” (poesía, Baltasara) y “Fantasmas” (cuentos, Contramar). Llegó también la primera novela de Ariel Aguirre, “Gayo y Wada” (Conejos), cuyos protagonistas comparten pensión y poderes bizarros y se aventuran en misteriosas pruebas para jugar en Colón. Por su parte, Cecilia Moscovich presentó “Llegar finalmente a casa” (Caleta Olivia), una crónica preciosa, entre la nouvelle y la prosa poética, de la vida en el bañado.
En Paraná, Rocío Fernández Doval editó su primer poemario, “Rumi” (Ana), con videopoemas de puro archivo y dulzura, producidos con la cooperativa Antílope. En Rosario, Neutrinos (dirigida por entrerrianes) sacó “Señora Fantasía” de Paula Trama; Iván Rosado reeditó “Desnudo total y escándalo” y Danke publicó la plaqueta doble “Tres puentes, seguido de Poesía doméstica”, ambos de Virginia Negri.
En libro álbum y libro ilustrado para niñes y compañía, Listo Calisto editó “Rosalía y el revés de las cosas” de Julia Broguet y Romina Biassoni, la historia de una niña africana esclavizada, su mamá y sus ancestros. Libros Silvestres presentó “Los raros vol. II” de Marcelo Ajubita y Gonzalo Rimoldi y “Cuentos rayados” de Laura Vilche.
Hay más literatura en el litoral y pueden salir a buscarla.