Sobre la base de un suspenso bien logrado, “Crímenes de familia” aborda la violencia machista, la maternidad y la oscuridad de la justicia.
El recorrido de la cámara por los retratos familiares bien acomodados en los muebles de una casa adinerada. La tensa melodía de un piano. Una puerta cerrada que algo oculta, entre la oscuridad de un pasillo. De esa forma, el suspenso comienza a hacer rodar “Crímenes de familia” (Argentina, 2020, disponible en Netflix) y, a través de dos líneas de tiempo, la trama inicia su desarrollo como un eficaz thriller psicológico sin evidenciar ninguna certeza a priori. Hasta esos parámetros podría circunscribirse el andamiaje formal del filme, lo cual no es nada menor y bien logrado está. De esa manera, la carga dramática del argumento sabe apoderarse de la atención de quien espera saber qué sucederá en cada escena siguiente con Alicia, el personaje central interpretado con solvencia por Cecilia Roth.
Una mujer de clase media alta, con mucama cama adentro y amigas con las que cena comida oriental y comparte tardes de té, atraviesa un proceso de transformación personal –que alcanza niveles emocionales y éticos– a instancias de lo que sucede en dos juicios orales. En uno se lo juzga a su hijo Daniel (Benjamín Amadeo), entre otras cosas, por abuso sexual. En el otro se juzga a Gladys (Yanina Ávila), su empleada, por homicidio agravado por el vínculo. Ambos casos guardan un denominador común: la violencia machista. Alicia vive con su esposo Ignacio (Miguel Ángel Solá), quien –con hartazgo– prefiere que el primogénito detenido se declare culpable. Alicia, como las otras dos madres de la historia, piensa con desesperación en salvar a su hijo. Poco a poco, las líneas de la trama se cruzan para develar una verdad que será el detonante de la nueva vida de la protagonista.
Como contrapartida a las comodidades del barrio porteño de La Recoleta –donde reside aquel matrimonio–, desde el monte misionero llegó la joven Gladys. Silenciosa, semianalfabeta, criada casi sola y en medio de varias vulneraciones –entre ellas el abuso intrafamiliar–, es madre de Santi, un chiquito de no más de cuatro años. La tercera madre es Marcela (Sofía Gala Castiglione), quien insiste en las denuncias contra Daniel, su expareja y padre de su hijo, pese a no pocos obstáculos. Es así como la estructura de la narración se apoya en tres pilares temáticos de suma actualidad: la Justicia, con todos los matices de esa burocracia incapaz de comprender a las víctimas, la violencia que sufren las mujeres puertas adentro y las maternidades deseadas, tanto como las que no lo son. De tal modo, la oficina de un juzgado repleto de expedientes apilados contra una pared; la línea telefónica 144; el pañuelo verde que reclama la legalización del aborto; el despacho de un costoso abogado que puede quitar piedras del camino y los recintos de los tribunales son imágenes que potencian su simbología a la luz de una realidad que cruza los desfasajes entre distintas clases sociales.
Es así como como esta realización de Sebastián Schindel –director de otros dos thrillers “El patrón”, de 2013, y “El hijo”, de 2019– logra construir un interesante y poderoso drama desde la combinación de hechos reales diferentes y, especialmente, desde una premeditada distancia frente a una eventual bajada de línea. Sin eludir un posicionamiento frente al hecho narrativo, el relato se afianza en la intriga y, de esa manera, la interpelación gana lenta y progresivamente la empatía del público con los tres personajes femeninos. Y con mucha precisión y exactitud, convierte a Alicia en la heroína de la historia, aun con esa especie de purificación de culpas que pareciera cursar. Porque la justicia de las instituciones no siempre es la misma justicia que, en términos morales y humanos, las personas pueden honrar. Es por ello que el largometraje ancla en la lucha feminista, aunque no lo confiese habida cuenta de un relato minucioso, prolijo, acertado y sin excesos.