Esta pandemia nos pega de distinta manera. Demasiadas personas con problemas de guita y de soledad. De miedo, quizás. Yo, teniendo al alcance cuestiones resueltas como hacer mandados, le he pedido a Laura que me permita hacerles, a ella y su compañero, un par de comidas semanales así siento que tengo una misión en la vida. Me veo como en situación de espera. Es raro no poder salir. No es que antes me pasaba la vida yendo y viniendo por ahí, pero la sola idea de no poder moverme me causa mucha angustia.
Esperar no es lo mío. Hay esperanza, dice Kafka por ahí, mucha esperanza, pero no para nosotros. Obvio que él está hablando de otra cosa. Quizá más trascendental. Quizá sienta esto, yo, porque cada frase de K. tira para arriba, y no descansa en ese ascenso. Pero observo, entonces, que a) estoy en situación de espera, suspendida en la vida, no sé qué sería lo que llaman nueva normalidad para una anciana para quien los cambios espantan. b) no te puedo leer un libro, que es una consecuencia natural de estar en suspenso, toda vez que leer requiere de una concentración imposible hoy para una mente como la mía, andariega y movediza, hoy inmovilizada.
Pero puedo ver películas. Anoche vi Una mujer dulce, de Bresson. Empieza con una mesita en un balcón que se cae, un chal que flota en el aire, un ruido de autos que frenan. Ella se ha suicidado, y vos, ni nadie, sabe por qué. Un amigo me contaba que para Bresson los actores ni siquiera leían el guión. Porque creo que tampoco Bresson sabe por qué se suicida la chica. Es un poeta a lo Mondrian, a lo Malévich: ves la punta del iceberg y arreglátelas con esa ausencia de espesor significativo.
Y estoy viendo, viernes a viernes, la serie de Del Porto y Albrecht: Episodios criminales que pasan por Cont.ar.
La cultura santafesina está pasando por un mal momento, porque, por ejemplo, si ves una obra de teatro filmada ya no es una obra de teatro. La gente de letras puede mostrar sus productos y, eventualmente, hacerlos circular por las redes. Y se agradece. El cine no la lleva mejor, porque no se puede filmar; para mostrar las películas están plataformas como Cont.ar que tiene un buen material, como Historia de un clan –que estoy viendo de a poco porque me resulta espeluznante.
De la serie de Gastón y Baltasar me gustó muchísimo el primer episodio sobre el caníbal. El segundo, no tanto. El tercero retoma ese brillo y esa calidad. En todos hay un violento contraste entre la serenidad y la violencia. La serenidad es de los escenarios: una isla, un río, un juzgado que se llama de paz. La violencia es, obviamente, de los crímenes. La cámara se demora en el trayecto del río en ese laberinto de islas y agua que hay por acá, o en el movimiento del agua profanada por los pasos de los asesinos, o en la oscuridad kafkiana del juzgado. Y la narración elige un cruce entre documental y ficción en un ensamblaje donde cada aspecto enriquece al otro en un movimiento que va y que viene entrecruzándose sin solución de continuidad.
Gastón es mi sobrino. Con todas las dificultades que implica hacer cine en Santa Fe –yo misma participé durante un tiempo de otro equipo que honra a nuestra ciudad, el grupo de Hiver, Soffici, Gómez, etc–, más los trabajos de reunir y coordinar los equipos de filmación, los de actores, los de arte, etc, pese a todo, a lo largo de toda su vida, Gastón ha persistido atado a su pasión por este arte. Él dice que no se siente un artista, porque “yo juego”, dice, y yo lo veo caminar por algún lugar que está entre el suelo y las nubes, sostenido por su rara sensibilidad. Es, además de un gran cineasta, un dibujante de primera.
En Una mujer dulce, la protagonista se sorprende de que la misma materia primigenia se encuentre en todas las cosas. Personalmente lo que a mí me sorprende es la infinita multiplicidad de formas y figuras que esa materia traza en el mundo.
Lxs artistxs de Santa Fe son verdaderxs héroes. La serie de Gastón y Baltasar se hizo hace dos años y podemos verla ahora gracias a este tipo de plataformas. En esta ciudad de pobres corazones encontrar gente que hace de su pasión un hacer cotidiano es, digo, alto heroísmo. En lo que a mí respecta, mi incursión en el cine como actriz fue en una película de un minuto que dirigió Gastón. Dejé la actuación cuando vi la cara de Dominique Sanda en la pantalla.