Desendeudamiento, integración regional, juicios a los represores y control de la economía: así destaca Leandro Busatto la gestión de Néstor Kirchner.
Por Leandro Busatto (*)
El 25 de mayo de 2003 estaba a cargo de un centro de evacuados en la escuela IV Centenario, luego de que el río Salado y la negligencia del Estado condenaran a más de 100 mil personas a abandonar sus hogares. Ahí, junto a una familia de barrio San Lorenzo, en un televisor blanco y negro, escuché el discurso de Néstor Kirchner ante la Asamblea Legislativa.
“No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de miles de argentinos”, dijo Néstor. Y me acordé de Raúl Scalabrini Ortiz, de sus textos en los que afirmaba que “endeudar un país a favor de otro, hasta las cercanías de su capacidad productiva, es encadenarlo a la rueda sin fin del interés compuesto” porque “tarde o temprano el acreedor absorbe al deudor”. Yo tenía 23 años. Un rato antes había visto cómo ese hombre de movimientos torpes ignoraba las recomendaciones de la seguridad y caminaba entre la gente, les daba la mano, sufría un corte al golpearse con la cámara de un fotógrafo y jugaba con el bastón presidencial, ignorando los protocolos. Los protocolos no le importaban. Tenía en claro que lo importante pasaba por otro lado. “Sabemos que el mercado organiza económicamente, pero no articula socialmente. Debemos hacer que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y abandona”, agregó. Y fue inevitable recordar a Juan Domingo Perón: “La economía nunca ha sido libre: la controla el Estado en beneficio del pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste”.
Sentí que se daba vuelta una página de la historia y que, por primera vez, los jóvenes éramos convocados para escribirla. Que el peronismo que nos había enamorado salía del olvido para dar pelea en el presente. “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”, dijo Néstor. Y ese repudio a la dictadura, esa reivindicación de la militancia, se transformaron en hechos. Porque pidió perdón en nombre del Estado argentino por el genocidio. Porque declaró nulas esa ignominia para la democracia que fueron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Porque desde lo simbólico, descolgar el cuadro de Videla fue importante. Pero mucho más lo fueron las condenas a las bestias de aquel infierno. Porque por primera vez, Madres y Abuelas, ejemplos de lucha en todo el mundo, sintieron que el Estado las acompañaba. “Nuestro peor momento llegó con los Kirchner”, admitió el genocida Videla. Y eso nos exime de comentarios innecesarios.
Entendí que Néstor llegaba para marcar un antes y un después en la historia política argentina. Fue el mejor peronista de su época y el mejor kirchnerista de la nuestra. Fue la reivindicación de las causas populares. La mayor referencia del “no al ALCA” y de los repudios ante cualquier ataque a América Latina. La posibilidad de recuperar el Estado en función de una Patria justa, libre y soberana. Néstor fue quien le devolvió a una generación la fe en la política como única herramienta de transformación social, y en la militancia como instrumento para dar la pelea por la ampliación de derechos. Fue el que cuestionaba a los que eran “fuertes con los débiles y débiles con los poderosos”. El que daba peleas hacia afuera y hacia adentro, porque se negaba a ser “el ala progresista de un partido conservador” y logró cambiarlo. Néstor fue quien nos empujó a pelear por una sociedad más igualitaria, por un país del que todos seamos parte. Por eso, cada 27 de octubre celebro que Néstor haya sido parte de nuestra vida, que siga vivo en nuestros corazones y en nuestra acción política.
(*) Diputado provincial