A 75 años de un 17 de octubre fundacional, Alejandro Horowicz y Horacio González ensayan nuevas respuestas a las mismas preguntas de siempre.
Sabemos que el título es inasimilable para los antiperonistas y para los gorilas (que no son exactamente lo mismo). Lo cierto es que el 25 de mayo de 1810 una junta protoperonista ejecuta la revolución posible y el país se agrieta para siempre. Ese día o el 17 de setiembre de 1861, cuando Urquiza acuerda sepultar al federalismo en la Batalla de Pavón, se inicia un ciclo que temerariamente prolongamos hasta el momento en que la patria unitaria –que había cerrado la grieta rellenándola con cuerpos bárbaros, que se había forjado chorreando lodo y sangre– es absolutamente sorprendida por un aluvión zoológico automotivado. Que pedía armas para el pueblo y quería a Perón presidente. El 17 revisitado en clave 2020 es todo un desafío. ¿Quién hizo a quién? ¿Qué lealtad? ¿A quién o a qué? ¿Traidores y kirchneristas flotantes?
El 17 de octubre de 1945 es el hecho inaudito y maldito por los mandantes de Juntos por el Cambio, soportado con amarga desilusión por los socialismos y comunismos arrasados por su emergencia y que convirtió al país en otra cosa, en muchas otras, pero un punto de inflexión y de no retorno a los niveles de reparto de la riqueza y explotación precedentes. Ese subsuelo sublevado de la Patria, esa insolencia inasimilable y el peronismo que la capitalizó (término cuidadosamente elegido para el solaz de las izquierdas clasistas y anticapitalistas) y la condujo produjeron el más alto y profundo grado de conciencia política de la historia moderna argentina y sentaron las bases de las resistencias que combatieron con suertes y martirologios dispares al gobierno de la Revolución Fusiladora, a la última dictadura cívico-militar, al menemismo, al segundo gobierno radical y al tercero liderado por Mauricio Macri. El establishment que se reúne a dictarle el rumbo a los gobiernos en IDEA detesta ese 17 y dice por lo bajo lo que Macri por lo alto: que la decadencia del país empezó el día en que nació el peronismo, hace 75 años. Y por lo tanto eructan, parlotean o bostezan cuando un presidente peronista les asegura que no va a devaluar (lo que ellos quieren precisamente), que quiere unir a empresarios y trabajadores (que ellos imaginan repitiendo la firma de paritarias a la baja nominal de salarios, inédito en la historia argentina) y que esperaban una disculpa por lo de Vicentin o que anuncie el retiro del proyecto de aporte único a las grandes fortunas.
El problema son los 75 años de peronismo (los 200 años diría el amigo Repiso), que ni las muertes por decenas de miles, las refundaciones culturales neoliberales ni las contradicciones del enorme abrazo movimientista en ejercicio del poder pudieron sepultar o convertir en un partido más del espectro, envejecido ideológica y pragmáticamente, como el radicalismo, el socialismo, la izquierda dogmática o algunas de las pymes electorales que se imantan a los dos frentes más competitivos del momento.
El movimiento lo hizo a Perón
En un pasaje de la actualización doctrinaria para la toma del poder, el mismísimo Perón le cuenta a Solanas y Getino que el general Farrell le pregunta qué había que hacer para calmar semejante revuelta popular. “Llamar a elecciones, mi general, ¿qué están esperando?”. Farrell le asegura elecciones libres en seis meses, Perón le estrecha la mano y se prepara para retirarse. Es entonces cuando el presidente formal le dice al presidente inminente: “Déjese de embromar, éstos locos nos van a quemar la Casa de Gobierno, salga al balcón y hábleles para que se vayan”. El final de la frase es una enorme riqueza: aparecieron de la nada, imprevisibles en cantidad y potencia, desafiantes en el reclamo, que desaparezcan de la plaza y la historia, usted los tiene y usted los desmoviliza. Lanusse no lo hubiese dicho mejor. Perón improvisa, tiene un puñado de convicciones y frases potentes que negocia con la multitud desde el balcón.
“Sin lugar a dudas, a Perón lo hace el movimiento”, asegura Alejandro Horowicz. “Yo investigué desde adelante hacia atrás, desde el 17 de octubre de 1945 al 8 de ese mismo mes, fecha en que el general radical Eduardo Ávalos destituye a Perón de sus tres cargos. Cuando hice la última actualización de Los Cuatro Peronismos, obtuve algo que no tenía en la primera edición: la desgrabación de la cobertura que hizo Radio Nacional del suceso y desde los comienzos. Y allí no está solo lo que Perón dice, sino lo que los trabajadores reunidos en la plaza dicen y piden. Lo que le dicen a Perón el 8 de octubre es Perón Presidente, armas para el pueblo y que no renuncie. Perón no tiene, en ese momento crucial, bagaje conceptual para hacerse cargo de eso. Es una demanda clásica de obreros comunistas que le piden armarse para la lucha frontal y él no tiene respuesta para eso y hasta protesta porque no lo dejan hablar. Ahí ya ves el movimiento real, esa respuesta anticipa el 17 de octubre, lo que vos ves es la sorpresa de Perón, el mismo que cinco días antes le había escrito a Evita diciéndole que se iban a casar, que iba a escribir un libro; pero de ninguna manera se le ocurre que él, que es un oficial superior del Ejército argentino, un ministro de Guerra y un comandante en jefe de verdad, iba a ponerse al frente de eso y mucho menos que iba a tomar la forma de un movimiento de masas. El mismísimo 17 lo capta mientras discurre, con la brillantez de quien es capaz ponerse por encima y al frente de esa movilización inaudita”.
Por derecha y por izquierda, todos son lamentos. El PC, que es el partido de la clase obrera que siente que esa no es la clase obrera porque el partido no la ha movilizado, son marginales, lúmpenes. El socialismo que “hacía la banda zurda” del conservadurismo y el radicalismo institucionalizado se integrarán sin problemas a la Junta Consultiva que avalaba el fusilamiento de peronistas, sienten que algo empieza a testimonializarlo por un buen tiempo. El radicalismo en casi todas sus variantes (exceptuando excepciones como los jóvenes forjistas o la UCR Junta Renovadora) enfrentará al milico obrerista y fascista y comenzará a forjar su destino como el partido gorila de masas. Los grupos de poder que los financian y condicionan a casi todos, intuyen que algo grave –para sus intereses– está pasando.
“El 17 de octubre tiene todos los condimentos de una cantata fundacional colectiva, un encuentro primordial entre el principal protagonista y las miles de personas que ingresan a la política pública arrollando las internas de la revolución militar desde el golpe del 43”, expresa Horacio González, el que por éstos días reacciona a los motes de “kirchnerismo flotante” o “almas bellas” que participan de un debate ideológico hacia adentro del Frente de Todes, que parece un acto de “deslealtad” o que confunde al enemigo.
“Perón tiene una visión muy particular del 17 de octubre y no siempre lo cuenta del mismo modo, desestima el azar o la contingencia, pero ésa jornada y la historia misma del peronismo está plagada de éstos momentos. Ese contingente insubordinado le reclama un lugar en la historia y él lo ocupa plenamente. De cualquier modo, es el hecho político más trascendente del siglo XX (…) más allá de su doctrina el peronismo es un desplazamiento continuo de la praxis, que tuvo en 75 años su momento fundacional, su momento neoliberal con Menem, popular e inclusivo con Néstor y Cristina, esa es su estabilidad real”.
Y esa cualidad, que ni Horowicz ni González lamentan, convierte al peronismo en un lugar vivo, extraordinariamente persistente y de continuas tensiones entre ideología y praxis, entre ideales desafiantes y posibilidades reales; es percibido como el opio policlasista de los pueblos por las izquierdas clasistas y una variante comunista y estatizante por socialdemócratas y conservadores (acaso una tautología). Lo dicho no celebra la coexistencia de Daer y Hebe de Bonafini, Chiche Duhalde y Dora Barrancos o de Berni y Grabois en el mismo espacio político, lo describe como una amplitud cuyo destino se resuelve a través de las astucias y clarividencia del conductor, del líder capaz de sintetizar en la praxis semejante diversidad de principios y finales. Es cierto que el peronismo enamora y amplía su base electoral cuando desafía poderes, cuando enfrenta a los que nos prestan el país para vivir como argentinos, pero esa vocación de mayorías, ese policlasismo de clase es el que le permite una persistencia histórica incuestionable.
La lealtad y la traición, esos dos impostores
El 17 de octubre que promete reventar de avatares geolocalizados la Plaza Virtual de Mayo, se convoca en defensa del gobierno nacional, de su líder que es el presidente de la Nación y busca desahogar a una multitud hastiada del encierro y las provocaciones brutales de una oposición sin modales ni cordura.
Para Horowicz, “la lealtad del 45 fue al programa político ejecutada por un dirigente. Es decir que la lealtad al dirigente es la lealtad a la política que el dirigente expresa. La lealtad es siempre a una política, cuando alguien cree que la lealtad personal es el eje del problema, no entiende lo que se está disputando, trivializa los acuerdos políticos de una organización. El 17 de octubre de hoy está devaluado no por la virtualidad sino porque no hay una política precisa a la que ser leales, el propio espacio del gobierno está debatiendo esto. Creer que salir del pozo es un programa, ya sabemos cómo termina. Y por el caso de nombrar a Alberto presidente del PJ hay que ajustar el precio, el Partido Justicialista no existe, es una máquina electoral que se enciende 15 minutos antes de las elecciones y se apaga con el conteo final. Esto a Alberto no le agrega políticamente nada”.
Para Horacio González, la lealtad y su contracara (la traición) son conceptos que varían según las épocas, habría que hacer una genealogía de la lealtad para señalarla en todas sus variantes. Asiente de todos modos que es “una virtud sin un objeto preciso, puede ser una persona, un conjunto de textos, una ideología, es una invención laica de origen moderno. Pero entender la construcción política en términos de lealtad y traición es inmovilizante, es como ajustarse a las 20 verdades que fueron escritas y leídas en el balcón de la Rosada en los años 50, en un país que ya no existe y a un sujeto político que tampoco existe como entonces”.
Más allá de la máxima efeméride del hecho maldito, más allá de las notas y memes (la única industria que trabaja el 100% de su capacidad instalada) para anatemizar a los presentes, de las transpolaciones forzadas, está el hecho que cambió el país para siempre; el país que algunos intentaron desperonizar con y sin sangre, siempre sin éxito, y la fuerza política que se sustrae a la domesticación, que en palabras de González es “inabsorbible” por los poderes concentrados que hace rato no tienen ni intereses ni un proyecto nacional. En el 45 lo inabsorbible fue el movimiento insurgente y su conductor, Juan Domingo Perón. Ya sabremos qué clase de etapa inaugura Alberto Fernández, hacia dónde conduce la enorme diversidad del Frente de Todos y en qué consiste la lealtad que le profesan sus electores y militantes, pero de momento y en el 2020, la lealtad comprobada e incólume que garantizó los votos para ganar manteniéndose en la fórmula, lo inabsorbible, lo inasimilable e imprevisible, es Cristina Fernández.
El cierre es para González (como le dice Liliana Herrero): “Un movimiento popular que lea provechosamente el 17 de octubre del 45 debe saber que tiene que tener un punto inabsorbible por el sistema dominante, eso es Cristina y si alguien piensa que abandonarla como un lastre, según promueve Clarín, va a generar algo nuevo o mejor, que sepa que se equivoca profundamente”.