Una salida con la brigada Chaná Timbúes, vecinos de la costa que, con lo que pueden, van a las islas a apagar los fuegos que, casi todos los días, se van devorando de a poco el humedal.
Mientras se aprontan las tres embarcaciones que vienen saliendo de lunes a sábado a recorrer las islas y apagar los fuegos, los vecinos comentan: "Hoy según el mapa de la NASA no hay fuego", "Nos viene bien un descanso después de los fuegos de ayer".
Las piraguas van alineadas en un remo parejo mientras Choclo, el perro bombero, corre en el agua de la bajante más grande de los últimos tiempos.
Luego de media hora de remo se comienza a ver un humo que crece mientras nos acercamos, "Si llegábamos media hora antes, quizás lo agarrábamos prendiendo". Dos de los vecinos tienen una mochila que carga 20 litros de agua que sirve para rociar el fuego y extinguirlo por zonas, mientras otros con una bruja hecha de cámara de moto azotan al fuego. El trabajo en equipo hace que en una hora todos los focos que quemaban todo ese sector del ceibal se apaguen.
La luna llena empieza a mostrarse. En el lado opuesto a la luna y cruzando el rio se empezaba a ver una llamarada, que en cuestión de segundos fue un foco y en minutos un gran incendio. "Así pasa siempre, terminas de apagar uno, levantas la vista y hay otro más grande", "¿Qué hacemos?", "Está poniéndose grande", "No perdemos nada y podemos ganar monte, si eso prende en la parte tupida son hectáreas de verde que se pierde y quién sabe que cantidad de animales".
Camino a buscar las embarcaciones aparece una yarará que realizaba movimientos torpes escapando del fuego. "Es la primera vez que vemos una víbora viva, siempre ya las encontramos quemadas".
Del mismo lugar de donde viene el fuego un puestero cruza el río a caballo con su hijo, los vecinos lo detienen para preguntarle si fue él quien prendió el fuego o si sabía algo, responde: "Son siempre los mismos, destruyen todo... Yo me peleé con ellos porque le dije que dejen de talar indiscriminadamente el espinillo y hoy vengo a ver mis animales y me carnearon una vaca, así son".
La luz de la luna y la luz del fuego eran la única guía para saber dónde pisar, la primera disminuía su tamaño mientras subía, la segunda aumentaba mientras la línea de fuego llegaba a la zona más tupida de la isla. 400 metros curvos de un fuego que danzaba con un viento incontrolable que cambiaba de dirección cada cinco minutos. "Tenemos para unas horas largas", dijo Esteban mientras juntaba agua en el rio con un balde de 20 litros.
Otra vez el mismo equipo: dos con mochilas, tres con brujas y dos más yendo y viniendo con baldes de agua hacia el río que está a 100 metros.
La tarea es titánica, el fuego que vieron comenzar ahora es una víbora ígnea de 700 metros. Acuerdan en pocos segundos que la mejor estrategia es debilitarlo desde el medio e impedir que la línea de fuego siga ingresando al monte. Trabajan sin parar la primera hora y cada tanto se gritan para saber que están todos y que están bien y siguen.
"Es el fuego más grande que vimos en Rincón" dice Esteban mientras descansa apoyando sus manos en sus muslos y respirando profundo. Pablo, que es la primera vez que viene a la brigada, expresa "No siento más los brazos, creo que no puedo seguir". Son aproximadamente 300 metros apagados pero los cuerpos demuestran cansancio y debaten como seguir. "Tenemos que seguir, sino perdemos el monte".
Un cambio de dirección e intensidad del viento hace que todo lo apagado se vuelva a prender y mucho más fuerte. La brigada Chaná Timbúes, que hasta entonces no se iba sin que esté todo apagado, decide que hoy puede hasta acá y vuelve caminando a las embarcaciones suponiendo que si fueran más, o si tuvieran las herramientas necesarias, o si el Estado no hiciera oídos sordos, ese fuego estaría apagado y ese monte no se hubiera perdido.