La diputada Lucila De Ponti encuentra en el primer kirchnerismo el motivo que explica el regreso de la juventud a la militancia política.
Por Lucila De Ponti (*)
Néstor tirándose desde el escenario encima de la multitud. Néstor viajando a Entre Ríos a resolver el conflicto docente en su primera semana de mandato. Néstor saltando el alambrado. Néstor en Villa Palito amuchado entre miles de cuerpos felices. Néstor sacando las vallas de la Plaza. Néstor abrazando a los trabajadores de una cooperativa. Néstor besándole la mano a una mujer en su casilla de chapa. Néstor en una asamblea de Carta Abierta en Parque Lezama. Néstor en un plenario del Movimiento Evita.
Puedo nombrar miles de imágenes más del Néstor que me enamoró, del Néstor que me hizo militante, del que incendió de mística nuestra Argentina. Néstor, el que ponía el cuerpo. No era una estrella de rock, ni entonces un ídolo de los argentinos. Era un hombre que llegaba al lugar más difícil en el peor momento. Pero había en él una fe potente/incendiaria/todopoderosa que lo hacía creer en la posibilidad real de transformar la realidad, y de que para hacerlo había que hacerse cargo de la responsabilidad que a cada uno le tocaba. Sin tibiezas ni medias tintas en el ejercicio de la acción política. Una voluntad irrefrenable de transformar en praxis cada línea del discurso.
Llegó a ser presidente de una Argentina triste y devastada, pero deseosa de levantarse. De una sociedad que había descargado en la hoguera del 2001 su bronca, su frustración, la decepción con aquellos políticos que habían malogrado el proyecto de vida de tantos. El bajo nivel de expectativas previas que generó su presidencia fue inversamente proporcional a la enorme adhesión que produjo con las decisiones que iba tomando para poner a la Argentina de pie. Desde ese discurso inicial a la recuperación económica y la resolución de una parte importante del problema de la deuda externa que acompañó con otras medidas, centralmente orientadas a recomponer la institucionalidad con el sentido de ampliar la democracia. Entre ellas, la política de Memoria, Verdad y Justicia, que muchos atesoramos y entendemos como un hecho fundacional de este peronismo. Una vez más allí estaba Néstor, poniendo el cuerpo, pariendo desde la gestualidad y lo simbólico el combustible necesario para desencadenar un proceso transformador. Néstor ordenándole a Bendini que descuelgue el cuadro de Videla representa el cierre del círculo de la impunidad militar, pero también la culminación de la transición democrática, con un presidente nacido a la política de esa generación que soñó con la revolución posible, ejerciendo entonces la máxima autoridad institucional de una democracia que no podía sostenerse sobre la complicidad con quienes planificaron y ejecutaron el terrorismo de Estado, algo que ningún gobierno democrático anterior había podido hacer.
Y Néstor lo hizo. Así como fue capaz de imaginar y –después construir– una gobernabilidad casi imposible. Creía en la política como esa caja de herramientas de la cual los pueblos disponemos, si creemos en ella, para construir esa escalera hacia lo que parece imposible, o como decía el: la escalera hacia nuestros sueños. Deseaba profundamente que su gobierno nos empujara varios escalones hacia arriba. Fuimos millones los que nos enamoramos de la política a través de esa forma militante de ejercer el gobierno, porque nos invitaba constantemente a elegir nuestra herramienta y a ponernos a labrar la reconstrucción de la patria. Cada tarea, cada militante y cada colectivo eran imprescindibles. Muchas veces escuché decir a mis compañeros que fueron militantes en los 70 que valió la pena sobrevivir entonces para formar parte de la gesta que Néstor encabezó. Los hijos y las hijas que resistieron el 2001 encontraron el reconocimiento a su historia y la invitación a seguir escribiéndola. Lxs jóvenes nacidos y criados en democracia conocimos que la política, también en ese nivel, podía ser algo más que funcionalidad al statu quo, podía ser la posibilidad de cambiar el mundo en nuestras manos. Y así, todas las generaciones nos enamoramos de Néstor y su decisión permanente de poner el cuerpo. Porque la transformación cotidiana requiere esfuerzo y compromiso, porque lo imposible se vuelve cercano si agarramos nuestra herramienta de esa caja, o sacamos el bastón de la mochila, y nos encontramos con miles para hacernos responsables de escribir nuestro destino.
Sin dudas Néstor dejó su vida en ello. Pero dejó la impronta de su vida en millones de otras que para siempre elegimos creer/sentir/pensar/vivir para formar parte de esa construcción colectiva de hacer una Argentina más digna para todos. Lxs humildes de estas tierras no te olvidan Néstor. No existe forma de dejar atrás a quien nos mostró que podía existir un futuro. Y que podíamos ser parte de forjarlo. Gracias Néstor.
(*) Diputada provincial