El desprecio hacia los y las docentes es una constante en las manifestaciones públicas del pensamiento rancio y retrógrado de derecha en cualquier parte del mundo. Moneda corriente en los discursos que siempre vulneran los derechos esenciales de les trabajadores y, además, los derechos humanos. Sí, hay que recordarlo porque parece que a muches se les pasa de largo: la educación es un derecho humano inalienable.
Que mi tío Rogelio diga que los y las docentes viven de paro, tienen cuatro meses de vacaciones y someten a les chiques como rehenes, vaya y pase. Está mal, sí. Pero mi tío mira televisión y lo escucha a Baby Etchecopart todas las mañanas. Entonces ponele que no está tan mal. Pero que eso lo digan funcionarios/as en ejercicio de sus funciones y que, además, tienen poder resolutivo y ejecutivo en cuanto a políticas educativas públicas es grave. Capaz ellos/as también lo escuchan al Baby; o el Baby a ellos/as. En definitiva, parece ser lo mismo.
Lo que quiero decir es que las declaraciones de la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña, no son un hecho aislado dentro del sector partidario al que pertenece. Tampoco son exclusivas de Juntos por el Cambio, lamentablemente. Pero sí se puede constatar rápidamente que la ministra siguió una línea editorial bien clara al hablar de la formación docente, del trabajo de les profesores en el aula y, sobre todo, del perfil de les estudiantes de las carreras de formación docente. No fue un exabrupto, fue coherente con su lineamiento político, es decir, con el mundo que ella desea.
En primer lugar, dijo que hay un problema de “sobreideologización” y que la raíz del problema de “la militancia política en las aulas está en la formación docente”. Con este diagnóstico que incluye categorías teóricas novedosas dentro del campo de análisis político (sobreideologización), la ministra considera la militancia política en el aula un problema. Para la derecha, la política siempre es un problema y de ello dan cuenta, paradójicamente, sus políticas cuando son gobierno. Pero lo más grave es que Acuña desconoce que, tal como postulan las principales corrientes pedagógicas modernas y contemporáneas, el acto educativo es un acto eminentemente político: lo que se pone en juego en el vínculo pedagógico es qué aspectos del mundo y de la cultura se transmiten y reproducen. En otras palabras, ¿qué mundo es más bello, bueno y justo? Por otro lado, educar consiste también en denunciar las injusticias del mundo y transformarlas. No solo se difunde la cultura sino que, además, se la debe mejorar. Que una ministra de Educación vea que lo esencial del acto educativo es un problema, es un gran problema.
En segundo lugar, la ministra recomienda a los padres y las madres denunciar esta militancia política dentro del aula para que el Estado pueda hacer algo porque “lo que pasa en el aula queda entre el docente y los chicos” y entonces “es muy difícil enterarse de lo que hacen”. Siempre el manto de sospecha puesto en les trabajadores. Siempre son el enemigo de las familias, les chiques y la República. Esto no es nuevo tampoco. Durante la gestión de Esteban Bullrich como ministro de Educación de CABA se abrió una línea telefónica (0800) para denunciar actividad política en las escuelas. En 2012, el actual senador fue citado por la justicia para que declare sobre ese hecho: espiar docentes y menores de edad que militen en los centros de estudiantes de las escuelas, y que sus propios compañeros sean los denunciantes.
Por último, Acuña destacó que otro de los problemas de la formación docente es el perfil de los estudiantes: “son personas grandes de edad, que eligen la carrera docente como tercera o cuarta opción después de haber fracasado en otras carreras. Y si uno mira por nivel socioeconómico (…) si uno mira en términos de capital cultural y de experiencias enriquecedoras al momento de aportar para el aula, son de los sectores cada vez más bajos económicos los que eligen estudiar la carrera docente”. Ni Micky Vainilla se animó a tanto.
Acá el desprecio ya no solo es hacia el docente sino también hacia quienes ven como una oportunidad laboral, digna y de prestigio y ascenso social a la docencia y que pertenecen (no porque lo hayan elegido) a los sectores postergados y excluidos de siempre: les pobres. Asimila pobreza económica con pobreza cultural, al acusarlos de no poseer un capital simbólico acorde al supuestamente exigido por la labor docente. En otras palabras, ser pobre es sinónimo de ser bruto. Ya lo dijo María Eugenia Vidal también: los pobres no llegan a la universidad.
Por otro lado, acusa de fracasados a quienes eligen ser docentes: gente que ya le fue mal en otros lados y que buscan en la docencia cómo robarle guita al Estado. Puede ser verdad que una cantidad considerable de estudiantes en profesorados sean personas mayores. Voy a dudar de que ya hayan cursado otras carreras, ya que si son pobres como dice la ministra, difícilmente puedan acceder a carreras costosas: la formación docente es una carrera accesible desde lo económico si se compara con carreras tradicionales como medicina o arquitectura. Es más probable que sean personas mayores, primera generación terciaria o universitaria en sus familias, que laburaron toda su vida por dos con cincuenta y hoy ven garantizado el acceso a tener un título, es decir, a ser uno de esos prestigiosos que ven en la televisión.
De todas maneras, ministra, quédese tranquila: seguro no se reciben y a usted se le confirme el prejuicio. Pero porque ellos/as hayan fracasado. La que fracasa es la política educativa que sostiene sistemas terciarios y universitarios clasistas, elitistas y exclusivos para una parte minúscula de la población, a saber: quienes solo tienen que dedicarse a estudiar. O sea, hijes como les de Acuña, que no tienen familias que sostener, hijes que criar y que tienen garantizadas cuatro comidas diarias para que solo tengan que llevar el título a la casa en el tiempo académico estipulado. La que fracasa por no saber amparar a la gran mayoría de la población que accede a ella con un bagaje cultural y un cúmulo de experiencias cotidianas que desconoce y rechaza es la Universidad, que sigue funcionando como si las masas trabajadoras no pudieran llegar a ella. La que fracasa es la política de Estado que no reforma las condiciones de estudio para que las mayorías puedan acceder a determinado niveles educativos.
Estamos en el 2020 y la educación universitaria, un derecho humano inalienable, es aún un privilegio de clase sostenido por el Estado. Y encima el Estado le echa la culpa al excluido por su propia exclusión y lo llama fracasado. Con ese estigma encima, ¿qué tipos de docente pretendemos luego? ¿Qué mundo justo y bello van a enseñar si se los trata con ese desprecio?