Murió hoy Elsa Ghio, profesora e investigadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, mujer de teatro, que dirigió una de las puestas más bellas de La Malasangre, de Gambaro y fue asistente de dirección de casi todas las obras que dirigió su compañero, Julio Beltzer, además de dar clases en la Escuela de Teatro durante muchos años.
Fue pionera de la investigación científica en lingüística y ciencias sociales en general en nuestra Universidad, y, sobre todas las cosas, la persona más amable y más inteligente que conocí en esa Facultad. Tenía una formación intelectual de gran amplitud y profundidad, porque nunca hacía las cosas a medias. Y sobre todo, antes de un montón de desencuentros, fue una gran amiga.
Cuando yo regresé a Santa Fe después de estar presa dos años en Mendoza, supe por mi padre que Elsa pasaba cada tanto por el lugar donde él trabajaba, para preguntarle por mí. Habíamos sido compañeras, tanto en Letras como en los cursos que Aldo Oliva daba los sábados sobre filosofía. Coincidimos un año de estudio sobre Hegel con ella y otros. De manera que, en aquellos años de hierro, ella fue una de las pocas amigas que quedaron en la ciudad, y nuestra amistad se afianzó.
Cursamos juntas la licenciatura en Letras en la Católica, ya que en la UNL sólo había un profesorado en ese entonces, apenas comenzados los 80. Ricardo Ahumada recomendó la publicación del trabajo de ella sobre Bioy Casares al final de su seminario.
Ella trabajaba en la facultad desde que apenas se recibió, con Dina San Emeterio. Yo empecé a trabajar haciendo un reemplazo en Historia de la Lengua cuando ella se tuvo que hacer una operación quirúrgica, por el 87. Después concursamos las dos esa materia, y quedamos, ella como asociada, y yo como adjunta.
La mente clásica, brillante y tersa de Elsa se contrastaba fuertemente con mi temperamento más impetuoso y menos académico. Compañeras en Letras, luego compañeras de trabajo, no se ahorró nada para ayudarme en mi carrera y en mi vida: su afecto, sus libros, su tiempo, su compañía, hasta su ropa, porque yo no tenía ni para vestirme, estuvo a mi lado durante muchos años, hasta que esa amistad se rompió. No se destruyó ni el afecto que siempre sentí por ella, ni mi respeto y mucho menos, mi agradecimiento.
Solíamos reírnos una de otra. El chiste era que ella me decía: basta de ese trapo rojo. Yo le contestaba: basta de la tricolor, mientras la miraba admirando su talento inmenso para todo: cocinar, hacer jardinería, tejer, coser, tapizar. Todo lo que tocaba salía mejorado.
Hay mucha historia compartida como para que yo pueda resumir acá todo lo que significó en mi vida. Sólo queda decirle: gracias, y hasta siempre, Elsita.
Elsa, Mari, Dina ... cuanta sabiduria, qué grandes mujeres detras de las letras ... el mejor de mis recuerdo de ellas.