Los cultivos amigables con el ambiente y la salud solo son posibles en tanto se asegure el acceso formal a terrenos productivos para las trabajadoras y los trabajadores del campo.

Carina Argota se acomoda el sombrero y mira a través de los alambres que delinean la hectárea donde trabaja. El sol pega fuerte y reseca las huellas en la tierra, la misma tierra donde crecen la lechuga mantecosa, la crespa, un poquito de ciboulette, otro poquito de repollo, más allá algunas filas de rúcula. Carina es simpática, se ríe seguido y sobre todo tiene muchas ganas de contar. Y cuenta.

“Mis papás vinieron hace muchísimo tiempo, cuando mi mamá tenía 20 años y mi papá 27, en los  80. La mayoría somos hijos de bolivianos. A los agricultores les cuesta volcarse a la agroecología, veo siempre que hay más interés en la mujer y en la persona joven que nunca trabajó con químicos. Entonces les podés explicar cómo es el trabajo”, empieza el relato. “La agroecología es estar en armonía con toda la naturaleza”, agrega.

El campo donde Carina trabaja queda en Monte Vera, apenas a un kilómetro de la Ruta 2. La mujer es una de las productoras del cordón hortícola de Santa Fe que viste la remera verde de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT).

—¿Por qué cuesta implementar la agroecología?

—Porque hay un modelo de producción que se viene haciendo hace mucho tiempo y el compañero olvidó los saberes que teníamos allá en Bolivia. En esa época cuando todo el mundo llegaba a Argentina a trabajar en el campo, era un patrón el que te decía “vas a curar con este remedio y vas a plantar estas cosas”. El patrón te obligaba y te decía cómo tenías que trabajar y nosotros no teníamos decisión. Mi papá era un rebelde, por ahí se enojaba. Es un trabajo muy sacrificado el del productor: nos levantamos antes de que salga el sol y ya estás cortando verdura porque a las 9 de la mañana tiene que estar cargado el camión que va al mercado. Y a la tarde lo mismo: tenés que estar acá regando, curando, carpiendo. Te lleva todo el día este trabajo.

Ocho hectáreas para un nuevo modelo

—¿Y cómo era la producción en Bolivia?

—Sin químicos. Mi mamá siempre me decía: ‘dejábamos estacionar la tierra, no la cansábamos como acá’. Acá la cansamos pero yo sé por qué: estas tierras no son de nosotros, nosotros alquilamos. Y qué pasa: el productor tiene que sacar mes a mes la plata para pagar el alquiler. Estamos hablando de 3000 pesos de alquiler por hectárea. Y vos tenés que hacer rendir la tierra y que te rinda para poder pagar, mantenerte y para todos los gastos. Entonces el productor le pone cosas que no tenés que poner, por ejemplo urea, que no hay que usar. Cuando usás eso, matás muchos microorganismos de la tierra. La planta sale, pero debilitás la tierra. Todo esto es un negocio, desde la semilla hasta los químicos que te venden.

Carina Argota integra la UTT y alquila un campo de Monte Vera para poder trabajar. Foto: Carina Argota.

 

Carina trabaja en la hectárea que alquila por 3000 pesos al mes. No sacó la cuenta de cuánto se produce, pero asegura: “Soy una persona sola y me mantengo bien, tengo la posibilidad de pagarle a alguien para que trabaje conmigo. En la agroecología das trabajo a otras personas. Para regar, pasar el caballo… Cuando echás matayuyos, no podés dar trabajo a nadie porque no tenés para carpir, no tenés para hacer”.

En la siesta primaveral, más allá del campo donde crecen los alimentos, se divisan las casitas nuevas, los autos estacionados en la vereda. “Esta zona era tomatera y ahora el loteo va avanzando. Chaquito, Las Praderas… era todo quintas”.

Las Praderas son cuatro barrios loteados por el grupo Akar SRL entre los parajes El Chaquito y Ángel Gallardo, en jurisdicción de Monte Vera. “Donde la tranquilidad del hogar es nuestra premisa. Pensado para que sus hijos crezcan rodeados de naturaleza, familia y amigos. Para poder volver a nuestra infancia”, invitan en la web a comprar lotes de 10 por 33 metros valuados en más de dos millones de pesos.

“Y a nosotros nos van empujando a tierras no productivas”, dice Carina. “Acá es muy bajo, si llueve se inunda y perdemos una cosecha. Y si sigue avanzando el loteo nos vamos a quedar sin nada”.

Donde los pies pisan

—La base de la agroecología es el manejo del suelo. Teniendo buen suelo, tengo buena alimentación de plantas y buena resistencia a plagas. O sea que no trabajás sobre la planta, sino sobre el suelo. Pero qué me voy a poner a trabajar la tierra si no sé si mañana me echan.

Carlos Chiarulli es agroecólogo, colabora con La Verdecita y fue director de Recursos Naturales de la provincia durante la gestión del Frente Progresista. Actualmente se desempeña en la Municipalidad de Santa Fe. Desde su propia experiencia de vida en el campo, explica las dinámicas sociales y económicas transcurridas entre el Grito de Alcorta (1912) y la concentración de riquezas que produce la agricultura extensiva. “Hubo una desterritorialización de la producción”, dice Chiarulli, y alude a aquellos productores que dejaron el campo y se mudaron a los pueblos, y también a los que no pudieron afrontar la presión financiera desatada en los años 90 con el surgimiento del mercado futuro: la venta de granos que aún no se plantaron y la especulación financiera con el precio de los alimentos. En este marco, las semillas transgénicas, las máquinas y los biocidas redundaron en la dependencia del paquete tecnológico y de un campo que produce sin gente.

Producir alimentos contra el hambre y la especulación

Del otro lado de la mecha, las familias que siembran en pequeña escala las verduras que servimos en la mesa. “El urbano piensa que la agroecología es comer sin venenos. En realidad, la agroecología es más que eso”, dice Carlos. “Desde un punto de vista ecológico y tecnológico, la agroecología es una propuesta de trabajo no contaminante, que protege la base de sustentabilidad, que es el suelo, y que además tiene una base social, que es sostener a quienes producen. La otra agricultura no solo que margina, sino que expulsa. ¿Y cómo sostenés a las familias? Las sostenés sobre la seguridad de la posesión de la tierra”.

Chiarulli afirma que hoy “el mayor negocio que hay en el mundo es cambiar el status de la tierra, de rural a urbana”. Es decir, para qué se usa determinada porción de territorio. Un terreno baldío, ocioso, puede ser alquilado para la producción agrícola o puede ser loteado y vendido para construir casas. “Una hectárea de tierra rural cuesta 17 mil dólares. Y si tengo el pueblo cerca y hago un emprendimiento inmobiliario, la fracciono y le gano 600 mil dólares”, calcula el entrevistado. “Te pintan como que vas a vivir en medio de la naturaleza y la gente va. Pero el tema es que se hacen negocios inmobiliarios aumentando una traza urbana que no está adecuada: no hay red de agua, no hay sistema de cloacas”.

“En esta zona hay mucha tierra privada y familias productoras sujetas a convenios: casi no hay contratos escritos y, si son escritos, son leoninos”, explica Chiarulli. “Hay que obligar en principio a tener contratos legales, que garanticen cinco o seis años del uso de la tierra”.

En la ciudad de Santa Fe casi no quedan terrenos ociosos, por lo que el problema se extiende a las ciudades cercanas. En diálogo con Pausa, desde la Comuna de Monte Vera indicaron que no hay nuevos proyectos de loteo en trámite. “Los que se están ejecutando actualmente fueron aprobados por la gestión anterior”, informó la vicepresidenta comunal Marta Fantón.

Según un relevamiento del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta) en el periodo 2000-2014 las áreas sembradas en la provincia de Santa Fe se redujeron en un 8,98%. En el caso del cinturón hortícola del Gran Santa Fe, en el mismo periodo, el porcentaje de tierras productivas se redujo en un 38,69%. “El monocultivo de exportación, la presión inmobiliaria y la falta de instrumentos legales y de políticas públicas sostenidas que resguarden la tierra para la producción de alimentos y contemplen la situación de las familias de la agricultura familiar son determinantes en esta situación”, afirman desde La Verdecita. Esa organización, junto a la UTT, reclaman una política pública que aborde la problemática de la inestabilidad en el acceso a la tierra y que revise el ordenamiento territorial de las zonas periurbanas. Es decir, para qué se va a usar cada fracción de tierra.

En cuanto a la regulación, la mirada apunta a los ordenamientos que se da cada municipio. Así, cada ordenanza local puede establecer adónde se podrá lotear y adónde se podrá realizar actividades agropecuarias. La famosa línea ergonómica que plantea aquello de hasta dónde sí o hasta dónde no se puede fumigar, se vuelve difusa frente a planteos que prescinden del glifosato. Habrá entonces que asegurar un marco regulatorio formal para poder proyectar la agroecología a largo plazo. Ideas como un Parque Agrario o un Procrear Rural podrían ser alternativas.

El jueves 22 de octubre se presentó un proyecto de ley de Procrear Rural en el Senado de la Nación. Es la tercera vez que se presenta una iniciativa de estas características, impulsada por la UTT. El objetivo es generar un fondo fiduciario que permita a los grupos familiares que trabajan la tierra el acceso a créditos blandos para la compra de predios productivos.

“Es imposible pensar un país diferente si no pensamos en una ruralidad diferente. Para la agroecología el campo es un lugar para vivir, para la agricultura moderna es un lugar para producir”, afirma Chiarulli. “Pero todo desarrollo agroecológico es inviable sin la seguridad sobre la tierra”, aclara.

Desde el campo, Carina se pregunta: “Ponele que quiero tirar carbonilla porque es muy bueno para la tierra. Pero esta no es mi tierra y de acá a un año o dos me dicen ‘tenés que irte’, ¿para qué la recuperé? ¿Para que el día de mañana lo alquile un sojero? No es lo mismo si tenés tu propia tierra”.

Este artículo fue presentado en el marco de la beca Un cauce para tus historias, de la Fundación Cauce y Humedales Sin Fronteras.

A la raíz del verdadero campo

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