El modelo Rodríguez Larreta de gestión de la emergencia se impuso en el país y disparó los contagios de coronavirus. Argentina tiene más de 800 muertes por millón de habitantes.
Nuestro país se convirtió en el segundo de Sudamérica en cantidad de casos activos. Está en el grupo que tiene más muertes por millón de habitantes. Si bien está logrando bajar la cantidad diaria de contagios, todavía sigue estando entre los países que más víctimas tiene cada 24 horas. ¿Qué nos dicen los datos de este desastre que se desató en apenas tres meses?
El 1º de julio el Área Metropolitana de Buenos Aires volvió a Fase 1. El país registraba ese día 2667 casos, el 94% de los contagios, 2513, se daban en Buenos Aires ciudad y provincia. Los 154 restantes –menos casos de los que registra diariamente hoy sólo la ciudad de Santa Fe– se repartían entre todo el país. Esa fue la última oportunidad de controlar la pandemia. Pero la Fase 1 nunca se cumplió ni en la Capital Federal ni en la provincia de Buenos Aires. Los datos de movilidad de Google demuestran que la población circuló tanto o más que en los días previos. El resquebrajamiento de la cuarentena ya era un hecho definitivo.
Los datos de movilidad indican que los porteños y bonaerenses nunca volvieron a Fase 1
El 18 de julio el AMBA salió de la Fase 1 e ingresó en una apertura escalonada que en los hechos ya era tal. Incluso formalmente, en la Capital Federal siempre se fueron flexibilizando cada vez más actividades: el retorno a la Fase 1 en ese distrito fue apenas detener de palabra ese impulso. El resultado final fue obvio. Cerca de un mes después, exactamente para el 23 de agosto, se registraban 5352 casos en el día: en esa fecha se disparó hacia arriba la curva nacional de casos, llevando el promedio semanal a 9467 el 30 de agosto, apenas una semana después. En Buenos Aires, ciudad y provincia, como nunca se cumplió la Fase 1 los casos al 23 de agosto ya estaban en 3849 por día. Sin embargo, esa cifra representa el 72% de los contagios totales del día: el virus empezaba a dispersarse por el resto del país.
Un mes después, el 21 de septiembre, se largaría la segunda disparada, llevando los casos de un promedio semanal de 10.672 al pico actual, del 22 de octubre, de 15.051 casos diarios. El 21 de septiembre los contagios de Buenos Aires (provincia y ciudad) representaban el 49% de los contagios totales. El 22 de octubre, el 33%.
Literalmente, el AMBA no retrocedió de fase y después se incendió el país.
Las muertes
Los casos escalaron a partir del 23 de agosto y, como consecuencia, el 18 de septiembre ya se registra una subida fuerte en la cantidad de muertes. De un promedio semanal de 215 muertes diarias se escaló a 392 el 26 de septiembre. Se duplicaron en una semana. A partir de esa fecha, el promedio de muertes quedó estancado ahí arriba hasta el 8 de noviembre (ahora se encuentra bajando muy lentamente). En el mismo proceso, Argentina se convirtió en el segundo país de Sudamérica en cantidad de casos activos (casos totales, menos los recuperados y los muertos).
Con el coronavirus diseminado por todo el país, sin una regulación unificada respecto de la circulación interprovincial, el brote se extendió como un reguero. Y así se perdió el control. Argentina estaba lejos de ser un país con una alta tasa de muertos por millón de habitantes a principios de agosto. El 1º de agosto tenía 79 muertos por millón de habitantes y el país sudamericano comparable más próximo era Colombia, con 207 muertos por millón de habitantes. En Norteamérica era Canadá, con 242 muertos por millón de habitantes. Entre los países asiáticos, los que más eficacia tuvieron en la pandemia, el 1º de agosto todavía Rusia tenía más muertos por millón de habitantes, 95. El 1º de agosto, Argentina tenía todavía menos muertes por millón de habitantes que Alemania.
En tres meses terribles, apenas Perú, Bélgica y España quedaron como los países que tienen más muertos por millón de habitantes que Argentina. Después del retorno inexistente a la Fase 1 en Buenos Aires, la flexibilización nunca paró, la expansión provincial del coronavirus jamás tuvo la atención que recibió cuando estaba focalizada en el AMBA, los casos no pararon de crecer y las muertes se dispararon. Todo obvio, todo previsible, todo lógico si lo que termina imperando es el modelo Larreta de manejo de la pandemia.
Argentina tiene hoy mas de 800 muertos por millón de habitantes, la Capital Federal tiene 1660. Es por lejos el distrito con mayor cantidad de muertos por millón de habitantes del país y, al mismo tiempo, el pionero de cada una de las medidas de apertura, desde los runners nocturnos, que ya se agotaron, a las aglomeraciones en los bares o las clases inútiles bajo el sol. Si en Argentina toda se hubiera aplicado el modelo Larreta, en lugar de los 36 mil muertos actuales tendríamos hoy 75 mil.
El peor ejemplo
Esta política de flexibilización fue replicada por todas las pantallas nacionales y la gestión de Horacio Rodríguez Larreta se convirtió en ejemplar por sencillo machaque y ocultamiento. Del lado del machaque queda todo el sector privado del interior, la ñata contra el vidrio viendo cómo en la Capital Federal la gente salía alegremente a gastar guita. Del lado del ocultamiento está el resultado de la jarana, en cantidad dura de cadáveres.
Todavía queda mucho camino por recorrer. La cantidad de muertes diarias se ha estabilizado y de a poco comienza a bajar, lo mismo que los contagios. Sin embargo, todavía se está muy, muy lejos de lograr el logro que lograron los países que supieron manejar el virus. Es cierto, en todos los casos –todos– sus medidas de control social acaso serían inaplicables en Argentina, tanto por razones de miseria política como de necesidad económica. La famosa carta de la “Infectadura” se publicó el 1º de junio, cuando la flexibilización de las medidas de restricción ya estaba bastante avanzada, había 556 muertos totales y morían 13 personas por Covid 19 por día. Por infraestructura, desarrollo y cantidad de personal disponible, siempre estuvimos lejos del hipercontrol continuo digital de algunos países asiáticos, también de su policíaca gestión de una cuarentena. Sí pudimos pasar por unas semanas iniciales de restricciones rígidas, cuya eficacia duró hasta la llegada del invierno y cuyo éxito mayor fue acondicionar el sistema de salud para que la gente no se muera en la calle.
Pero otros países, ante los brotes, supieron volver a aplicar las cuarentenas. Y no se trata de países nervados por la autoridad policíaca en el sentido extenso: ahí están Australia o Israel, que por un ratito la jugaron de libertarios, le estalló el virus en la cara y volvieron a los cierres totales. También está Nueva Zelanda, ejemplo en el manejo de la pandemia. Ahora, Eslovaquia y Austria vuelven a un cierre total durante semanas.
Nosotros optamos por fagocitarnos a nosotros mismos y convertir las medidas de cuidado en una caricatura. Primero la oposición demolió sin descanso las medidas de restricción de la circulación, después hasta el oficialismo mismo se aflojó en las medidas de cuidado, generando irritación con la interminable serie de fotos de dirigentes amasijados sin siquiera tener barbijo.
Vale observar qué está pasando con la segunda ola de contagios y muertes en Europa, donde se vivía con libertad y responsabilidad: se está llevando más víctimas que la primera. Lo mismo sucede con la tercera ola de Estados Unidos, peor que la segunda. Estamos obligados a mirar a esos países para pensar cómo nos va a agarrar la vuelta del frío, porque recién estamos a mitad de camino en esta pandemia.