“(…) he sentido lo que es pasar por el cuerpo eso que de mil formas puede llamarse literatura”. Claudio Chiuchquievich.
1. La lógica y la física cuántica, según dice Halliday, ven al mundo y al lenguaje de muy distintas maneras. Donde la primera exigiría mayor rigor, la segunda se queja de que hay un exceso del mismo. La cuántica ve al mundo fluir, y dice que el lenguaje cortaría ese movimiento con una voluntad de nombrar las cosas como si entre ellas hubiera ajenidad y extrañeza, y no solidaridad, como la que sí existe en una cascada entre las gotas de agua que se hermanan en la caída.
2. El cuerpo tiene mejor prensa que el alma, últimamente. ¿Desde Foucault? Puede ser. Derrida dirá que en la irreductibilidad de los conceptos opuestos que supo signar Occidente, uno de los términos ejerce violencia sobre el otro. En el par cuerpo/alma, la religión, ponele, supo enfatizar la importancia del alma que se liberaría del cuerpo en su aspiración angélica. Esto no significa que no hubiera otros significados similares a los actuales en épocas pretéritas. Partamos de Spinoza y su célebre frase: nadie sabe lo que puede un cuerpo. Sigamos por Quevedo: alma, a quien todo un dios prisión ha sido. (“Todo un dios” y “prisión” quizá nos advierta que Quevedo estaba todavía como atrapado en el léxico religioso, aun cuando lograra su subversión). Por poner un par de ejemplos.
3. Algunas experiencias propias: al leer las primeras páginas del Ulises, hay un relato sobre un desayuno, tan vívido, que estás sintiendo el olor de esos riñoncitos salteados que emana de la página. Otra: yo mirando perpleja un cuadro de Botticelli. Empecé como a temblar y se me llenaron los ojos de lágrimas, mientras me preguntaba ¿qué me está pasando a mí, mujer del siglo XX, ante este cuadro tan antiguo? ¿Cuál es la química celeste que sale de la pintura y me afecta de manera tan rotunda que, desprevenida, me pone a llorar? ¿Es algo entre el cuadro y yo? ¿Tendrá que ver mi amigo Tony que, a mi lado, contempla lo mismo? ¿La tarde de Florencia, adonde vinimos de escapada desde Roma por sólo un día? ¿El sol que se entrevé tras los cristales de las ventanas? Estas preguntas surgen según las consideraciones que el cocinero del rey enumera tras el pedido de hacer una omelette de moras, en la narración de Benjamin en su Cuadros de un pensamiento. Ahora mismo estoy leyendo un libro de Fran Bitar (1) que me marea, ayer pensaba es como una suave embriaguez, por una descolocación que el movimiento de su prosa me genera: un ir y venir en vertical, diría. No hablemos de las risas con el Tristram Shandy, ni del quedar en el aire con Kafka, cuando te sustrae el piso después de permitirte sentirte seguro.
4. Así que, respiración, sí, pues queda involucrado el cuerpo entero. En el estado fluyente del mundo que perciben los físicos cuánticos, según Halliday, se forman compuestos, hay una afección, un afecto, que parte de algunas palabras, algunas cosas, con alguna condición de hermandad, alguna intimidad, que se experimenta en el cuerpo. Que un texto te corte la respiración es como que te aniquila, porque ya sabemos que respirar, etc. Vas leyendo y no notás, en su transcurso, que algo en uno se suspende, queda en el aire, aquietado y agitado al mismo tiempo. Apenas te das cuenta, apartás la vista y tomás, de manera apresurada, una bocanada de aire. Y ahí es donde te das cuenta de cómo esa operación de aniquilamiento tuvo una comunión impensada con la alegría.
(1) Francisco también se ocupa del cuerpo: del escritor, del libro, en Un accidente controlado. Dice: “El cuerpo razonado es nuestra pequeña venganza por la naturaleza que nos ha sido negada”.