¿Un editorial del desencanto? ¿Palabras sueltas sobre este año? En definitiva: la confirmación de lo mucho que nos gusta quejarnos.
Perdí el pen drive. Voy a ser más explícita: perdí el pendrive, adentro de mi casa, que es un monoambiente. Perdí el pendrive que solo utilizo para descargar las cosas en la compu y mirarlas en la tele. Es decir, desde su adquisición el aparatito sólo trazó el mismo recorrido, de ida y de vuelta, entre ambos dispositivos. Los separa una distancia de 3 metros con 24 centímetros. La medí. Porque tengo un metro, pero no tengo más el pendrive. Lo perdí adentro de mi casa.
No sé por qué este es un resumen tan acertado de mi año, pero lo es. No esperen que me ponga en solemne y les tire un discurso sobre la resiliencia y la importancia de ver la luz al final del túnel, porque no lo tendrán. Fue un año de mierda y no tenemos por qué negarlo, ni esconderlo bajo una pátina de ansiolíticos y malos cortes de pelo. Fue el equivalente de pisar caca descalzo, de azotarte el codo contra la puerta, de morder la pasa de uva en esa empanada de carne que tu abuela juró que no tenía nada más que picada especial y huevo.
Este año fue una estafa. Me imagino lo mal que se deben sentir los que creen en algo, sea el horóscopo o la Iglesia Católica. Ni fútbol tuvimos. Eso que estamos viendo ahora no es fútbol. Yo no entiendo nada de fútbol, pero entiendo de televisión y estar mirando tribunas vacías tiene la misma gracia que subirse a un taxi modelo Duna y que el tapizado esté levemente mojado. Estamos hace meses aferrándonos a esos segundos del día en los que el Turco García o Analía Franchín cocinan dos bifecitos de pollo para ver si así nos sentimos moralmente superiores. Y se murió Maradona. Y yo perdí el pendrive.
No había mucho en el pendrive porque ya no tengo mucho para ver. Estoy anotada en todas las plataformas nuevas y todas me aburren. Siempre termino en Youtube mirando esos videos de dos hindúes que construyen una casa con tres palos, una jeringa y muchas ganas. Y yo acá, perdiendo un pendrive en un depto de 42 metros cuadrados.
Fue un año tan de mierda que hasta Maluma la pasó mal. ¿Cómo puede pasarla mal Maluma? Es decir, la cúspide de la hegemonía, el status célebre y el dinero fácil. Maluma se afeita con Nutella, Maluma huele a Hugo Boss naturalmente y, aun así, la pasó mal. Al menos él hizo una canción con eso y metió un hit. Dignísimo. No como el cínico del yerno de Montaner, ese que no tiene apellido, que es sólo “Camilo”, que cree que es Shakira o Ronaldo que no precisa apellido. El muy atrevido te escribe un tema que dice que la plata no importa y que no hace falta tener aire acondicionado y que lo importante es, atención, el amor. Que te vacunen para el Covid con amor, Camilo. Vení a vivir el verano santafesino a refrescarte con amor, Camilo. Andá a decirle a los cobradores de deudas esos que salen en el programa de Mauro Viale que la plata no importa, Camilo.
Camilo no tiene problemas reales porque es el yerno de Montaner y porque además estoy segura, segurísima, que no tuvo que pasar por la cantidad de videollamadas y Zooms por los que pasamos los simples mortales en este 2020. No sabe lo que es el “Gonza, fijate que estás muteado. Ah no, ahora apagaste la cámara. A ver… no, salí y volvé a entrar porque no se te escucha. ¿Qué habrás tocado? Reiniciá el módem de última. Y descongelá la heladera, a ver si así funca”. Yo no aguanto más. No quiero tener todo el tiempo un segmento de mi casa ordenado por las dudas, para que salga de fondo. Quiero sentirme libre entre mi propio desorden. Ahora cada vez que estoy por soltar una flatulencia en la soledad de estas cuatro paredes chequeo a ver si por las dudas no estoy en un Zoom. Porque a veces me olvido.
Y en medio de todo esto, se nos ocurre legalizar el aborto. Yo no puedo esperar a las charlas navideñas. Quisiera ser una mosca en las mesas de todos ustedes. Quisiera ver cómo se tratan, con la euforia de esos círculos familiares que no se reúnen hace meses, todos los temas del año juntos. La gestión de la pandemia, el impuesto a las grandes fortunas, los incendios forestales, cuándo nace el fetite ingeniero, quién va a ganar Masterchef, si hay que ponerle el nombre del Diego a una calle o no, cuánto calza Cristina, quién se va a poner la vacuna, ¡cómo que la Pauli se hizo vegana! no hay nada para que coma, y ya que estamos en esa qué va a pasar con los terrenos del abuelo, quién logró que le funque la masa madre, quien cobró el IFE y para que lo usó, quién compró dólares y quién no pudo, ¿sigue vivo Soldán?, y ¿se sabe algo de los parientes de Italia o ya los mató el Covid?
Este año fue un miércoles eterno. Este año fue una intro de Netflix que no podés omitir. Este año fue la pantalla de carga de ese videojuego que te levanta la ansiedad. Este año fue la escena final de Toy Story 3, cuando Andy le regala sus juguetes a Bonnie. Este año fue “Menta y Limón” de Roque Narvaja pero sin enamorarte, sólo con la parte de la melancolía eterna y las escenas montadas en sepia.
Pero no todo fue gris y triste. Dejé de usar corpiño, pero incorporé el barbijo, porque la libertad es una ilusión que se diluye con el alcohol en gel. Y esa es una enseñanza del 2020 que me quiero llevar.