ANUARIO 2020 | Donald Trump, desbancado por la pandemia y por el demócrata Joe Biden.
Muertes por desesperación, las llamaron. El 22 de agosto de 2015 dos economistas de Princeton, Anne Case y el premio Nobel Angus Deaton, publicaron los resultados de su buceo por la marea de cifras del Centers for Disease Control (Centros para la Prevención y Control de Enfermedades), la gigantesca base de datos de salud y epidemias de Estados Unidos. Emergieron con una gema: en Estados Unidos se produjo una anomalía demográfica extraordinaria, por lo trágica. Toda la población mejoró su esperanza de vida entre 1999 y 2013, con una excepción. Hubo un aumento del 21% en la tasa de mortalidad de los hombres blancos pobres, causada por suicidios y sobredosis de drogas ilegales y prescriptas. Un año después, ese sector social, henchido de revancha, venció a la elite republicana, primero, y a la elite demócrata, después, con el mayor experimento electoral del siglo XXI: Donald Trump, el presidente del imperio más potente cuyo antecedente mayor fue echar gente en su reality show.
Cuatro años después, más que por Joe Biden, Trump perdió por el peso de su arrogante inexperiencia para enfrentar el coronavirus. Su apoyo de base sigue intacto y cada vez más enervado, en una sociedad reventada en un holocausto de cuerpos tan entregados al mercado que la tarifa de un traslado en ambulancia equivale a tres salarios mínimos. Crisis sanitaria, crisis de vivienda y alquileres, crisis de deuda estudiantil, en superposición con una población armada hasta los dientes y unas fuerzas de seguridad que desplegaron terror de Estado durante todo 2020.
Biden prometió vencer la pandemia, reconstruir la economía para los trabajadores, atacar el racismo sistémico, combatir la crisis climática y unir al país. Por ahora, su primer desafío es más elemental: lograr que esa enorme masa que volvió a votar por Trump se ponga el barbijo.