En la calle y en las instituciones de la política, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito peleó durante 15 años para instalar la idea de que ser mujer no es sinónimo de ser madre. Ahora que el aborto voluntario está muy cerca de ser ley, repasamos en esta crónica la lucha y las vigilias de 2018 y 2020 frente al Congreso de la Nación.
La calle, mojada y desierta, refulge con los fuegos. El frío de agosto cae en una llovizna finísima y solo se ven cuerpos, pañuelos, mochilas. Somos millones, verdaderamente millones. El Senado de la Nación acaba de rechazar la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Alguien grita en un escenario el nombre de Ana María Acevedo –una reivindicación– y por unos breves segundos la noche se hace silencio. Alguien dice entre lágrimas: “Pienso en todas las mujeres que van a seguir muriendo en abortos clandestinos”. Y otra voz se consuela: “Pero vamos a volver”.
La misma calle, dos años después, arde en el diciembre porteño. Cada tanto una brisa llega del río y mueve los banderines verdes que anuncian “Aborto Legal 2020”. Las veredas anchas son ferias de colores: pañuelos, llaveros, barbijos. Los vendedores con sus heladeritas de telgopor ofrecen agua, latitas de coca, cerveza. Una piba se desarma la garganta en el megáfono, lo suficiente como para ser escuchada en medio de los redoblantes y la música del cancionero feminista que suena en los parlantes. Un globo estampado con el rostro de Ana María y la firma de La Poderosa oscila con el viento matinal.
Del otro lado de las vallas, el terreno "neutral". Hacia el sur, el área celeste.
La calle no es cualquier calle. Es el territorio que hace 15 años la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito eligió para disputar un derecho. Es el Congreso de la Nación, con su cúpula verde y majestuosa, su recinto histórico, las legisladoras y los legisladores, la representación legítima del pueblo argentino. La esquina verde de Rivadavia y Callao.
Las calles son también las plazas verdes de cada ciudad, en cada rincón del país.
Es jueves 10 de diciembre, el Día de los Derechos Humanos. En pocas horas comenzará a debatirse nuevamente el derecho a interrumpir, por el solo impulso de la voluntad, un embarazo no deseado. Es decir: ni más ni menos que la libertad de decidir.
Frente al Congreso el aire se corta con cuchillo. Colgamos banderines, calculamos el tiempo de la sesión, repasamos los votos de cada diputade, contamos los minutos para que todo empiece. Es la fiesta que venimos planificando, lo que anhelamos durante todo este tiempo de militancia, aún cuando nos decían que la pandemia hacía imposible debatir sobre nuestros derechos. Sin embargo, insistimos –no aflojamos jamás– y a fuerza de interpelación a los decisores políticos pudimos instalar en la agenda que, aún en pandemia y más aún con pandemia, esta ley es necesaria.
De repente es la hora. Son las 11 de la mañana y suena el Himno Nacional en los altoparlantes. Sergio Massa preside la sesión. En la plaza de los Dos Congresos llegan los abrazos, los saltos, los gritos: “Lo logramos”. Esta vez será ley.
La historia camino a la ley
Desde 2005 la Campaña insiste en llevar la legalización del aborto voluntario al Congreso. Y esa insistencia se tradujo en estrategias: la sociedad civil, por un lado; el cabildeo parlamentario, por otro. Durante estos años la Campaña redactó su proyecto de ley en ocho oportunidades, siempre con las voces de las compañeras, con el conocimiento de las socorristas y de les profesionales que garantizan derechos, con las experiencias situadas de cada territorio de todo el país. Elaborada la iniciativa, comenzaba luego el trabajo de acercarse a las legisladoras y los legisladores, de contarles la propuesta, de convencerlos. Y a la vez, siempre, la calle: las juntadas de firmas, las entrevistas en los medios de comunicación, la construcción colectiva de los argumentos.
Aborto legal: una jornada de militancia, adentro y afuera del Congreso
Nos enfrentamos a uno de los mandatos de género más fuertes: el de la maternidad como realización de una identidad. Poco a poco fuimos instalando que ser mujer no es sinónimo de ser madre, y con ello, a cuestionar el imperativo social que ligaba nuestros cuerpos y nuestras sexualidades a la norma de la reproducción. Empezamos a contar experiencias de aborto, a escribirlas, a decirlas. Tras el objetivo concreto de una ley que ampliara el marco de derechos vigente también sostuvimos el reclamo por educación sexual para decidir y por anticonceptivos para prevenir las gestaciones no-deseadas (no queridas, no incluidas en nuestros proyectos de vida).
Ese camino se hizo a través de los lazos que genera la política feminista. Desde todo el país sostuvimos periódicamente reuniones plenarias nacionales, encuentros, formaciones. Conformamos 42 regionales en todo el país y las redes de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, las Socorristas en Red, la Red Universitaria por el Derecho al Aborto y la Red de Docentes por el Derecho al Aborto. En 2018, ese acumulado de 13 años se convirtió en marea. Ahí estábamos, sin distinción de edades, con la conciencia de la autonomía sobre el propio cuerpo y también con la convicción de que el Estado nos estaba negando el poder de ejercerla. Ese año no fue ley, pero sabíamos que habíamos dado un salto importante: el aborto emergió como un asunto político, no ya como un secreto de familia o aquella experiencia jamás contada.
Por eso en 2019 volvimos a presentar nuestro proyecto de ley, aunque era un año electoral y sabíamos que su tratamiento era difícil. Habíamos logrado una conciencia colectiva acerca de dos injusticias. En primer lugar, la cárcel como respuesta a quien aborta. En segundo, la falta de atención médica como respuesta a quien aborta. En ambos casos, diferentes formas de castigo del Estado a quien cuestionaba en los hechos el mandato de la maternidad. O más bien, de que nuestros úteros –de niñas, de varones trans, de lesbianas o de mujeres heterocisgénero– sean la prenda de cambio de una sociedad dispuesta a reproducirse más allá de nuestros deseos.
Una noche frente al Congreso
Las pantallas se extienden a lo largo de Avenida Rivadavia y de Callao, las calles laterales del Congreso. Ahí estamos, siguiendo el debate con los ojos muy abiertos. Celebramos que les diputades tomen los argumentos que construimos sobre la libertad, el deseo, la justicia social, el derecho a pensar un proyecto de vida más allá de los mandatos. Detrás de los barbijos se adivina la sorpresa, la sonrisa, el acuerdo. También se nota la indignación cuando habla algún celeste. El pavimento nos acoge con su hervor de medianoche y no hay cartel de Buenos Aires que brille más que esta marea.
Amanece y los viejos edificios del centro de la ciudad se recortan a contraluz. El cielo es una gran bóveda violeta que nos contiene, caen algunas gotas y comienzan los discursos de cierre. Miramos en las pantallas de los celulares la lista de oradores, contamos, sacamos cuentas. Cantidad de diputades por cantidad de minutos. Miramos la pantalla sin pestañear. Sin distinción partidaria aplaudimos a las sororas, a las diputadas feministas y nos embolamos con los traspiés discursivos de los antiderechos.
El aire que al principio se cortaba con cuchillo ahora ya no nos cabe en el pecho. Nos abrazamos. El cielo cada vez menos violeta y más blanco, el sol en alguna parte. Llega el momento de la votación y durante los tres minutos que pasan hasta que el tablero dice el resultado, la respiración se detiene. Es verdad: a esa altura, ya sabemos que la aprobación es un hecho. Pero tanta lucha, tanto fuego, no se apaga ni con la mayor de las previsiones. Hace años que anhelamos este momento. Y hace años que ponemos toda nuestra creatividad para instalar el tema. Primero fue un pañuelo convertido en símbolo, en cada mochila, en cada cuello; en el último tramo, pensar cómo estar en la calle en tiempos de aislamiento. Eso es lo que lloramos y lo que festejamos. Que una vez más lo conseguimos.
Y ahora escuchamos: 131 votos a favor, 117 en contra, seis abstenciones. Y unidas, juntas como estamos, saltamos y nos perdemos en el humo verde de las bengalas. Nos abrazamos con la fuerza de una marea imparable y con la complicidad construida en la militancia. Sí, juramos volver. Acá estamos: en la calle, el territorio que habitamos. Ahora sigue el Senado. Esta vez será ley.
Haciendo la historia: el aborto tuvo media sanción y va camino a ser ley