El llanto colectivo y la policía del sentimiento. ¿Hasta qué punto se puede cuestionar el duelo del otro? "Entre las muchas cosas que encuentro no opinables me resulta muy obsceno y muy fuera de lugar que se opine sobre el amor que alguien elige, sobre los miedos que alguien tiene y los modos en que alguien vive un duelo", señala la psicoanalista Alexandra Kohan.
La muerte de Diego Armando Maradona, el 25 de noviembre, no dejó a ningún argentino indiferente. El pibe que nació en Villa Fiorito se convirtió en un hecho social mucho más grande que su persona misma. Esto no es ninguna novedad. En el ámbito de la academia, desde análisis filosóficos hasta contribuciones a la teoría monetaria, Diego fue motivo de debate.
Pausa entrevistó a Alexandra Kohan. Ella es psicoanalista, docente en la UBA y autora de los libros “Y sin embargo el amor” y “Psicoanálisis. Por una erótica contra natura”. En esta entrevista, dialogamos sobre qué pasa cuando muere un ídolo popular como Maradona, su duelo y los discursos de odio respecto a su figura, los que también padeció Diego en vida.
—¿Qué estabas haciendo cuando te enteraste de la muerte de Diego? ¿Cómo lo estás atravesando?
—Terminaba de atender a una paciente y encontré un mensaje de Martín, mi marido, que estaba en la calle y que me pedía que le confirmara lo que se estaba diciendo. Para cuando vi el mensaje él ya lo había confirmado. Tenía también un mensaje de mi hijo, Jeremías y de una amiga, Florencia. No quiero olvidarme nunca de ese momento porque fue una especie de momento único: en ese instante en el que me estaba doliendo el pecho por la noticia, ahí estaban tres de las personas que más quiero. Voy a acordarme siempre de eso porque hubo una comunión de dolor entre nosotros que hizo que pensara, automáticamente, que no estoy sola, que no se puede habitar un dolor como este sin esas personas a las que queremos tanto y que nos quieren tanto. Y ahí estábamos al mismo tiempo.
No sé si lo estoy atravesando. Alterno entre la tristeza y el olvido. Por suerte tengo un trabajo que me permite salirme de mí bastantes horas al día. Ahí funciona un poco el olvido, porque aunque los pacientes hablen de su dolor por la muerte de Maradona, no es el mismo que el mío, ni el dolor, ni Maradona; no hay mismidad en eso. Después, salgo de atender y me quedo un poco pegada a Twitter, pero supongo que es también una forma de estar con otros en el dolor. También leo textos muy amorosos que se escribieron en estos días. Luego, también lloramos.
—¿Qué pasa cuando muere un ídolo popular de la talla de Maradona? ¿Cómo podrías definir esos duelos?
—No tengo idea porque eso sería suponer que los duelos son todos iguales. Si algo no se puede definir, es un duelo. Lo que sí creo que nos pasa en un primer instante, es que se nos viene encima la vida, no la muerte, sino la vida, la nuestra. Se produce una especie de desmoronamiento absoluto, se derrumba todo eso que se sostenía en él, con él. Lo que cada uno de nosotros tenía ahí, eso que para cada uno significaba Maradona. Somos lo que Maradona hizo de nosotros. Algo así. Puede que sea exagerada esa formulación, pero en medio de un dolor, todo suena a mucho, y no es momento de aplacarlo.
El duelo en discusión
En los primeros días después de la muerte de Maradona, hubo críticas en las redes sobre el sentir de las personas que expresaron su dolor por la partida del ídolo.
Al respecto, Kohan sostiene que “habría que preguntarles a los portadores de ese odio, de ese resentimiento, cómo conviven con eso. Yo no creo que tengamos que convivir, justamente. Creo que hay modos que cada uno irá encontrando para que nuestro dolor no se convierta en ira contra esas personas”.
“Ahí sí vamos a tener que hacer un esfuerzo enorme para no irnos por ese agujero, para que la mierda no nos tape. A algunos les funcionará contestar, a otros, no contestar. Yo me siento mejor cuando puedo no contestar, no leer, no escuchar. Es muy difícil, pero después me siento más aliviada. Prefiero no dirigirles ni una palabra a los que no pueden hacer silencio en medio de tanto dolor. No se trata de que entiendan el dolor, eso es imposible, se trata de que no le vomiten encima. Hacer silencio no es no hablar, sino no verse obligado a decir algo”, define la entrevistada.
“Noto que esa gente no puede parar de hablar y de pronunciarse, no puede parar de levantar el dedo, no puede parar de vigilar, de vigilantear, no puede parar de creerse a salvo de todo, no puede parar de destilar veneno. Subrayaría eso: esas personas no pueden parar. Son ellos los que tienen que convivir con no poder parar, y no poder parar no es nada agradable”, agrega.
—¿Por qué pensás que hay personas que nos quieren decir qué cosas podemos llorar y cuáles no?
—Una vez pensé que entre las muchas cosas que encuentro no opinables me resulta muy obsceno y muy fuera de lugar que se opine sobre el amor que alguien elige, sobre los miedos que alguien tiene y los modos en que alguien vive un duelo. No veo que las categorías morales de correcto/incorrecto puedan ser aplicadas al dolor. Quizás por una deformación profesional estoy muy acostumbrada a no medir el dolor de alguien y a alojarlo sea por la razón que sea. Está lleno de gente que dice “no te podés poner mal por esto”, que vive midiendo con su vara, con su Yo, de qué se puede sufrir o de qué no. Es insoportable, sobre todo para ellos.
Me parece que hay, en algunos, una necesidad de creerse todo el tiempo que pisan firme. Que no existen los matices ni los pliegues, que todo es siempre idéntico a sí mismo, que mejor caminar erguidos y no tropezar. Pero, sobre todo, creo que se ven obligados a pronunciarse permanentemente, a expresarle al mundo a los gritos que ellos están del lado del bien. Trabajan incansablemente para sostenerse en un deber ser, propio y de los demás. Son posiciones que terminan siendo payasescas, caricaturescas. Son su propia parodia. Pero entiendo que ese garrote con el que le pegan al mundo es el mismo que recae sobre ellos. Un poco me apena que tengan que sostener esa posición permanentemente.
—¿Qué te hizo quererlo a Diego? ¿Qué nos dicen sus contradicciones?
—No sé qué me hizo quererlo porque lo quiero desde siempre. Y como todo amor, no se sabe por qué. Los amores no necesitan razones ni explicaciones. Lo que sí pensé en estos días es que una de las cosas que lo hacen adorable es el modo en que conmueve la vida de millones. Sus contradicciones no nos dicen nada. Es como si nos preguntáramos qué nos dice el hecho de que tengamos que respirar para vivir. Los que no soportan las contradicciones son aquellos que pretenden que el otro nunca falle. Imaginate lo asfixiante de esas vidas.