Decenas de llamados y zooms impulsados por el Papa, otras decenas impulsadas por Alberto Fernández y una vicepresidenta lista para reparar una herida histórica. El poroteo cambia hora tras hora a despecho de los argumentos científicos de las audiencias. Gana el mejor lobby.
Uno de los indicadores que bien puede servir para medir cuantitativa y cualitativamente la gestión del Frente de Todes con pandemia incluida es la cantidad de proyectos convertidos en leyes que luego deberán ser reglamentadas sin contrariar su espíritu y sus artículos fundamentales para no ser letra muerta (una inconstitucionalidad clásica del macrismo). El presidente espera que el peso simbólico de una ampliación de derechos, que fue promesa de campaña, corone un año parlamentario que cerrará en extraordinarias con más de 40 leyes, que en la valoración cualitativa que hizo Cristina en su última carta fueron “a favor de los argentinos y las argentinas, para ampliar derechos”.
La legalización de la IVE sería el broche verde y luminoso que permitiría compensar las restricciones internas que enfrentó el gobierno y es una medida inobjetable para entender que las grietas no se suturan, se administran. Que el debate libre y sin condicionamientos institucionales de ideas es lo verdaderamente constitutivo de la democracia y que ejercer el poder en base a convicciones profundas (que además fueron promesa electoral) es la manera legítima de ejercer el gobierno. ¿Cuál sería la media aritmética entre quienes dicen que no hubo más de 7000 y los que reivindican los 30.000 desaparecidos? ¿18.500? ¿Cuál sería el punto medio entre quienes consideran que el cigoto es una persona o que la eyaculación sin fines de útero es un genocidio y los que sostenemos que una vida plena de derechos se despliega a partir del nacimiento y que la legalización de la IVE es un problema de salud pública y planificación familiar? Los argumentos pueden ser religiosos, filosóficos, pseudo científicos o ciencia cierta y pura, pero la solución es política y participa de la construcción de una nueva correlación de fuerzas.
Muertos y vivos
Las organizaciones antiderechos lograron una primera victoria cultural a la hora de marcar la cancha donde jugar este partido, que dicho sea de paso tiene a Diego Maradona en el equipo verde. “No se puede seguir este ida y vuelta en el que la mujer tiene que arriesgar cada vez que tiene un embarazo y tiene que ir a un carnicero para sacar al bebé. Eso es ser criminal. Yo les pediría a los que están votando que le den una posibilidad a esa mujer de elegir democráticamente".
Desde las siglas que los agrupan (ProVida, Médicos por la Vida y otras vitalidades por el estilo) se arrogaron el lugar de la vida contra la muerte que representarían quienes defienden el derecho de una mujer de disponer sobre su cuerpo, de planificar cuántos hijos quiere y puede tener, de minimizar el costo económico, el impacto psicológico de aborto y evitar la primer causal de muerte a nivel mundial para las embarazadas. Esas organizaciones hegemonizadas doctrinalmente por las iglesias católicas y evangélicas no quieren educación sexual para decidir, anticonceptivos para disfrutar y no abortar ni abortos para no morir. Muchas de ellas consideran que la vida de la madre es un justo precio por la vida del niño (no utilizan inclusivos) porque ella es un recipiente vital, una gestante con vocación sacrificial y se debe a su primer y mayor cometido en esta tierra. Son patriarcales, atrasan ideológicamente y reproducen en espejo el lugar que una geronto monarquía patriarcal como la Iglesia Católica les da a las mujeres (con Católicas por el Derecho a Decidir como expresión disidente dando peleas desiguales): el del silencio, la periferia y la servidumbre. Pero esa derrota fue revertida por las risas, los cánticos y los abrazos de la marea verde, de cientos de miles de abuelas, madres e hijas que representan lo más vital, transversal y transgeneracional de esta lucha. Del otro lado rostros crispados, escraches violentos, patéticos fetos gigantes y niños discapacitados arreados y embanderados de prepo. Las pibas son mayoritariamente verdes, la vida es verde y el celeste bebé o pastel exhibe su impotencia, su atraso y un puñado de instituciones que saben que la derrota está a la vuelta de la esquina, a tiro de un par de abstenciones, a tiro de tres o cinco votos.
Lo que no resiste discusiones es que las muertes por abortos clandestinos (sean 100 o 500 por año) son inaceptables y evitables. Para no caer en el revoleo lamentable que le encanta a los antiderechos que reinvindican la última dictadura militar, habría que decir que esas cifras son un vicio y un insumo elemental de políticos, periodistas y contadores. Una sola mujer fallecida por no poder acceder a una interrupción legal y segura es un escándalo y un problema político de primer orden; una rémora del patriarcalismo que domina el espectro político nacional (con mujeres en cargos legislativos y ejecutivos incluidas) y requiere una respuesta eficaz y accesible del sistema público de salud. La medicina privada y sus obras sociales harán negocios como siempre, pero ninguna mujer cuya vida corra peligro o decida planificar su presente y futuro perderá la libertad o la vida.
Una de Cobos pero bien
Cristina es católica, apostólica y romana. Un cuadro en todo el ancho de banda de la palabra, sabe que el credo que profesa tiene antecedentes progresistas a la hora de respetar el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Y no hablamos de Juan XXIII ni de Carlos Mugica sino de Santo Tomás de Aquino y San Agustín, teólogos medievales que sostuvieron –como la iglesia durante siglos– que hasta que no fuese físicamente notable (unas 14 semanas o tres meses) el embarazo era un tema que debía ser resuelto por la mujer, que los hombres no tenían porqué inmiscuirse en esos asuntos. Incluso Santo Tomás incorporaba a Aristóteles para apostolar que “el alma no es infundida sino hasta después de la formación del cuerpo”. Y que fue el Código Napoleónico en 1804, una de las tantas institucionalizaciones laicas y misóginas, el que por primera vez y cruelmente le quitó todo derecho a las mujeres sobre sus cuerpos, sobre sus vidas públicas y privadas. La iglesia registra su primer decreto abiertamente antiabortista en 1869, varias décadas después del misógino de Bonaparte, durante el papado de Pío IX. Hay aberraciones dogmáticas religiosas y laicas en este derrotero.
Fue el embarazo de Florencia, el impulso de acompañarla cual fuera su decisión, lo que permeó la postura de Cristina en 2018 y lo que permite fantasear con una victoria ajustada o un desempate histórico a su cargo, que respete sus convicciones y la decisión orgánica del Frente heterogéneo que ella misma creó (recordar su invocación en Clacso a integrar izquierda y derecha, verdes y celestes para ganarle al macrismo). Ese fue un llamado a no abortizar la agenda política en campaña, a encontrar coincidencias superiores.
La vigilia del 29 será tremendamente tensa y emotiva. Hace dos años, un gobierno desarmaba la vida de millones de argentinos con mujeres incluidas; como dice una compañera feminista: era esencial para la vida de millones de pibas pero “Macri no se la merecía”. Al cabo de cuatro días y 60 testimonios a favor y en contra y con un dictamen que colecta firmas mayoritarias en las tres comisiones a las que giró el proyecto, Cristina milita voto a voto a través de Anabel Fernández Sagasti, como Néstor lo hizo con el Chivo Rossi para el Matrimonio Igualitario, y Alberto moviliza a todo su gabinete para garantizar que sea ley.
La batalla cultural está ganada, falta la ley para seguir ampliando derechos y coronar un año tramado por dos pandemias, para ponerse a la altura de una de las luchas más justas y transversales de los últimos años.