ANUARIO 2020 | La pandemia dejó a la vista que el desafío de la virtualidad no tiene que ser el último recurso, sino una estrategia de innovación real en todas las áreas de la educación.
¿Quién ayudó durante todo el 2020 a les chiques con la tarea y las clases virtuales? ¿Quién puede estudiar una carrera, trabajar y gestionar la casa al mismo tiempo? ¿Quién tiene ganas de leer un libro en la pantalla de un celular? Las respuestas a estas y otras preguntas hacen evidente la urgencia de atender las dificultades del sistema educativo, resaltadas por la pandemia.
Desde las desigualdades de acceso a la conectividad y los dispositivos tecnológicos de estudiantes y docentes, hasta la inequidad en el reparto de las tareas domésticas y de cuidado; en todo se hizo evidente la ausencia –o falta de implementación- de programas como Conectar Igualdad y el Plan Nacional de Lecturas.
Por otro lado, el viraje hacia la modalidad a distancia como única opción posible amplió cierta oferta educativa, porque si bien la posibilidad tecnológica ya existía, la pandemia empujó a cátedras, carreras, artistas y especialistas en distintas disciplinas a brindar talleres y cursos virtuales. En algunos casos del nivel terciario, universitario, el posgrado y la investigación, la virtualidad y la modalidad a distancia permitieron el cursado a aquellas personas que no hubieran podido hacerlo por costos de transporte o incompatibilidad con los horarios laborales.
Para el 2021, el desafío es que la virtualidad no sea el último recurso, sino una estrategia de democratización e innovación real en todos los niveles y áreas de la educación y la investigación.