Como cada comienzo de marzo, leo comentarios en las redes de usuarios indignados con los docentes porque hacemos paro y no empiezan las clases, tenemos a los niños de rehén, hipotecamos el futuro y siempre porque queremos más plata. En esos comentarios hay algo que se repite: la “vocación docente” está ausente cada vez que hacemos huelga por las bajas ofertas salariales que nos ofrecen y las paupérrimas condiciones laborales. ¿Será que estas personas a los plomeros les exigen que destapen los caños por vocación o les pagan sin chistar lo que el plomero cobra, que siempre es lo que él quiere, para poder dejar de sentir olor a mierda en la casa?
¿Qué es la vocación docente? ¿Está bien exigirla? ¿Se nace con una vocación? ¿Es algo para lo que estamos destinados? ¿Alguien alguna vez escuchó hablar de la “vocación ingeniera” o de la “vocación barrendera”?
Nadie nace con un propósito en la vida o “destinado”, sino que eso se va construyendo de acuerdo a las posibilidades de acceso a mayores oportunidades de elegir qué ser. Y cuantos mayores accesos, mayores opciones para elegir. Si la vocación no es algo con lo que nacemos, no está presente en todos ni tiene por qué estarlo. Entonces, ¿de dónde surge la vocación docente? ¿Hay una materia en los profesorados que se dedique a enseñarla? ¿Hay una definición científica sobre ella? ¿O es una suerte de mito originado en modelos de docentes ejemplares que se sucedieron de generación en generación y que tomamos por estereotipos de lo que debería ser o no ser un o una docente?
El/la buen/a docente, según este paradigma, es quien se dedica con esmero a servir a sus alumnos. Son pulcros, siempre sonrientes, disponibles, pater y maternalistas. Nunca protestan. No sabemos cuánto cobran y cuánto trabajan. Pero sí sabemos que nunca faltan a su deber y predican con el ejemplo los valores de la ciudadanía responsable. El/la buen/a docente es el/la normalista de principios de siglo XX, cuya vocación es la de educar al soberano como un servicio a la patria. Y nosotros, cien años después, arrastramos esa herencia para desprestigiar los reclamos del docente actual.
La vocación docente es vocación de servicio. Su deber moral es servir al futuro de la patria. Y si es un deber moral es incondicional: no importa en las condiciones que sean, el/la docente debe cumplir con su deber.
La vocación de servicio conlleva el sacrificio. Parece que por “el hecho” de estar sirviendo al futuro de la Nación, tenemos una misión que nos debería enorgullecer y que por ello tenemos que estar dispuestos a sacrificar nuestro interés personal en pos de un bien colectivo mayor: el futuro de la Patria. De ahí se infiere que dejar de servir para reclamar una mejora salarial (el “interés personal”) no es el ejercicio de un derecho constitucional sino una falta moral. No somos trabajadores reclamando, sino inmorales porque dejamos a los chicos sin clases.
Pareciera que la docencia fuera una filosofía de vida más que un trabajo. Una elección que nos debiera enorgullecer porque le servimos a la Patria. Según el imaginario social, el docente elige ser docente y le encanta serlo.
Hay una cuestión que desmiente que la docencia fuera una elección libre. En general, hoy la docencia representa una salida laboral relativamente rápida. Los Institutos de Formación Docente y las Universidades donde se dictan profesorados albergan estudiantes que necesitan trabajar lo antes posible. Son carreras cortas y baratas. Estudiar para ser maestro/a o profesor/a es mucho más barato que estudiar alguna ingeniería o medicina. En este sentido, ser profesorx hoy en Argentina es una alternativa a ser policía o empleado en negro. Es eso históricamente vedado para la barriada también: el/la pobre con un título universitario.
Hay que dejar de romantizar la docencia. Es un trabajo que debe ser ejercido en las mejores condiciones, como cualquier otro trabajo. Nos exigen vocación, sacrifico y excelencia en condiciones de trabajo lamentables. Hay docentes que trabajando a full siguen siendo pobres. Eso quiere decir que muchos/as eligen la docencia por necesidad.
Si existiera la vocación docente, es algo que se hace y no con lo que se nace. Debe ser cultivada con buenas condiciones laborales. Es imposible que alguien tenga ganas de hacer bien su trabajo si le pagan mal o no le brindan la capacitación y los recursos suficientes para poder ser un/a trabajador/a con derechos garantizados. Hasta que eso no sea una realidad, el trabajo por vocación seguirá siendo una exigencia injusta e injustificada a quienes solo desean un empleo digno y bien pago. ¿Y eso no es acaso lo que todos/as deseamos para nuestra vida?