De Papá Noel para acá estamos programades para creer a rajatabla todo lo que se nos venda, como una suerte de respuesta mágica y favorable frente a nuestras buenas acciones.
Lejos han quedado los tiempos en los que nos parecía posible que la pandemia (y sus infinitas ramificaciones) provocara un sismo tal hacia el interior de las frágiles mentes humanas que pudiera derivar en la superación de la especie. Pues bien, esa vieja idea de que el coronavirus iba a sacar “lo mejor de nosotres” a flote, falleció con la rapidez con la que murieron miles de masas madre a lo largo y lo ancho del país. Fofas, flojas y con olor a pedo, nuestras expectativas se vieron subyugadas por la cruenta realidad: nada fermenta en el terreno de las frustraciones, la angustia y la incertidumbre.
Nada, claro, a excepción de los discursos tóxicos y las salidas mágicas.
En criollo: allí donde la masa madre no pudo crecer, Ivana Nadal triunfó.
Que se entienda que no tengo nada en contra de Ivana Nadal. No la conozco, no sé quién era antes de ser la chica que hace videos raros en Instagram y apenas si sé quién es ahora. Pero algo en toda su performance me remite siempre a los viejos magos de circo que iban, de pueblo en pueblo, haciendo trucos baratos frente a las miradas ingenuas de quienes aún no conocían la luz eléctrica. El último mago o maga que habitó esta tierra fue la persona anónima que inventó el bidet y que probablemente murió en la extrema pobreza. Así pasa siempre con nuestros héroes, lamentablemente.
La cuestión es que Ivana se dedica ahora a propagar frente a sus más de dos millones de seguidores de Instagram algunas ideas que podrían considerarse frescas y revolucionarias si no tuvieran tanto olor a “gente con privilegios que cree que tiene un alma de cristal porque nunca tuvo que ponerle agua al shampoo”.
Ivana, con su agradable rostro, su cuerpo hegemónico y su tono de carmelita descalza, nos ofrece desde su plataforma de influencer una serie de tips para la vida, la salud, el amor y la igualdad que sólo podría aventurarse a seguir quien tenga una obra social al día. Predicando un discurso New Age en el cual el amor es la fuente de sabiduría eterna y etérea que puede salvarnos de todos los males (desde un orzuelo hasta el Covid), propone el tipo de discurso prefabricado y masticado que todes preferimos. Porque seamos en esto claro, sinceros, concisos: a nadie le gusta pensar. Realmente. A todos y todas nos gustaría poder encontrar el sentido de la vida en el horóscopo, la religión, las ideas de Ivana o la doctrina radical (si es que esto existe, no tengo pruebas de momento).
Su último video, para quienes no lo sepan, comenzó con la sutil frase: “La única realidad que existe es la que vos elegís vivir. ¿Existe el Covid? Sí, como diez millones de enfermedades más”. Ese fue el puntapié para que Ivana se explayara acerca de su más reciente enemigo: el barbijo. Así como lo leen. Ivana llega un año tarde a decirnos que el tapabocas no sirve. O que, en todo caso, el Covid es una ilusión a la que podemos mantener fuera de nuestro cuerpo si vibramos lo suficientemente alto. Lo más alto que yo he llegado a vibrar es aquella vez que viaje en el asiento encima de la rueda del 9 camino a la Ciudad Universitaria. No creo que Ivana se esté refiriendo a eso.
A su entender, el barbijo no sólo es inútil, sino que (¡atención!) sentís cómo respirás aire caliente, como el dióxido de carbono da vueltas adentro del barbijo y vos te lo metés para adentro y lo sacás. Realmente Ivana jamás podría transitar el verano santafesino o santiagueño, si lo que ella considera mortal es el aire caliente que te queda detrás de la tela del tapabocas. Fallecería un 6 de enero en la esquina de Tucumán y 1º de Mayo mientras espera que aparezca algún remís. Pero lo preocupante no es que Ivana milite en contra de todo lo que, hasta acá, con sus bemoles, ha logrado que el sistema de salud no colapse. Lo preocupante es que Ivana milita a favor de cosas más nocivas. Su tesis, avalada por un puñado de libros de Brian Weiss mal leídos, es que todo puede curarse con amor. Hace un par de meses tiró, así como si nada, que si te enfermás, de lo que sea, es porque simplemente no le pusiste la garra suficiente. Maravilloso.
Asumo, y en este gesto me desvisto de todo rigor periodístico (si acaso existiera), que Ivana posee una buena cobertura de obra social y ninguna comorbilidad. También entiendo que al menos en su círculo más estrecho no existe nadie que corra peligro de vida si Ivana de pronto no vibra lo suficientemente alto, se chupa el reposabrazos de la butaca del cine y se pesca manso Covid. Llegado el caso, Ivana nos sirve de ejemplo para todas las recetas mágicas, incluida la vieja y conocida del neoliberalismo: podés adentrarte en el desconocido territorio de lo espiritual, lo new age y los fundamentalismos si contás con el respaldo de los bellos privilegios que te convierten en un ser de luz.
¿Se animaría Ivana a vibrar alto si no tuviera que recurrir después al vapuleado sistema público para tratarse de una apendicitis de urgencia? ¿Acaso nos invitaría a quitarnos el barbijo y despojarnos así de la primera barrera de protección si el resultado de esa epopeya no fuera a conducirnos a una cuarentena en un monoambiente de 32 metros cuadrados sin luz natural y sin ventilación cruzada? Lo dudo. De hecho, Ivana produce sus videos desde la comodidad de un hotel del tipo All Inclusive en México. Y nos lo muestra y nos enrostra su pulsera de papel de color que indica que es una VIP entre les más VIP del condado. No sabemos si llegó hasta ahí vibrando alto. Probablemente llegó presentando algún PCR con una oración sobre-escrita en crayón que dice que ella es un caso positivo de espíritu.
Me recuerda mucho a un ex compañero de natación que solía decirnos que, en su paso por República Dominicana, adonde había ido en un dudoso intercambio del que poco sabíamos y sobre el que aportaba escasa información, había aprendido a nadar mejor. El agua de ahí, nos decía, era menos dura y por consecuencia más amable a la brazada. Pero lo mejor era que según él eso lo había dotado de la capacidad de nadar desde el alma. Que despojado de la resistencia que le imponía el agua del acuífero guaraní, había logrado destrabar en él la capacidad de nadar, no ya con sus extremidades, sino con su ser. Un pánfilo atómico. Obvio que, en las prístinas aguas de República Dominicana, embebido en el alcohol de alta graduación que suele tomarse por esos lares, te parece que nadas desde el centro mismo de tu concepción atómica. En círculos y meándote en la zunga, probablemente. Pero el ser de luz jamás nos brindó ese tipo de detalles. Jamás nos brindó detalle alguno, de hecho. No supimos por qué se fue ni porqué volvió, ni cómo hizo un vendedor de pan lactal para conseguir semejante curro. Salvo, claro, que los panes de los que él hablaba no hayan sido precisamente para consumo familiar.
Era comprador, el muy irresponsable. En dos minutos te vendía un buzón viejo sobre la base de un discurso de amor propio y meritocracia que te volvía medio pelotudo al instante. Si no le entregué todos mis activos fue porque en realidad no poseía activos. Siendo honesta, ni siquiera sé a qué se refieren cuando hablan de “activos”. Pero ahora me siento muy boba como para preguntar. Como pasa siempre en la vida.
Mejor deberíamos preguntarnos por qué nacen, crecen, se reproducen y desaparecen las ivanasnadales et al. de vez en cuando y cuando las papas queman. Se asientan en los canales de noticias en las horas de la madrugada, en programas de cable y de radio que siempre llevan alguna cortina de Enya de fondo y mezclan papas con manzanas hablando del budismo, los valores cristianos, la medicina alternativa y, si así lo requiere el caso, el mismísimo Gauchito Gil. De Papá Noel para acá estamos programades para creer a rajatabla todo lo que se nos venda como una suerte de respuesta mágica y favorable frente a nuestras buenas acciones. Todes caemos en alguna, más tarde o más temprano. Sobre eso se sostienen la Iglesia Católica, las estafas piramidales, la lotería y Herbalife. A favor de Ivana diremos que, a diferencia de su predecesor, Claudio María Domínguez, al menos ella no encubrió abusadores.
También agregaré, en este ejercicio sororo de no pegarle tan de lleno como podría, que el argumento a prueba de balas que Ivana usa para defender sus ideas es simplemente brillante y aplicable a todos los planos de la vida: el deseo, el amor, el trabajo y las discusiones sobre si es mejor el verano o el invierno. Frente a quienes la critican, Nadal contesta: “Me van a volver a atacar de todos lados y van a volver a decir que estoy diciendo pelotudeces. ¿Y sabés por qué es eso? Porque voy por el camino correcto”.
¡Quién pudiera vibrar tan alto como para tener ese nivel de paz mental!