Rojo pedalea por la ciclovía, podría decirse que a eso se reduce su existencia. No sabe si es un juego electrónico, un sueño o una broma, tampoco lo aflige esa incertidumbre, digamos que los problemas filosóficos le resultan indiferentes.
La ciclovía tiene dos calles anchas a los costados, y cada cien o doscientos metros una calle la atraviesa. No tiene ninguna curva, es constante y aparentemente infinita, aunque con el paso del tiempo, que no podríamos saber cómo medir, Rojo fue identificando distintos patrones que cada tanto se repiten dando la sensación de una calesita recta y eterna. Algunos negocios, grupos de gente, de autos, ciclistas que van en sentido contrario, una escuela, algunos árboles, vuelven a aparecer en el mismo orden, de manera impredecible. Todo lo demás parece real, y fruto del azar o el libre albedrío.
Rojo desconoce el sueño, el hambre y el cansancio. Puede bajar de la bicicleta y caminar o sentarse en los bancos que suelen aparecer al costado del camino, también puede dar la vuelta y volver sobre sus pedaleos. Alguna vez hizo todo eso, pero no experimentó otra cosa que extrañamiento y sinsentido, incluso algo remotamente parecido al vértigo. En síntesis, desagrado.
También, por supuesto, probó matarse, más por curiosidad que por aburrimiento o sentido trágico, el resultado fue el que íntimamente sospechaba, un apagón general, pérdida de conciencia y despertar sobre la bicicleta intacto, algunos pocos metros atrás de donde se había metido abajo del camión de soda.
A veces le gusta mirar el paisaje, los autos y la gente que pasa caminado o corriendo, paseando perros o sentada en los bancos, comiendo, descansando, besándose. De noche le gusta mirar las luces de los edificios, divide entre las ventanas de luz cálida y luz fría, prefiere las primeras, pero le gustan las distintas combinaciones, cuando aparece alguna luz más exótica, tipo roja, azul o violeta, siente como un pequeño chispazo de alegría y se detiene un rato a contemplar y contar las ventanas.
Cada tanto parece haber una falla o quiebre, todo parece tildarse, se pone borroso o directamente se apaga como una muerte, después de eso reaparece con una bicicleta distinta. A veces mejor y a veces peor. La que tiene ahora, por ejemplo, es bastante más incómoda y pesada que la que tuvo antes que esta y que no deja de extrañar un rato cada día. Sin embargo, si le preguntan si quiere un nuevo cambio seguramente va a decir que no, no logra olvidar ese largo y espantoso tiempo que le tocó un monopatín de juguete.