No todo lo que viene de Rusia son vacunas: repasamos historia, actualidad y detalles salientes de la música rusa.
Ahora que el pueblo argentino se está inoculando un preparado ruso y muchas de sus consecuencias son memes simpáticos o letra para el delirio de Canosas y Caseros, son constantes las fantasías sobre lo que la vacuna nos implanta a través de sus dosis de 0.5 mililitros: nos hace vulnerables al 5G chino, nos lleva por el camino a la perdición pronosticado por Nostradamus y automáticamente nos hace hablantes del ruso. Ah, pero si les enseñara inglés o alemán, no dirían lo mismo.
Para quien suscribe, en el combo sería bien visto que la Sputnik V también trajera incorporada la cultura popular del más grande del mundo (por territorio). Tolstói, Chéjov y Dostoyevski fueron paridos por ese idioma y marcaron el camino para las películas de Eisenstein y Tarkovski, que a su vez diseñaron un paladar visual exquisito que todavía resuena hoy, casi 100 años después, en las bandas que saben llegar a todo el mundo a través de YouTube y Spotify.
Su sistema cultural está trabado y afirmado orgánicamente, se nutren entre sí, dialogan y dan como resultado artistas integrales que saben cuidar sus tradiciones en cada uno de sus niveles. Pero no todo fue ni es así de fácil, especialmente cuando se trata de conseguir el visto bueno oficial.
Perseguidos por la KGB
Con tener una noción vaga de Rusia y teniendo como referencia lo que pasó en Argentina en su momento, alcanza para suponer que la historia de su música está dominada por la protesta. Y esto es en esencia así, salvando la injusticia propia de cualquier generalización.
Entre 1964 y 1989 toda música que pretendiera ser editada con todas las de la ley tenía que ser publicada con el ok de Melodiya, la discográfica estatal soviética cuyo catálogo tendía hacia música etiquetable como “inofensiva”, como ser la clásica, el folk nacionalista y relatos infantiles. También lo occidental debía pasar por ese filtro que supieron superar algunos como los Beatles, ABBA y Bon Jovi. Por fuera de ese circuito, igualmente, muchos artistas se daban maña para sostener circuitos clandestinos para grabar y actuar, por ejemplo, haciendo shows en domicilios particulares. Tal cual había pasado unas décadas antes con los poetas “no estatales”.
Siempre que algún artista caminó por la cuerda floja entre lo oficial y lo clandestino, se aseguraba dos cosas: que la KGB te iba a echar el ojo y que el público iba a crecer. Uno de los casos salientes de la década del 80, la época de oro del rock ruso, es el de Yuri Shevchuk, líder de DDT, que es una de las bandas más populares del país desde 1980 a esta parte. Inclusión en la lista de vigilancia, prohibición después, semi legalización más tarde: podían tocar en eventos públicos, pero en las transmisiones y en los diarios no se los nombraba, ni se los mostraba, ni nada.
Si bien DDT no es una banda de protesta, sí supo hacer de la crítica al status quo uno de sus recursos más salientes, a veces más explícitamente que otras en las que la salida se vuelve más poética, como las letras del Indio, pero menos difíciles. Más acá en el tiempo, en 2010 puntualmente, el bueno de Yuri Shevchuk compartió un momento con Vladimir Putin durante un festival por niños con cáncer y en el que, a pesar de tener la advertencia de “no hacer preguntas filosas”, encaró al presidente para pincharlo respecto a la violencia policial, la corrupción en el gobierno y sobre el derecho a la protesta, que todavía no se puede ejercer libremente.
Todavía más nuevos son los casos de las Pussy Riot y IC3PEAK. Las primeras llegaron a meterse a la cancha durante la final del Mundial de Rusia para protestar también contra la impunidad gozada por las fuerzas de seguridad, aunque su agenda está cargada también de militancia feminista, por los derechos LGBT y de libertad de expresión, además de su sonido punk rock.
Por su parte, IC3PEAK es un grupo de hip hop electrónico con un tono bien oscuro y tenso con letras que cuestionan fuerte los mandatos como el de la mujer sumisa que se debe a su marido: "Soy como una extraña en mi propia familia/Pero no tengo miedo y no me estoy mintiendo". Podría parecer algo que cualquier artista sería libre de expresar, pero ante la consulta del periodismo, la cantante Nastya Kreslina siempre responde: “Para nosotros, terminar un concierto sin interrupciones de la Policía es una victoria”. Pero más allá del caso puntual, lo esgrimido desde el Estado es que la música rap y trap reproduce contenidos peligrosos respecto de la droga, principalmente, y sobre sexo y protesta, en un segundo orden: “Si es imposible parar esta música, entonces tendremos que dirigirla y redireccionarla adecuadamente”, es lo que declaró al respecto el mismo Putin.
La máquina del tiempo
Como decíamos antes, la música más popular del mundo, o sea los Beatles, influyeron fuerte en las primeras bandas que hicieron rock soviético y es el caso de Mashina Vremeni o Máquina del Tiempo, la banda de rock más grande del país. Raíz británica con flores autóctonas es una figura que bien podría explicar la música en general y también la de esta banda, que también recupera de la música negra estructuras bluseras y algún que otro firulete folclórico que nos hace imaginar a un cosaco moviendo el piecito mientras. Sus letras son protagónicas, esta es una característica general y específica, siempre realzando las bondades del ser nacional y criticando cuestiones de la vida cotidiana que no resultan muy ofensivas para las autoridades o que, por altura poética, terminan pasando el filtro. Aunque sean difíciles de encontrar traducciones a sus letras, la patita te la hacen mover lo mismo.
Kinó fue otro fenómeno que se perpetuó en la memoria del rock ruso por haber encarnado la expresión y el deseo de progresismo propio de los tiempos cercanos a la Perestroika, la reforma económica propuesta por Gorbachov en los 80 para incorporarse ¿parcialmente? a la dinámica capitalista global. A pesar de haber estado activa solo nueve años, las letras compuestas por su líder carismático, Viktor Tsoi (también poeta y actor), se convirtieron en himnos de la juventud progresista ochentosa. El nombre de la banda se traduce como “Cine” y los videoclips de sus canciones ostentan un nivel cinematográfico que pone de relieve lo que decíamos antes: la visión de los grandes artistas de Rusia es panorámica respecto a las distintas posibilidades de expresión que se habilitan cuando hay algo para decir.
Post URSS
Durante las décadas siguientes la música empezó a aprovecharse un poco más de las nuevas libertades que les otorgó la caída del Muro, aunque todavía hoy haya muchos detalles que cuidar. A mediados de los 90, bandas como Masha i Medvedi (“Masha y el Oso”, igual que una leyenda rusa) hicieron pata ancha en la escena para conformar el llamado “rock de los Urales”, identificado por volcarse más a lo melódico, con mucha presencia de sintetizadores. Las referencias a otras ramas del arte y de la cultura popular son constantes. El sol, las montañas y el fuego, el soldado caído, son invitados permanentes en las canciones de este estilo. Y también en los demás.
Censura, poesía, cárcel, cine y militancia son algunas de las características generales de la producción musical del país que nos manda las vacunas. Aún con la barrera del idioma, el sentir trasciende, entran las ganas de marchar a paso firme, de salir a la calle, de solidarizarse con los soldados enviados a territorios en disputa como hizo con su guitarra Yulia Chicherina en octubre pasado o de recorrer Siberia en tren como lo hizo Natalia Oreiro tantas veces que ya la llaman Nasha Natasha (“nuestra Natalia”).