Plena de incertidumbres, la pandemia cumplió un año. Docentes de Psicología Social y sociólogas reflexionan sobre los cambios en las rutinas, la vida privada y la desigualdad.
“Quedate en casa”. La consigna, el pedido, el compromiso, la interpelación que desde el 20 de marzo de 2020 se ha replicado bajo un concepto central: fuera de casa hay un peligro. Para ilustrar la emoción del momento cabe solo recordar la desolación de las calles. Por lo tanto, el hogar se convirtió en un ámbito seguro de cara al “enemigo invisible”, pero no por ello la incertidumbre y la angustia dejaron de dominar el ánimo personal y social. El cometido de evitar la propagación de Covid 19, así como de contagiarse, supo alterar “organizaciones” y demandó sobrellevar el confinamiento con las muchas o pocas herramientas a mano. Un año después, las ciencias sociales ofrecen sus análisis sobre las implicancias de un suceso inédito y cuando, aún, no se sabe ni cuándo ni cómo terminará esta etapa en la historia de la humanidad.
“La pandemia irrumpió en nuestra vida de una manera brutal, modificando nuestros estilos de vida por la idea de que el otro me podía contagiar y dañar. Y el hecho de estar encerrados produjo muchísimo dolor. En un principio hubo una mirada romántica, idealizada, en la que trabajábamos la solidaridad. Primero iban a ser 15 días y eso implicó ajustarse hasta ahí y un poquito más. Paso un año y, consciente o inconscientemente, trabajamos mucho en generar una nueva vida cotidiana lo más cómoda posible dentro de las condiciones que cada quien tiene”, analizó Mercedes Martorell, integrante del equipo directivo de la Escuela de Psicología Social Dr. E. Pichón Rivière de Santa Fe. En ese marco, la docente hizo hincapié en los relevamientos sobre el “sufrimiento psíquico” habida cuenta de “situaciones no resueltas, duelos no resueltos, mucho dolor y angustia” que emergieron durante el aislamiento. “El nuevo período también está cargado de incertidumbre”. Y lo que no es menor: “Despierta nuevamente tensiones sociales”. La vacuna, el mejor ejemplo.
Desde la perspectiva de María Angélica Marmet, integrante de la misma comunidad educativa, “lo romántico del inicio tiene que ver con que la pandemia nos igualó. Nos podía tocar a cualquiera. La fantasía fue que igualó y destapó una enorme desigualdad. Lo que a corto plazo entendimos es que estábamos en el capitalismo igual. Eso mostró cuál iba a ser el camino. El sistema tiene cómo defenderse y se potencia la disputa de poder, por la concentración y la apropiación. Eso impregna todas las instituciones y es un grave problema”, definió dirigiendo el foco hacia la “desorganización de las sociedades”, modificándose también “la dimensión de futuro y de planificación”.
En ese sentido, ambas docentes reflexionaron en torno “al miedo a la muerte”. “Sabemos que nos vamos a morir, pero no sabemos cuándo. Ahora (con el Covid 19) esta posibilidad se ve más concreta. Hay posibilidades de que te mueras aun estando sano/a –por las características de un virus del cual poco se sabía 12 meses atrás–. Mientras buscábamos cómo ayudarnos y entender lo que estaba pasando, el capitalismo se organizaba para que cinco países tuvieran todos los recursos para enfrentar la situación. Parte de esta organización conlleva que nos dividamos y confrontemos”.
Por su parte, Sociología del Litoral Asociación Civil (SLAC) trajo al análisis “el modo en que se construyeron nuevas rutinas: uso de barbijo, distanciamiento social, utilización de alcohol, la limpieza de todos los objetos que ingresaban a la casa”. Todo ello en un contexto caracterizado por lo que “el gobierno definió como el ‘enemigo invisible’, en una estrategia de búsqueda de involucramiento de la ciudadanía. Así, se fue convirtiendo al virus en un adversario común, lo cual hasta despertó atisbos de patriotismo. Toda persona contagiada o extranjera, o argentina recién llegada al país, se la trató como un ente problemático que debía ser controlado por la ciudadanía, por el cuerpo médico, incluso por la Policía”, plantearon Sonia López, Jimena García Fernández y Luciana Serovich, de la Comisión de Técnica y Ciencia de la SLAC. Dicho de otra forma: para las sociólogas lo que operó fue “una nueva autoridad que se consolidó con el paso de las semanas: toda la ciudadanía custodiaba para que el enemigo invisible no le gane la pulseada al país. Es decir, las medidas del Estado fueron eficaces porque sus discursos se tradujeron a numerosas autoridades individuales que monitorearon el cumplimiento de las normas”.
Al desandar lo acontecido en los últimos meses, Martorell se refirió a la desconfianza personal y social en virtud de “tener sobrados motivos para temer a que nos pase algo porque nos han pasado sistemáticamente cosas. No hay una institución a la que recurrir y en la cual se confíe plenamente. También el estallido de las instituciones hace que no podamos confiar”. De modo que la dialéctica entre confianza y desconfianza encontró –en palabras de Marmet– su anclaje en la “hegemonía de la posverdad y la dificultad de creer en la ciencia”. “Todo eso abonó la idea de que podían vendernos cualquier cosa. Frente algo nuevo, el conocimiento es proceso. No existe lo automático, pero se creyó en el conocimiento automático. (Así) cualquier cosa calza por la desestructuración, porque se desorganizó la vida y no hay parámetros”. Su colega agregó: “No se pudo soportar que científicos no tuvieran las respuestas. La incertidumbre genera mucha angustia porque falta el soporte de la vida cotidiana”.
Y si de vida cotidiana se trata bien cabe cavilar en torno a las esferas pública y privada, en tanto el hogar se convirtió en un espacio de trabajo, estudio y recreación, bajo una convivencia alterada. Para las docentes de Psicología Social, el reto se observó en su propia tarea. “Formar y acompañar, cuando compartir un ámbito (físico) no era posible, cambió todo. Se veía cuando dábamos clases y había gente con la cámara apagada porque no quería o no podía mostrar. El problema está cuando hay un solo aparatito para un montón. Los bienes internos y los lugares de ese ámbito empezaron a ser disputados (hijos/as con clases, parejas con trabajo). Eso no transcurrió sin tensiones familiares y como no se puede salir tampoco se puede descargar. Es muy probable que las diferencias que antes estaban disimuladas, al tener que compartir más tiempo, pusieran en evidencia más las tensiones que los encuentros. Lo externo no solo se metió dentro de lo interno, sino que le modificó la pertinencia”, distinguieron Martorell y Marmet.
Por su lado, el grupo de Sociología puso el acento en dos “fenómenos contrastantes”. “Por una parte, existió un uso acelerado de los recursos digitales, que han llegado para quedarse y expandirse. La ‘re-rutinización virtual’ de la vida cotidiana nos mostró que, a nivel institucional e individual, el mundo social continúa instalando en las conciencias la necesidad de establecer prácticas que nos brinden sentidos. Por eso seguimos haciendo actividad física, aprendiendo, trabajando, haciendo yoga y bailando en el interior del hogar”, precisaron las voceras de la SLAC.
Al mismo tiempo, esgrimieron una lectura crítica a instancias de que “los recursos materiales y simbólicos para estar incluidos socialmente en este proceso de digitalización de la rutina no estuvieron igualmente distribuidos entre todos los grupos”.
“La virtualización del ámbito escolar dejó en evidencia la desigualdad de acceso a las herramientas tecnológicas, agudizando las desigualdades que ya existían en la presencialidad. No solo por los recursos materiales que se precisaban, sino también porque no todos los alumnos tenían madres, padres o tutores que pudieran suplir el rol del docente”. En un carril similar se instala lo concerniente al mundo del trabajo. “La virtualización laboral también fue posible sólo para algunos sectores. En algunos casos, las dificultades se debieron a que determinadas prácticas laborales no podían llevarse a cabo sin la presencialidad. Y en otros casos, las actividades podrían haberse realizado en la virtualidad, pero no todos contaron con el acceso a los recursos”.
Serovich, García Fernández y López señalaron, además, las diferencias de género puestas sobre relieve. “Sobradas son las estadísticas que demuestran que fueron, fundamentalmente, las mujeres quienes se pusieron al hombro la educación de sus hijos e hijas y quienes debieron desarrollar tareas laborales y cuidar a su familia, al mismo tiempo y en el mismo ambiente”, recalcaron.
“Transcurrido un año de pandemia, el temor subsiste, pero las necesidades económicas y el hartazgo dan cuenta de comportamientos contradictorios. Por un lado, se agudiza la exigencia de estrictos protocolos y, por otro lado, se da un creciente incumplimiento de ellos ante la necesidad y el deseo de socialización presentes en la ‘juntadas’. Es decir, al comienzo del aislamiento existió un comportamiento más homogéneo. Hoy, priman las necesidades específicas de cada grupo social, en una sociedad sumamente individualizada y heterogénea. En ese sentido, las diferencias socioeconómicas agudizan las desigualdades porque se incrementaron la desocupación y la precarización laboral”, adujeron.
En conexión
Ya sea como nexo social y afectivo o como una entidad, las redes sociales no son nocivas o benignas per se. “Antes había un gran debate acerca de si la ciencia era sin ideología o apolítica. Con las redes pasa lo mismo. Es según para que se use –indicó Martorell–. Hubo redes que permitieron los encuentros familiares”, ejemplificó, en tanto Marmet resaltó que “es un aprendizaje que vino para quedarse y es bueno; sirvió para una organización sólida y muy fuerte”. En paralelo, “también está el caso de las personas que las usan para dañar”.
Más allá del virus
“Esta pandemia no es solo un problema físico, biológico. Opera en la subjetividad. No es que a todos nos pasa de la misma manera. Por eso hablamos de sindemia. El Covid 19 actúa en cada persona según elementos prevalentes o no”, analizó Martorell. A propósito, su par Marmet subrayó el aprendizaje que implicó “salir del temor y la obsesión (en la limpieza de objetos y alimentos, por ejemplo), al recaudo; eso fue modificando los hábitos de la organización familiar”. No obstante, “recuperar un ambiente sereno, tranquilo y sin peligro nos va a costar”, advirtieron.
Y continuaron: “No cambió mágicamente el sistema, pero tampoco no aprendimos a vivir. El cambio ni es mágico, ni tampoco que no pudimos hacer nada. Fue un año muy costoso, de mucho padecimiento que no es igual para todos los sectores sociales, pero también hubo solidaridad, organización colectiva y por abajo. Está corroborado que la organización de un sector siempre genera mejores condiciones de vida. Para poder cambiar hay que hacer un proceso de análisis crítico, con darse con cuenta no alcanza”, resumieron.
A clases, ¿de qué forma?
La reapertura de las escuelas marcó la agenda de los gobiernos, tanto como las discusiones en torno a la bimodalidad. Al respecto, Martorell evocó lo ocurrido en Santa Fe con las inundaciones de 2003, cuando los establecimientos escolares fueron centros de evacua-dos. “Empezó a circular que los chicos estaban muy tristes porque no podían ir a clases y se confrontaba (ese sentimiento) con los inundados que estaban en las escuelas. Hoy, la pregunta es: ¿hay condiciones para que las escuelas estén abiertas o no hay condiciones?”.
En palabras de Marmet, “la escuela es necesaria como institución que organiza a determinadas edades y prepara para la inclusión en determinada sociedad. La escuela es una institución más que la pandemia desorganizó. La bimodalidad es un aprendizaje. Ni siquiera está explorado todo lo que se podría hacer con la bimodalidad. Que los chicos/as tienen que estar en la escuela solamente es pensar una organización social que hoy no puede existir”, amplió y acompañó la idea de “pensar creativamente qué es lo mejor que se pue-de hacer y qué es lo que hay que enseñar”.