Ante un peronismo unificado y un macrismo reconcentrado, el Partido Socialista debería tomarse un tiempo para mirar hacia atrás y hacia adelante y decidir qué quiere ser.
El socialismo fue un sueño y una realidad internacional, poscapitalista y revolucionaria, luego una burocracia derrotada por sus abusos, contradicciones y falta de escala para competir con el sistema que buscaba superar, también un maravilloso contrasentido insular bloqueado por los Estados Unidos y, en nuestro país, una formulación pragmática liberal y progresista pero esencialmente antiperonista. Miguel Lifschitz fue leal al legado de sus fundadores y su último mejor elector, ¿cómo sigue esto?
Los días van pasando, terribles y malvados para sus deudos y afectos cercanos, para quienes militaron con él o simplemente lo admiran y votan. También pasan afiebrados por la rosca y el vano intento por llenar el espacio que vació para siempre, por la banca, por la lapicera, por el lugar en el cartel o el paredón que la lluvia irá lavando, que la cal renovada irá cubriendo para que –a lo sumo– reaparezca convertido en firma: “La Miguel Lifschitz”, o algo así. Para las agendas periodísticas que se estampan contra el presente y confinan el pasado –que se empeña en advertirnos que no estamos en nada realmente nuevo, ni vamos hacia el futuro– es muy sencillo: existen las efemérides y la necrofilia de los rescates emotivos para ajustar cuentas con la coyuntura, con tal o cual candidato.
Pero Lifschitz (en adelante y con genuino reconocimiento, Miguel) falta desde hace días y faltará, entonces se pueden pensar otras cosas e intentar un subtotal luego las condolencias y los homenajes, más allá de los nombres que faltan y los que quedan (porque lo que queda nunca son los nombres sino las estructuras, cierto modo de hacer política), no sin antes repasar algunas de las frases y adjetivos con los que fue laudado: un demócrata de la primera hora, militante de tiempo completo, componedor, polemista amplio y tolerante, pragmático y ambicioso, detallista y atento (cualidad muy relevante para este escriba que no vota al socialismo ni cree en Dios, pero está seguro de que está en todos los detalles).
Dicho esto, lamentando profundamente la pérdida de un interlocutor válido para la vida política, que representaba cabalmente lo que decía representar –bien escaso entre tanto vendedor ambulante y el humo improductivo de PyMes electorales– y compartiendo el juicio extendido de que no hay reemplazo a la vista para Miguel, digamos otra cosa. Digamos algo realmente importante para los que quedan, algo que seguro desvela el reposo etéreo, no tanto del Tigre Cavallero como el de Estévez Boero, Hermes Binner y ahora Miguel, que el Partido Socialista debería tomarse tiempo entre rosca y rosca para mirar hacia atrás y hacia adelante, para mirar nuevamente al peronismo unificado, al macrismo reconcentrado y decidir qué quieren ser, qué quisieron ser cuando parecían condenados al éxito y cuáles son los escenarios que se avecinan.
Dime qué peronismo odias y te diré cuán progresista eres
Para ser muy sinceros y acordar con un socialista brillante y confeso como Alejandro Horowicz, no existe socialismo sin tres condiciones por lo menos: una crítica superadora del capitalismo, una planificación concreta de esa superación a escala nacional y mundial y una ética capaz de amoldarse a escenarios complejos, de establecer alianzas transversales sin perder su esencia transformadora, sino revolucionaria. El socialismo argentino se concibió en sus orígenes como la modalidad local de un proyecto internacional, como una fuerza que se expandía en un mundo bipolar y aún en disputa, destinada a renovar ética y moralmente la política argentina para transformarse en la expresión partidaria natural de los trabajadores urbanos y rurales, de ese sujeto disponible que no había sido capturado el radicalismo clasemediero Yirigoyenista. El Peludo no sabía qué hacer con las puebladas plebeyas, las reprimía salvajemente cuando se sublevaban, ya sea en la Patagonia o los talleres Vasena. El socialismo enfrentaba al conservadurismo oligarca y al radicalismo personalista sin lugar para concesiones pragmáticas, porque sentía que había una representación vacante y tenía una vinculación fuerte en el espectro sindical que le proveía a una conducción blanca, académica y burguesa, la dosis esencial de plebeyismo combativo, de pies en el barro para encarnar las labores palaciegas de la burocracia de etiqueta. Hace décadas que no tiene esa representación ni ese tacto.
Pero al igual que a los conservadores fraudulentos, que a los radicales del primer movimiento histórico y a toda la patria exportadora y etnocida que hizo un país con el campo, el ejército y la iglesia, a los socialistas les pasó el peronismo. Se les vino encima desde abajo mucho más que desde arriba, constituyendo esa excepcionalidad masiva y plebeya conducida por un milico brillante y obrerista, pragmático como había que serlo para inventar una herramienta que no existía, para diseñar un país que tampoco, para proponer una utopía que –a diferencia de los relatos salvíficos sacrificiales religiosos y laicos– no les prometía sino que le entregaba felicidad inmediata y que podía ser comprendida por cualquiera, sin clubes de París, sin vulgata ni mediaciones celestiales, para convocar un sujeto histórico con una carga emocional inédita que nunca pudo ser descifrada ni igualada, a gatas emulada cuatro décadas después por el preámbulo en boca y puño de Alfonsín, otro líder popular que no supo qué hacer con el peronismo cuando cayó en la cuenta de que no podía superarlo ni apagarlo y pactó con una de sus expresiones más reaccionarias y reventadas, cuando su partido estaba a punto de tornarse testimonial.
Ya en 1988, el partido de la legalidad y los derechos humanos había perdido su razón de ser y había pisoteado su legado; no tenía mucho más para darle a sus nuevas generaciones militantes que copias del discurso de Parque Norte (escrito por dos socialistas brillantes como Aricó y Portantiero) y clases de rosca para sobrevivir al costo que fuera, para incrustarse en las estructuras menos variables del Estado, incluso pactando con la derecha.
Sin considerar los socialistas que confluyeron con los radicales en FORJA para acercarse al “tirano fascista”, prohombres y mujeres lúcidos e incansables como Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo no tuvieron empacho en coaligarse con cualquier cosa que se propusiera combatir al peronismo, incluso violando derechos que –como eran humanos– no incluían un movimiento casi animal y capaz de desatar “La Fiesta del Monstruo”. Al servicio de la Embajada norteamericana con la Unión Democrática en 1945, con los fusiladores de un régimen de facto y proscriptivo en 1955 (donde volvieron a coincidir con el radicalismo y el demoprogresismo para desperonizar la Argentina), partido en dos en 1973, llamando a votar en blanco desde la facción que conducía Estévez Boero y aportando algunos nombres ilustres como funcionarios de la última dictadura militar (otra vez al igual que el demoprogresismo). Siempre habrá que rescatar el ala socialista que enfrentó valientemente a la dictadura desde un partido que no fue ilegalizado y pudo mantener su estructura: Guillermo Estévez Boero, Alfredo Bravo, la mismísima Alicia Moreau y un jovencísimo militante del Partido Socialista Popular como Miguel Lifschitz.
Para decirlo sin más rodeos: desde la aparición del peronismo en la escena política moderna se sumó –a la falta de una visión y praxis geopolítica de escala continental– un problema irresoluble para las fuerzas progresistas incluida el socialismo: qué hacer con el peronismo, cómo convertirse en el PGM (Partido Gorila de Masas), cosa que resolvieron generalmente muy mal y elaborando alianzas que se daban topetazos con la tradición de izquierda y popular que se declamaba como bandera. Con obvias diferencias entre ellos, Braden, Isaac Rojas, Videla, Natale, Lavagna y Barrionuevo son algunos nombres que jalonan ese derrotero.
De chico quería ser grande, de grande quisiera no ser chico
Desde el retorno de la democracia el socialismo elaboró un proyecto que hizo brote y base en la provincia de Santa Fe, con lógicas expectativas de proyectarse a nivel nacional. Gobernó durante 30 años la tercera ciudad más poblada del país y durante 12 la tercera provincia más importante por población y Producto Bruto Geográfico. En ese interín se situó a la izquierda de Reutemann y Obeid en los 90, reeditando la histórica alianza antiperonista con la UCR de Usandizaga y el PDP de Natale, en una época donde a la derecha del menemismo y sus variantes provinciales había literalmente una pared. Gobernando la provincia de 2007 a 2019, convivió con el peronismo que le queda más incómodo porque le ocupa el ancho de banda del centro a la izquierda, el que le exige pruebas de progresismo explícito y no lo invita a ningún armado transversal, más allá del coqueteo frugal entre Néstor Kirchner y Hermes Binner, cuando Reutemann y Obeid abrazaban el Peronismo Federal.
Aclaración del todo importante: nadie dice que el posicionamiento respecto del kirchnerismo, el nivel de coincidencias o diferencias con él, constituyan la prueba ácida de progresismo para ninguna fuerza política; pero una nueva ética socialdemócrata liberal o de izquierda debieran registrar las diferencias entre Macri y Cristina, entre Prat Gay y Kicillof. Si persiste en la tontería de emblocarlos para los titulares y el poroteo, quedará invariablemente confinada a ser la pata progresista de alianzas con personajes y fuerzas de derecha explícita (incluso peronistas), sin proyecto ni volumen electoral.
Sin entrar en conceptualizaciones engorrosas y por enumerar hechos concretos, durante los 12 años kirchneristas los diputados y senadores del Frente Progresista y particularmente socialistas votaron en contra las retenciones móviles (Binner le prestó el balcón a la Mesa de Enlace para relanzar la lucha), la recuperación de Aerolíneas, las reformas a la Ley de Abastecimiento, a la carta orgánica del BCRA, la ratificación parlamentaria de la AUH y el Procrear, la movilidad de los haberes jubilatorios, la ley de pago soberano de la deuda externa y la creación del Fondo Federal Solidario entre muchas otras. Sólo votaron a favor en general la estatización del sistema jubilatorio (pero en contra de la creación del Fondo de Garantía y Sustentabilidad) y la Ley de Medios (pero al hilo de las presiones de los grupos donde pautaba en grande, en contra de los artículos de desinversión).
Y ya durante la gobernación de Miguel y con Macri rompiendo todo a nivel nacional, suscribieron el Pacto Fiscal que eliminó el Fondo Soja, reducía subsidios al transporte y avalaba tarifazos descomunales, apoyaron el blanqueo de capitales, votaron y promovieron la variante local de ese mamarracho jurídico que fue la ley del arrepentido (diseñada por el massismo cogobernante para perseguir kirchneristas y retirar a Cristina) y al acuerdo con los Fondos Buitres, solidarios con Cambiemos en el intento de deskirchnerizar el espectro político, de “combatir la corrupción y cerrar la grieta” haciendo un país sin Cristina ni kirchneristas, sin la expresión aggiornada de ese peronismo maldito, burgués, capitalista y socialmente justiciero que llegó hace 76 años a joderles la sopa, a todes y al socialismo también. Se desaprovechó la oportunidad de hacer realidad aquello de que “contra Macri estábamos mejor” para después lamentar acuerdos –Miguel lo recordaba hace pocos días respecto de la financiación del déficit de la Caja de Jubilaciones– con un farsante que jamás cumplió ninguna de las promesas que transó por apoyos parlamentarios. El problema fue creerle a Macri o al igual que el peronismo cómplice del saqueo cambiemita: creer que ese era el mal menor con tal de jubilar a Cristina, porque luego esos votos quedarían en disponibilidad para algún “verdadero progresismo” o “verdadero peronismo” capaz de traccionarlos.
En ese sentido Miguel no corrigió la línea de Binner. Repitió como farsa y fracaso –porque Binner finalmente fue en las presidenciales de 2011 el peor segundo de la historia electoral argentina, a casi 40 puntos de Cristina– una alianza con Lavagna soñando hacer pie como vicepresidente de uno de los mitos más caros (por precio) e impredecibles (por ego) de la política argentina; era algo así como “todos por un dígito” y terminó con Lavagna vendiendo su franquicia al Frente de Todos y Miguel cobijándose en una provincia donde fue derrotado (él y Bonfatti), donde perdió su histórico bastión a manos de un radical libre asociado como Pablo Javkin, para conducir la oposición y retener la palanca de mando de su partido. Cada uno podrá contarlo como mejor le parezca, pero hubo que achicarse otra vez, mucho más que en 2011, para no perder más de lo que se estaba perdiendo. Se jugó a lo grande y se perdió casi en toda línea y también lo hizo Miguel.
Frente Amplio, MPN o PDP, de la épica hasta el terror… Tres películas tres
Cuando murió Néstor, este escriba imaginó y describió como licencia poética y evitando golpes bajos, la pérdida irreparable personal e íntima de Cristina y sus hijos. Primero eso, después el movimiento y por último la Patria, a los que ya Néstor y por qué no Miguel le dieron todo lo que tenían, mucho o poco y hasta el último aliento. Hay una transición dolorosa e intransferible, que ningún militante desgarrado podrá vivenciar, el descarte o archivo de las corbatas que cuelgan lacias en el ropero, de las cosas que todavía conservan huellas directas, perfumes, objetos inanimados que sin Miguel son sólo objetos colgados, apoyados, archivados. ¿Quién tiene más derecho que sus afectos más íntimos a juzgarlo y dolerse? O como escribiese Juan Manuel Inchauspe, ¿quién puede saber a costa de cuántas muertes y renunciamientos “se mantiene el fuego bajo la sien”? No llego ahí, tampoco sus escribas predilectos.
Mejor repasar los datos y hechos que –a mi modesto juicio– dejan al Partido Socialista ante tres escenarios que ya se palpan en tiempo presente y pueden convertirse en su futuro mediato. Desde su mejor elección ejecutiva no sólo perdió la provincia sino casi 300 mil votos, un tercio del total conque Binner cortó una racha de 24 años peronistas en Santa Fe y con un padrón mucho más importante. En las legislativas el desempeño fue en merma constante hasta la actualidad. A nivel provincial se perdieron las senadurías de los dos departamentos más importantes (La Capital y Rosario) y no tienen representación en el Senado desde diciembre de 2019. En el parlamento nacional perdieron representación senatorial en 2015 y sin remedio hasta la actualidad y en diputados conserva apenas dos bancas contra las 11 que supo ostentar en su esplendor.
Y para rematarla, el proyecto de catapultar al futuro gobernador desde la conducción de la Cámara baja provincial (experimento que acaba de fracasar con Antonio Bonfatti soñando algo parecido) ya no cuenta con la potencia centrífuga de Miguel. Pablo Farías es incapaz de emularlo, tampoco Mónica Fein y Joaquín Blanco y Enrique Estévez deberían madurar evitando las encerronas discursivas y programáticas de sus antecesores, incluso las de Miguel.
Nunca diré que “el sueño de un progresismo blanco y distinto se terminó”, tampoco que esta coyuntura marca “el fin de la mentira socialista” o de “la gerontocracia progre” que asfixiaba juventudes mejores y pujantes. Sin chicanas ni pirotecnia, invitamos al socialismo a poner la birome contra el piso, a hacer lo que el radicalismo no, lo que el peronismo a veces, a enfrentar su crisis ideológica y política, a aprovechar el golpazo emocional para pensar que abominar al kirchnerismo y partir al peronismo en dos o tres es el programa basal de Juntos por el Cambio; que seguir haciendo eje en la grieta, la angosta pasarela progresista o del medio y la corrupción K, lo han encerrado en una provincia que ya no conducen y arrastrado a una debacle representativa que pide a gritos mejores ideas, además de rosca por derecha.
¿Qué sería hoy continuar la tarea pendiente de Miguel? ¿Retomar contactos –mil veces negados públicamente pero absolutamente reales– con Juntos por el Cambio para armar un Frente de Frentes gorila y capaz de desbancar al peronismo unificado en 2023? ¿Seguir siendo la pata progre antiperonista de cualquier armado neoliberal y claudicante? ¿Y por qué habría que hacerse cargo de semejante cosa en vez de barajar y dar de nuevo?
El futuro inmediato se abre hacia tres posibilidades distintas, algunas quedan más cerca y otras requieren de un profundo replanteo. Recuperar la provincia y consolidar una larga hegemonía encapsulada localmente como el Movimiento Popular Neuquino, ir apagándose hasta convertirse en un comité repleto de figuras de cera como el Partido Demócrata Progresista o tejer una alianza competitiva y verdaderamente progresista de escala nacional. Esto último parece imposible y lejano hoy mismo, pero nos gusta pensar que fue y sería el sueño de Miguel, aunque equivocase el camino.