Había sido una tarde muy linda, fue muy doloroso para la familia. El tío era el más joven y el más alegre también. Yo era más chica pero me acuerdo mucho, fuimos a la quinta del abuelo, comimos asado y nos hicieron dejar el celu en el canasto grande, como siempre. Así que primero nos aburrimos, después subimos a la casa del árbol, después nos aburrimos otra vez, jugamos a la escondida y al ping pong, pero como en todos los juegos, la Mecha se enojó enseguida y duraron poco. Entonces pedimos más helado y después el Mauri empezó a pedir el celular y a llorisquear. Ahí fue que el tío se levantó y dijo fuerte: “Tengo una idea muy genial, vamos a pescar” y los grandes se pusieron muy contentos y festejaron, la tía fue a buscar los bogueros y un balde, el tío Cacho buscó lombrices y papá el off. Enseguida teníamos un gorro en la cabeza, un boguero en la mano y marchábamos con el tío, que iba adelante cantando algo de los marineritos. A mí me tocó el gorro más feo, uno naranja viejo, horrible, pero no dije nada.
El camino fue muy largo, el Mauri preguntó muchas veces si faltaba mucho, lloró casi todo el tiempo. El tío al principio nos preguntaba cosas, de la escuela por ejemplo y después empezó a hacer adivinanzas que nadie adivinaba, cuando nos decía la respuesta se reía mucho, le parecía muy gracioso eso. La Mecha iba cantando una canción para adentro y hacía como si no estuviera con nosotros. Hasta ahí, a mitad de camino más o menos, fue todo normal.
La Mecha dice que fue el tío con el reel, el Mauri dice que no fue con el reel, que tiró algo, yo no vi nada de eso, para mí lo inventaron, pero sí escuché el ruido entre los yuyos y el tío dio un salto como de payaso y gritó, cuidado, una bóooooviraaaaa y nos quedó mirando como abriendo grandes los ojos.
Algo pasó, porque desde ahí fue golpeando en la tierra con el reel y repitiendo, la bóvira, la bóvira, parecía que lo decía en chiste, pero un poco ya nos asustamos. Cuando llegamos al río había una pareja con unos perros, pescaban y tomaban mate. El tío estaba callado, como nunca. Nos puso lombrices en los bogueros y nos quedamos mirando las boyitas que brillaban al sol sobre agua marrón y nunca se hundían.
En un momento el tío tuvo pique y empezó a dar vueltas la manijita y a gritar otra vez, pero más fuerte: la bóvira, la bóvira, la bóvira, hasta que llegó el anzuelo sin nada. Hubo un segundo de silencio, mucho silencio, hasta que, como si se hubiera estado aguantando volvió a empezar: la bóooovira, la bóvira, la bóooooviraaaa. Iba cambiando el tono y el volumen, la bóvira, la bóvira. El hombre se acercó a pedirle que por favor no gritara más, el tío no dijo nada, nomás que apenas el hombre se dio vuelta, siguió, pero despacito, como en secreto, la bóvira, la bóvira, la bóvira, la bóvira…
La tarde que se ahogó el tío Enrique fue muy extraña y muy triste, tuvimos que contar muchas veces lo que había pasado y no lo supimos explicar. El Mauri dice que se enredó con el reel, la Meche dice que yo lo empujé, yo no vi nada de eso, para mí lo inventaron. Lo que vi y no me olvido es la cara de sorpresa del tío cuando pedía ayuda estirando la mano. La mujer y el hombre no escucharon nada. Los gritos del tío en el agua me asustaron mucho, me quedé quieta mirando la tierra, el Mauri y la Meche hicieron lo mismo.
Excelente relato, una hermosa sorpresa encontrar este tipo de historias.. me gusta mucho leer literatura... me recuerda a los cuentos de Cortázar .
Ojalá tenga más material de este estilo, este autor. Felicitaciones.
Muchas gracias, Miguel. Acá están todos los relatos de Federico Coutaz: https://www.pausa.com.ar/author/f-coutaz/