El presidente no prometió eliminar el impuesto a las ganancias, sino volver a comer asado. Pero, pandemia de por medio, no revirtió la pérdida del poder adquisitivo y ni siquiera la detuvo.
En junio de 2016, ya durante el gobierno de Mauricio Macri, el todavía periodista Nicolás Dujovne –¿lo recuerdan como ministro?– dijo ante un auditorio amistoso que Argentina tenía “niveles de endeudamiento bajísimos tanto a nivel del gobierno como a nivel de las empresas como el nivel de las familias” y que esa era una “bendición” legada por el primer kichnerismo. De forma similar, el ministro de Energía Juan José Aranguren iba a poner en cifras el crecimiento del salario real durante el ciclo previo al macrismo. En el debate por uno de los tantos aumentos de tarifas, en marzo de 2018, el gerente de Shell en funciones públicas justificó los incrementos alegando que entre 2001 y 2015 las tarifas sólo habían aumentado 169%, mientras que los salarios habían subido 1658% y la inflación 1392%.
Son las confesiones del macrismo. Durante el primer kirchnerismo, los salarios le habían sacado 266 puntos porcentuales de ventaja a los precios. Caída la convertibilidad en su propia ruina de endeudamiento continuo, la inflación volvió a Argentina, lenta y paulatinamente. Pero durante el kirchnerismo los salarios le fueron ganando a los aumentos de precios. Así se entiende cómo el principal reclamo sindical en 2015 era contra el pago del impuesto a las ganancias, slogan central de una de todas las mentiras de Cambiemos en campaña.
El macrismo vino a desarmar el incremento del salario real, la diferencia entre la inflación –la suba de los precios de bienes y servicios– y el salario –el precio de la fuerza de trabajo. Durante el gobierno de Mauricio Macri, los salarios registrados privados perdieron más de 75 puntos porcentuales contra la inflación, mientras que los públicos quedaron casi 87 puntos abajo. Fue un mazazo, una caída del salario real durante todo el período del 25% en los salarios privados y del 39% en los públicos. Con el poder adquisitivo de 2015, para los privados significa haber perdido el aguinaldo, el sueldo de diciembre, el de noviembre y parte del de octubre. Para los públicos, es como si en 2015 hubieran dejado de cobrar después de agosto.
Sobre esa malaria se construyó la victoria de Alberto Fernández, que no vino a prometer quitar el pago de ganancias, sino volver a comer asado. Pero, pandemia del Covid de por medio, Fernández no revirtió la pérdida del poder adquisitivo. Ni siquiera la detuvo.
Desde diciembre de 2019 hasta marzo de 2021, último mes en que se tienen datos de precios y salarios de Indec, los precios subieron 1,4 puntos porcentuales por arriba de los salarios privados y 7,4 puntos porcentuales por encima de los públicos. Parece algo mínimo, pero el tema es cuál es el punto de partida y cómo cada puntito más que gana la inflación sobre el bolsillo, que nunca parece recuperarse, se siente como la mordida de un cocodrilo.