Germán Ulrich. Foto: Valeria Bustamante

“Cumbia nena”, de Germán Ulrich, es una novela de márgenes que une las vidas de dos seres diferentes con mucho en común, entre la zona de la Terminal y la Costa.

La línea C es el nexo entre el centro y la Costa. En ese trayecto, cierto día Juliana y Paulino se encuentran. Hasta entonces, son dos personas absolutamente ajenas. Sin embargo, no son pocas ni menores las cuestiones que los identifican: la pobreza, la exclusión y la mirada condenatoria y prejuiciosa de los demás. La condición de clase y la condición de género son, para ellos, las marcas que llevan impresas en sus rostros y en su andar. Como un retrato agudo de una realidad que existe donde nadie quiere ver, “Cumbia nena” (De l’aire, 2020) resulta una novela que resuena entre Los Espirillos, el Ubajay, la Terminal y su contorno, Chalet y República del Oeste. En esos espacios van y vienen las vidas de un hombre salido de la cárcel, que ahora trabaja como sereno en una obra en construcción, y la de una chica travesti que bien sabe lo que es la calle para ganarse el sustento. Y claro está, por allí se baila cumbia, se comparte el porrón, laten pulsiones y explotan los mandamientos sobre la auténtica y legítima masculinidad. En la combinación de esas geografías, esos hábitos y esas historias se articula la trama de la obra escrita por Germán Ulrich, quien en diálogo con Pausa profundizó sobre las características de su séptima publicación.

—¿Qué lo motivó a escribir esa historia?

—Hacía tiempo que quería contar la cumbia, pero no desde la diversión de una fiesta en el centro, sino como la música de fondo de la vida en los barrios. Como imaginar una atmósfera en la cual dos personas pudieran relacionarse pese a sus distintas experiencias y personalidades. Que eso quedara expuesto, pero en un campo propicio, de un lenguaje en común.

—¿Cómo ideó los personajes?

—Los personajes, como las historias, se construyen en base a la información que se va acumulando. Podría decirse que la caja de herramientas de un escritor contiene lo que leyó, lo que escuchó, lo que vio. Juliana y Paulino son experiencias, entidades, y el desafío era recrearlos como personajes creíbles sin caer en estereotipos. Ella es una chica como las que habitan ciertas zonas, pero en la novela aporta una mirada de orgullo por su identidad. Y él viene de otro lado y se ve sorprendido por lo nuevo. Contar ese choque era una clave.

—Una de las características de la narración son los paisajes, tanto la zona de la Terminal de Santa Fe como la Costa. ¿Qué lo inspira de esos lugares? ¿Qué rol cumplen en la trama?

—La zona de la Terminal es muy rica desde lo literario por ser un lugar de tránsito, que se modifica según la época y el momento del día. Su vida nocturna remite a lo que era el puerto hace 100 años, por sus vicios, sus peligros, sus promesas de diversión. Ese territorio puede funcionar como un personaje más, que incide en la vida de sus criaturas. El trayecto desde la Costa hacia la terminal representa en algún punto el pasaje de Paulino de una vida a otra.

—La historia, quizás, se podría haber extendido. ¿Por qué eligió escribirla como novela corta?

—Porque es un formato que, en este caso, permitía un desarrollo de los personajes en el marco de la historia que pretendía contar. Un recorte de unos pocos días de la vida, un cambio fundamental en dos seres que sin buscar nada se encuentran en la calle, aunque en la calle nadie parezca notarlo.

—La novela habla de prejuicios, discriminación, pobreza y penurias. ¿Qué reflexión le merece en función de sus otros libros que también transitan temáticas similares?

—Es una decisión al momento de escribir una historia, más instintiva que deliberada. Vivimos una época marcada por la desigualdad, como nunca en muchos años, y por ahí, lo pienso ahora, es una manera de mostrar los dilemas existenciales desde los márgenes. Me parece interesante que los personajes, aunque tengan hambre y frío y miedo, sean sin embargo capaces de desear.

—¿Qué lo alienta a hacer literatura en la región, con figuras, costumbres y ámbitos locales?

—Es algo que he resuelto, más de una vez, a partir del diálogo con lectores que disfrutan de identificar lugares o sonidos. También me gusta, al escribir, ir observando los pasos de los personajes y el entorno. Aunque tengo historias que suceden en otros sitios, creo que en todo caso hacerlas transcurrir en un territorio reconocible puede sumar, pero nunca restar. Y no se trata de una cuestión de localismo o conveniencia editorial, pues salvo “Cumbia nena”, mis libros se publicaron en otras ciudades.

Música y símbolo

Toda novela se define por el periplo que recorren sus personajes desde lo conocido a un conflicto, una transformación o un descubrimiento. Es así como “Cumbia nena” ilustra lo que un padre sin trabajo estable ni obra social hace por su hijo enfermo, qué tipo de fe suscita una medallita de la mítica Gilda; la discriminación y las dificultades que oprimen a las chicas travestis, sin más opción que la prostitución; el letargo en que se hunden mujeres y hombres cuando los días se suceden sin sentido y todas las aversiones que pesan sobre la sexualidad. Sin mayores artificios, con el mero relato de los hechos, la descripción de espacios y gestos y el diálogo llano de los personajes, esta ficción se alza en su verosimilitud y en la representación de la pobreza. Es esa narrativa la que logra ir más allá, tal vez sin que sea un objetivo expreso: poner sobre relieve la violencia de una sociedad indiferente, injusta y mezquina. La cumbia, como música y símbolo, justamente, suena para interpelar esa normativa.

Sobre el autor

Germán Ulrich nació en 1971 en Viale, Entre Ríos, Argentina. Publicó el libro de relatos En el oeste (Editorial Entre Ríos, 2017), las crónicas Otilia (Editores Ignorantes, 2018) y La quinta estrella (Las Lanzas, 2020) y las novelas Los Ariscos (Campo de niebla, 2019), La vida urgente (Contramar, 2019), Orejano (Campo de niebla, 2020) y Cumbia nena (Editorial De l’aire, 2020). Actualmente está preparando el lanzamiento de una nueva novela: El cobre y el tiempo.

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