Entre los chicos que tuvieron un sueño en 1905 y los gladiadores que ganaron el torneo en 2021, hay una rica historia de fútbol y proezas.
Por Diego Meloni
Detrás de cada sabalero y sabalera que, desde el viernes 4 de junio se viene movilizando de diferentes maneras por las calles de la ciudad, hay alguna historia escondida. En muchos casos con más años de los que tiene el gran protagonista de esta historia: en Club Atlético Colón. Los 116 años de vida formal, pero que son muchos más en el tiempo, si se cuentan los primeros encuentros, reuniones informales, picados por la zona sur de la ciudad, se esconden en cada rincón, en cada esquina, en cada barrio. Porque si bien el origen uno puede situarlo en cercanías del actual emplazamiento portuario, en aquel entonces “El Campito” (barrio de naturaleza popular), la apropiación social y cultural de los sectores más humildes no se hizo esperar y así los colores sangre y luto rápidamente fueron engrosando el paisaje de cada punto geográfico de la aquella vieja Santa Fe de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
En tiempos donde no se pensaba en papeles, un grupo de niños y adolescentes (porque no eran más que eso) soñaban con jugar al fútbol y que los colores de su camiseta fueran reconocidos en cada triunfo, que su bandera flamee izada, aún en la derrota, en todos los lugares posibles. Y cuando los colores estuvieron en disputa o en peligro, allí surgió el orgullo y la bravía de nuestros muchachos para hacerse fuertes y defenderlos con toda hidalguía.
Supieron estampar su marca en varios campeonatos de Liga Santafesina y los reconocimientos no tardaron en llegar. En 1922, construyendo una imponente cancha en Zavalla y Moreno, en el populoso barrio del sudoeste conocido como Sunchales, donde se gestará una especie de antesala de lo que décadas más tardes sería conocido como el “Cementerio de los Elefantes”. Peñarol de Montevideo e Independiente de Avellaneda serán los primeros gigantes del fútbol nacional y sudamericano en conocer el poderío de la escuadra rojinegra.
En tiempos donde la hegemonía porteña imponía fuertes condiciones, hubo lugar para la historia grande. Y los nombres de Martín Sánchez y Antonio Rivarola, campeones sudamericanos 1925 y 1929 respectivamente, serán siempre imborrables en el aporte a la Selección Argentina. No tiene menos valor el nombre de Antonio Astudillo, aquel férreo defensor que en 1934 llegó al Mundial de Italia siendo pieza clave de los Gauchos de Sunchales. Santa Fe y el interior empezaban a cambiar las reglas del juego y las cosas ya no serían como antes, por eso la llegada de dos equipos de nuestra capital a los torneos de la Asociación del Fútbol Argentino será determinante en el recorrido que culmina con el campeonato recientemente conquistado por los sabaleros.
Lejos de las luces de la ciudad del Obelisco, los libros y los registros oficiales dan cuenta de que en 1950 Colón y su clásico rival definieron un torneo oficial de AFA; fue nada más ni nada menos que la Copa de Honor “Juan Domingo Perón”. Si bien ambos estaban en la segunda categoría, no debe dejar de ser considerada como la primera estrella de un torneo organizado por la entidad madre del fútbol argentino. Para el interior de nuestra ciudad, un inobjetable triunfo rojinegro por 4 a 2.
Pero no todas han sido siempre felices, porque si hay algo de lo que sabe el sabalaje es de sufrimientos y padecimientos. De la casi desaparición en 1916, a la pérdida de la cancha en 1937, hasta la caída a la Primera C recién iniciada la década del 60, son algunos de los momentos que se pudieron sortear, no de manera sencilla, pero sí con finales mucho más felices. Y vaya si habrá que preguntarles a aquellos dichosos testigos de la gloria ante el Santos de Pelé, la Selección Argentina y el Peñarol campeón de América. Y de la gesta en Villa Crespo para poner por primera vez a la ciudad en la máxima categoría y para gritar campeón en aquel diciembre de 1965.
¿Muchas veces se estuvo cerca? Claro que sí, basta con mirar la segunda década del 70, donde Santa Fe era sinónimo de juego exquisito y artesanal. Pero la suerte a veces es esquiva y las decisiones suelen ser costosas; del dolor de 1981, con todos los amagues e intentos posibles por la recuperación, al desahogo de 1995 y la vuelta al lugar que nunca se mereció perder. Y todo lo que vendrá después es la historia moderna: ser protagonistas, recorrer el continente, el crecimiento de la infraestructura y una referencia social ineludible. La que algunos quisieron usar para su beneficio personal, que costó recuperar, pero que da lugar para el reconocimiento al tesoro más preciado del Club Atlético Colón: su pueblo.
Si cayó y se levantó, fue porque siempre la gente estuvo para sostenerlo en pie. Muchos recuerdan a los dirigentes, otros recitan equipos de memoria, pero el camino conduce siempre al mismo lugar, que es el amor inquebrantable de su hinchada. Y si hay algo que la masa popular sabalera ha demostrado es su especialidad en derribar mito tras mito y construir mil historias y mil leyendas. Por los que un día lo soñaron e idearon, por los que estuvieron para cuidarlo y hacerlo grande y por los adentro y fuera del campo de juego han dejado su vida... Hoy, más que nunca: ¡Vayan pelando las chauchas, que aquí vienen los campeones!