De la mano del Pulga Rodríguez y con jugadores en un nivel muy alto, Colón fue el mejor de punta a punta y ganó con autoridad la Copa de la Liga. Esta es la historia de una campaña que ya nadie podrá olvidar.
¿Puede un club humilde, de una ciudad mediana, alejada de las luces de Buenos Aires, imponer su juego y sus virtudes en un fútbol tan competitivo como el argentino? ¿Puede un equipo sin figuras rutilantes, sin refuerzos millonarios, ser el mejor de punta a punta y demostrar autoridad ante los más poderosos? Sí, puede. Y eso es lo que pasó con este Colón 2021, que ya nadie en el mundo del fútbol va a poder olvidar.
Eduardo Domínguez volvió al club cuando las papas quemaban y demostró que las segundas partes pueden ser mejores. El entrenador sabalero empoderó a un plantel que venía cabizbajo desde la lluviosa tarde de Asunción y sacó lo mejor de cada jugador. Potenció a los pibes de las inferiores, ordenó el esquema táctico, hizo brillar al “Pulga” Rodríguez rodeándolo como el tucumano lo necesitaba, construyó un eje imbatible en el mediocampo (Lértora, Aliendro y Castro), reforzó la defensa con centrales de jerarquía (Goltz, Delgado y Bianchi), les dio confianza a los juveniles que terminaron mostrando que tienen todo para ser titulares (Garcés, Meza, Farías, Pierotti y Leguizamón) y acertó con las incorporaciones, en especial con la arriesgada apuesta de poner en cancha, en la final contra Racing, a Cristian Ferreira, que había sumado muy pocos minutos.
Todas las decisiones de Domínguez fueron acertadas: tanto cuando pudo elegir con libertad, como en el arranque de la temporada, como cuando debió “improvisar” ante la saga de lesiones, suspensiones y contagios de Covid, sobre todo en la segunda fase de la Copa. Ahí quedó demostrado que aquello que en los papeles podía parecer una improvisación se trató, en realidad, de un trabajo muy cuidado, casi artesanal, a través del cual el DT sabalero potenció al máximo a los jugadores que tenía disponibles. Los casos de Bernardi y Mura, los dos de notable rendimiento en la semifinal contra Independiente y en el inolvidable 3-0 contra la Academia, son ejemplos concretos.
De punta a punta
El arranque demoledor de Colón fue un presagio de lo que iba a venir: cinco triunfos al hilo en las primeras cinco fechas, en las que Burián recibió un solo gol y en las que el Sabalero venció con comodidad a rivales que en los papeles podían resultar más complicados, como San Lorenzo, Banfield y Estudiantes. En ese electrizante inicio del certamen, el Pulga y Castro empezaron a forjar una sociedad que daría sus frutos a lo largo de todo el torneo. Tuvieron distintos acompañantes –como Leguizamón y Sandoval– pero el esquema siempre funcionó en forma aceitada. La mano del entrenador ya se podía ver con claridad.
En el tramo central de la primera fase aparecieron algunas fisuras. El equipo no lució como en las primeras fechas, pero los resultados acompañaron. En esa parte de la competencia Colón recupero a algunos históricos, como Wilson Morelo. El colombiano tuvo poca participación, lo que demuestra que el esquema de Domínguez funcionó más allá de los nombres propios y de la trayectoria de los protagonistas.
Las derrotas contra River y Racing de visitante y el empate con gusto a poco ante Godoy Cruz en Santa Fe encendieron algunas alarmas. Ese fue el tramo del torneo que más le costó a Colón; sin embargo, la magra cosecha de puntos no le impidió seguir como puntero en su zona. Pudo parecer que volvía el fantasma de las temporadas anteriores, cuando el Sabalero empezaba bien, pintaba para candidato y se terminaba desdibujando. Pero esta vez eso no ocurrió y la responsabilidad es toda de Domínguez y de los jugadores, que se repusieron rápido de la racha adversa y consiguieron la clasificación a cuartos de final una fecha antes del cierre de la fase regular.
Colón cerró esa fase con 25 puntos producto de siete victorias (Central Córdoba, San Lorenzo, Banfield, Aldosivi, Estudiantes, Platense y Arsenal), cuatro empates (Rosario Central, Argentinos, Godoy Cruz y Unión) y solo dos derrotas (River y Racing). En ese tramo del torneo el Sabalero marcó 23 goles y recibió 10. Fue el segundo equipo con mejor diferencia de gol (solo superado por River) y el segundo con mayor cantidad de puntos tomando los dos grupos: Vélez ganó la Zona 2 con 31 unidades y Colón se quedó con la Zona 1 con 25 unidades.
En esa primera fase, aun con algunos altibajos, fueron determinantes el rendimiento de Burián, el orden defensivo y las variantes tácticas que ensayó el entrenador de mitad de cancha hacia adelante. Con sus goles, Rodríguez y Castro resultaron decisivos, pero la mejor noticia para el Sabalero fue que todos los que tuvieron la posibilidad de sumar minutos rindieron: Farías se ganó la titularidad a fuerza de sacrificio y talento; Morelo, Leguizamón y Sandoval tuvieron buenos aportes; a los pibes Pierotti y Moschión, que les tocó reemplazar a los volantes lesionados o suspendidos, no les pesó la camiseta. Lo mismo pasó con dos defensores que empezaron como titulares, alternaron y terminaron consagrándose como dos de las revelaciones del plantel: Piovi y Meza.
Garra y calidad
En la fase final de eliminación directa Colón fue de menor a mayor. Tuvo un partido discreto en Santa Fe ante Talleres. Por momentos fue dominado por el equipo cordobés, pero lo pudo sacar a flote, incluso jugando con uno menos buena parte del segundo tiempo. Fue 1-1 y en los penales, una vez más, apareció la inmensa figura del Cachorro Burián, héroe de tantas noches coperas y, decididamente, uno de los nuevos ídolos del Sabalero.
El mejor Colón apareció en los últimos dos partidos. Las lesiones de Goltz y Bianchi en defensa obligaron a Domínguez a alterar el esquema que había usado durante los 13 partidos de la primera fase y contra Talleres. El entrenador movió el banco, rescató a Facundo Mura y a Gonzalo Escobar y lo corrió a Piovi a la zaga central. Esas modificaciones de nombres propios y de esquema no solo no se notaron; por el contrario, el equipo fue más sólido que antes y quedó la sensación de que esa defensa “improvisada” llevaba años jugando de memoria.
Lo mismo ocurrió de mitad de cancha hacia adelante. Bernardi volvió al equipo titular y fue determinante. Aliendro y Lértora encontraron su mejor nivel: fueron los puntos más altos y con mayor regularidad a lo largo de la temporada, pero sobre todo en la fase final, con personalidad para imponer condiciones ante dos rivales (Independiente y Racing) que saben muy bien lo que es ganar duelos de eliminación directa.
El gran hallazgo de Domínguez se llama Alexis Castro. El volante ofensivo rindió de punta a punta y se convirtió en una de las revelaciones de la temporada. Sus números despejan todo margen de duda. En Tigre (2015/2017) había marcado 8 goles en 40 partidos. En San Lorenzo (2017/2018) jugó 28 veces y no anotó. Sumando sus pasos por Defensa y Justicia (2019) y Tijuana de México (2020) sumó 4 tantos en 36 encuentros. En Colón hizo 5 goles en 13 partidos. Un claro ejemplo de cómo un entrenador puede potenciar a un jugador, a partir de sus propias virtudes, en función de una estrategia colectiva.
Aún con el desgaste que sintió el Pulga Rodríguez (dejó el campo en la final cuando el partido recién estaba 1-0), el tucumano fue el factor clave del equipo. Jugó, pero sobre todo hizo jugar. Anotó, asistió y generó peligro en cada una de sus participaciones. Bien lo señala Gastón Chansard: Colón no es Pulga-dependiente, supo sacar adelante situaciones muy difíciles sin contar con el tucumano. Pero Luis Miguel Rodríguez fue en ese tramo final –y a lo largo todo el certamen– el jugador más importante del plantel.
Dos años antes había llegado a Santa Fe con hambre de gloria. Cayó en Asunción y se levantó. Se cansó de hacer magia con sus goles inolvidables en la Copa Maradona. Y en una noche de San Juan, en medio de una pandemia atroz, el Pulga Luis Miguel Rodríguez condujo a Colón a su primera estrella. Inolvidable.
En la semifinal y en la final, el Sabalero borró de la cancha a los grandes de Avellaneda. Domínguez supo cómo anular a cada rival. Y sus jugadores interpretaron la partitura a la perfección. El más sufrido de los clubes argentinos, el que se cayó y se levantó mil veces, el que estuvo siempre a un paso de la gloria y nunca se rindió, logró su más ansiado objetivo con garra y calidad. Como pide la canción. ¡Salud, campeón!