El origen de la conmemoración del Día del Orgullo tiene más que ver con la rebeldía y el hartazgo que con una pareja besándose con un fondo de atardecer en la playa junto a un #Amoresamor o el más cool #Loveislove. Orgullo trans-trava-torta-marica y confusión.
Si te despertaste hoy sin tener en claro qué fecha es, seguramente sólo te bastó abrir alguna red social para inundarte de arcoiris, parejas besándose y los #Amoresamor o #Loveislove, entre otras cosas.
No tengo pruebas pero tampoco dudas de que el 90% de quienes utilizan esos hashtag son marcas (empresas, políticos/as, instituciones) y pakis; el otro 8% puede que sean nuestras mamás que nos aman y quieren o quisieron también a nuestras parejas; porque lo que importa, en ambos casos, es la pareja… la pareja monogámica y la familia hecha a imagen y semejanza de la familia heterosexual. Y hay un 2% de confundides, como en todo.
Pero ¿qué es lo que está mal con la frase "amor es amor"? Bueno, básicamente que no dice nada ni de los hechos que dieron origen a esta conmemoración, ni de la discriminación y violencia que sufre el colectivos LGBTIQ+ -especialmente les trans y las travas-, y no dice nada, justamente, de eso que motiva el orgullo: nuestra identidad, nuestra forma de hacer comunidad.
El Día del Orgullo conmemora los sucesos que tuvieron lugar el 28 de junio de 1969 en Stonewall Inn, New York. El bar era un refugio para toda la fauna diversa de la ciudad en un contexto social, político y económico -la amenaza nuclear, el movimiento hippie, Vietnam, la presidencia de Nixon- donde los valores tradicionales como la familia y la patria se ponían en crisis.
Las travas, trans, drags, tortas y maricas, muchos de ellos negros y latinos, que frecuentaban el bar, estaban acostumbrades a que la policía irrumpiera en el lugar a puro palo. Eran comunes las detenciones a quienes estuvieran “con ropas del sexo opuesto” -algo que chequeaban desnudándolas en el baño- y la violencia de todo tipo contra todo lo demás. Esa noche del 28 de junio el hartazgo dio origen a una revuelta que duró varios días.
No fue algo organizado, no había carteles ni consignas. Había bronca, odio y dolor. Los disturbios de Stonewall fueron las travas, trans, maricas y tortas racializadas y pobres diciéndole “basta” a un sistema opresivo y violento que durante décadas las había discriminado e invisibilizado. Fue una acción en comunidad, de protección mutua.
Nada más lejano a la furia de Stonewall que los flyers en tonos pasteles con el #Amoresamor. Stonewall y el orgullo hoy nos siguen hablando de derechos, de libertad, de visibilidad. El orgullo en Argentina hoy es tener, al fin, una ley de cupo laboral trans que pueda empezar a reparar tanta violencia descargada sobre los cuerpos de nuestras compañeras trans-travas. Pero orgullo también es reclamar hoy por la aparición de Tehuel y justicia por Santiago Cancinos.
Pensar que el orgullo sólo habla de a quién “amamos” es invisibilizar todo aquello que somos más allá de con quién nos relacionemos sexoafectivamente. ¿Qué pasa con quienes no están en pareja y amando, con quienes se relacionan con muchas personas, con nuestras formas de amor, amistad y familia?.
Bajo conceptos como el de #Amoresamor se busca, muchas veces, normalizar y asimiliar nuestras relaciones diversas para que sean "lo más parecidas posible" a las heterosexuales. En vez de un papá y una mamá con su hije, hay dos mamás, “es lo mismo, amor es amor”. Bueno no, no es lo mismo. Pensamos, problematizamos y tenemos otros tipos de parejas, de familias, de relaciones de amistad. Visibilizar eso es parte de la lucha en fechas como estas, pero también cada día.
El orgullo es, sobre todo, un sentimiento colectivo. “El orgullo de Stonewall fue la reivindicación de una resistencia en común”, dice Virginia Cano, filosofa y activista lesbiana. “Allí, en ese bar que se derramó en las calles y que es parte de nuestro imaginario colectivo de lucha, lo que pasó fue que todxs dejaron de ser tan sí mismos, sujetxs aislados, para entregarse a la fuerza de lo colectivo, a esa fuerza que siempre nos libera un poco de la soledad del yo y nos cobija (y transforma) en el encuentro con otrxs”.
Por eso, mientras las redes se llenan del pinkwashing de empresas que el resto del año no contratan personas trans o lesbianas “muy masculinas”, que todavía son permisivas con los “chistes” homofóbicos y misóginos, que siempre levantan las banderas de la no politización, le respondemos políticamente, porque eso, ya lo decía Jáuregui, es el orgullo. Y así lo resume también hoy Cano: “Poder hacer del exilio y el estigma una posición política de encuentro desde la que disputar los sentidos de lo posible tiene mucho más que ver con la vida-y-la-muerte-en-común, que con el derecho individual a ser quien se es. Por eso, el orgullo (término dudoso y problemático) no es algo personal, en todo caso, refiere a la pequeña victoria de haber hecho de algo que por mucho tiempo nos quisieron hacer creer que era personal, la cifra a partir de la cual tejer redes de afinidades político-afectivas inesperadas, parentescos monstruosos y complicidades desacatadas. Así que, cómplices de otros mundos y boicoteadores de injusticias, que hoy no sea una celebración de sí mismos, sino de esa genealogía que liga nuestras existencias a la lucha, la fiesta, la memoria y la reivindicación colectiva de modos de vida comunitarios, inesperados, corridos, fugitivos”.