Aunque no haya pasado un mes del logro más importante de Colón en sus 116 años, con la ida de Luis Miguel Rodríguez se va un pedazo importante de la historia grande del Sabalero.
Cuando pasen los años y cada 4 de junio se recuerde el campeonato rojinegro, nadie dejará de escribir y decir el “Colón del Pulga”. Esa mención está cargada de valores sentimentales que practicó con la camiseta sangre y luto un futbolista que encarna el fútbol vistoso, práctico, de velocidad mental y resoluciones de otros tiempos. Pero en el análisis más fino de todo el recorrido que hizo el equipo del barrio Centenario, si hay que cometer la injusticia de agregarle un nombre a la palabra Colón, hay que ponerle el “Colón de Domínguez”.
Por suerte para Colón hubo un “Pulga” y un Domínguez. El DT supo enfocarlo al tucumano en el objetivo y el jugador se adaptó a la función que le pidió adentro de la cancha. Cuando todos decían que el que lleva la “10” en la espalda tenía que jugar de “10”, Eduardo Domínguez no movía ni medio milímetro su plan futbolístico y lo dejaba al Pulga como delantero, sabiendo que le sobraban cualidades para ser enganche. El entrenador sabía de la inteligencia de uno sus DT adentro de la cancha (el otro fue Paolo Goltz), sabía que en determinados momentos Rodríguez retrocedería para buscar esa posición de armador, porque era parte del plan. O sea, el “Barba” lo potenció al “Pulga”, lo hizo más delantero que enganche, con sus 36 años lo llevó a correr como nunca antes en su carrera (la presión del tucumano y el otro delantero de turno se hicieron sentir en las defensas rivales) y todo eso lo acercó mucho más al arco. El resultado de ese trabajo se resume en pocas palabras: figura y goleador de los últimos dos torneos.
La palabra “figura” puede discutirse desde la argumentación del funcionamiento de Colón, ya que el Sabalero no dependió exclusivamente de ningún jugador para salir campeón, pero sí le cabe al “Pulga” por mostrar esos toques sutiles para habilitar a un compañero, por los golazos, por la velocidad mental para resolver situaciones que parecían complejas y por ser el último jugador del pueblo.
Luis Miguel Rodríguez y Colón se encontraron cuando el momento más importante de la historia los citó. Los dos años de estadía en Santa Fe fueron de emociones fuertes, de las más fuertes. Un par de torneos locales malos, los penales, el saltito para definir y la fiesta en Brasil, 40.000 en Paraguay, la bronca de esa final de la Copa Sudamericana, la tristeza y el andar sin rumbo que dejó a Colón al borde del descenso, que me voy o me quedo, la pandemia y Domínguez, la preparación, el cambio de rumbo en el juego, el funcionamiento, los golazos, el caño al árbitro, la debilidad de la prensa porteña, el potrero intacto, San Juan y “la gloria no se compra”.
Era verano, llegó, hizo un gol y metió una asistencia perfecta a Heredia para que Colón le gane 2 a 0 a Argentinos Juniors. Desde aquel 28 de enero de 2019 hasta la eternidad estará brillando en la estrella rojinegra.