¿Alguien se animaba a decir, un año atrás, que el país iba a producir vacunas contra el Covid, que el aborto iba a ser legal y que Colón iba a salir campeón?
Corre el año 2156. Nos gobierna un droide humanizado con la conciencia del hijo de Silvia Suller y Silvio Soldán. Entre los cráteres de lo que fuera la Costanera santafesina y ahora es un campo de chatarra parecido al universo de Blade Runner, un pequeño robot patrulla los escombros sin mayores sobresaltos. De pronto, a lo lejos, se encienden las luces de un Duna rojo aplastado entre las raíces de un palo borracho. El auto entró en corto-circuito. Su bocina, ahogada por los años, apenas si logra soltar al pesado aire nocturno un leve “peeeeeeep” para luego desfallecer. Y de entre las ruinas, frente al estímulo sonoro, se asoma el primer síntoma de vida humana como un eco lejano que apenas si se oye sobre el sonido de las chicharras: un inconfundible y certero “DALE COLÓN” que irrumpe en la noche como un relámpago de lluvia de verano.
El ser humano, como lo conocíamos, yace al borde de su extinción. Pero Colón todavía vive. Será esa, quizás, lo que en otro momento se conocía como “la suerte del campeón”. Ahora podremos someter esa frase a la pura empiria. ¡Qué alegría!
Debo reconocer que en un principio no me sentía con la capacidad suficiente como para encarar la tarea que se me ha encomendado. Soy de Colón, y eso me constituye como ser humano y como hincha, pero quizás por un momento sentí que no alcanzaba para poder hacerle justicia a tamaña edición de este periódico que nos cobija y nos contiene. Después me acordé que el periodismo es sentimentalismo y sarasa y se me pasó. Es más, recordé que por estos días parece que lo más importante es que hagamos largas y ampulosas editoriales, contando experiencias personalísimas y cargadas de un narcisismo explícito, que expliquen que Colón salió campeón gracias a nosotros y que somos lo más importante en la historia del club, y que incluso si sos de Unión tu opinión es necesaria, esperada, casi te diría irreemplazable. Todos estamos conmovidos. Pero como nosotros, los periodistas, somos guardianes morales y espirituales de la Nación y estamos más en contacto con nuestras ideas y nuestros sentires por ser precisamente la superioridad de la especie, contamos con ventaja a la hora de expresarla. Somos esenciales. Sin nosotros ustedes no saben qué sentir.
Así que ahora puedo hablar con soltura y sin tapujos del tema que nos compete: si hace un año me decían que llegado el momento nuestro país iba a producir vacunas contra el Covid, el aborto iba a ser legal y Colón iba a salir campeón, yo hubiera emanado fluidos de risa por todos mis orificios. Y esto no me hace ni menos nacionalista, ni menos feminista, ni menos colonista. Pero ya ven que a veces hasta a las grandes mentes del periodismo se nos escapan las enormes y diversas posibilidades que el futuro de este país y esta ciudad nos deparan. Un poco me da miedo. Siento que rompimos cierta matrix. Pero, ¿qué puede ser peor que esta pandemia?
*Inserten aquí esas sonrisas truchas grabadas de sitcoms de los 90.
La pandemia. Obvio que Colón iba a ganar un campeonato, el primero de su historia, en pandemia. Por supuesto que iba a ser en el fin de semana en el que el Cullen reventaba de casos. Obvio que iba a ser ahora que no se puede ni compartir un porrón, ni bailar una cumbia con la piba que te gusta sin infringir al menos seis normas de los nuevos códigos de conducta. ¿Cuándo, si no, íbamos a ganar un campeonato más que en este 2021 en donde no pudimos ir nunca a la cancha? Y digo “pudimos” solidarizándome profundamente con ustedes que van, porque yo no he ido nunca. Y el motivo por el cual jamás he ido es simple y certero: soy mufa.
Me reconozco mufa. Me autopercibo mufa. Y por tal caso, actúo en consecuencia. No voy a la cancha, no miro los partidos, no los escucho por radio. No doy por ganado un match hasta que no veo que Promiedos actualizó el resultado. No respiro cerca de una radio que esté transmitiendo los partidos. No uso camisetas los días en que juega Colón. Y si todos los mufas de esta ciudad, que son muchos, hubieran sido tan ecuánimes como yo, este campeonato hubiera llegado antes. Pero no se les puede pedir autocrítica a los hombres heterosexuales. Está en el artículo 14 de la Constitución.
Que fiesta esta, amigues. Que delicia. El pueblo santafesino en su máximo esplendor. El delirio místico que ahora nos envolverá por generaciones. La fortaleza que nos otorga ser no sólo el primer campeón de la ciudad, sino también el más bizarro, tal y como lo expresan las incontables imágenes que hemos visto en estos días. La constante afluencia de historias que involucran a familiares fallecidos. Las promesas hechas en el fragor de alguna peña regada de alcohol y drogas blandas que ahora deberán cumplirse. La forma en la que esa masa de hinchas visualizó hace cien años este momento y lo plasmó en su marchita, esa que grita que somos “sangre de campeones” y que generaciones después logró manifestarse como si acaso algún viajero del tiempo hubiera sabido que este 2021 era posible.
Yo no tengo una anécdota de cancha. No tengo ni una sola promesa hecha. No puedo decirles cuál es mi gol inolvidable. No tendré que tatuarme al Pulga Rodríguez en tetas sosteniendo la copa en el pectoral derecho. Poseo una sola camiseta, que le robé a mi hermana y que a veces uso para jugar al fútbol 5. A las futuras generaciones les contaré que en esa noche de viernes me puse en pedo y jugué a adivinar el trayecto del partido escuchando los alaridos a destiempo de mis vecinos, como un coro salido de escena que gritaba al ritmo de la radio, el pack fútbol, el colgado que lo pirateaba por internet y el que lo escuchaba por streaming. Yo no vi el partido, y lo sufrí. Aguanté y aguanté. Me perdí íntegros esos 90 minutos que cambiaron la historia del club, de mi club, del que me acompaña desde el día en que nací, para que Colón saliera campeón.
Y esto me transforma, ni más ni menos, en la pieza más fundamental de esta historia, la única que no puede modificarse, la que silenciosamente les recuerda ahora que ningún sacrificio ni promesa ha de estar a la altura de mi proeza.
Esa estrella, que ahora bordamos como un sueño en la almohada, está compuesta de miles de historias como la mía. Pero ninguna tan importante como la mía. Porque escribo lindo, hablo complicado y junto clicks.
De nada.