La clave del título sabalero estuvo en el banco. El DT integró a todo el plantel y nadie se sintió menos.
¿A Domínguez le dieron todo el poder? “Sí, cuando volvió le dimos todo el poder a Eduardo, para que él arme todo”. La respuesta, pisando el césped del estadio Bicentenario de San Juan, me la brindó el vicepresidente Patricio Fleming.
“Domínguez, conocedor del club y de su presidente José Vignatti, volvió para ser mejor. La directiva aceptó darle “superpoderes” en su regreso y el entrenador los usó para demostrar que, a este plantel, el que perdió en Paraguay y que poco después se iba al descenso, lo podía rescatar desde el plano emocional y futbolístico”. Esas líneas son parte de la nota “No es casual, es Domínguez”, que fue publicada en Pausa en la previa al histórico encuentro ante Racing.
El 5 de enero de 2017 comenzaba la era Domínguez en Colón. “Nuestro principio es jugar bien. Nuestro sistema táctico va a depender de los jugadores. Nos gusta ser protagonistas y queremos un Colón protagonista. Bajo esa premisa vamos a trabajar”, declaró el DT en la presentación oficial ante la prensa. En esa primera etapa el “Barba” demostró que era un entrenador que iba a dar que hablar. Colón empató 1 a 1 con Olimpo, ganó el clásico en cancha de Unión (2-0) y acumuló siete victorias consecutivas, una marca récord para el sabalero en Primera División.
Esas palabras de presentación tuvieron cuerpo y alma adentro de la cancha, el equipo era protagonista y el sistema táctico se adaptó al plantel. Domínguez le dio identidad de juego, en 2017 lo puso en la Copa Sudamericana del año siguiente y entre otras cosas fue noticia por ser el primer equipo argentino en ganar durante los 90 minutos en el mítico Morumbí (1 a 0 al San Pablo). En 2018 lo volvió a meter en otra Sudamericana, de la que luego sería finalista en 2019, pero los altibajos del equipo y algunos roces con la dirigencia lo llevaron a renunciar en noviembre de ese año.
Su regreso al club es consecuencia de los efectos de la final perdida en Paraguay y un equipo que se encaminaba al descenso. En marzo de 2020 volvió con una condición: que nadie interfiera en su trabajo. Y todo fue del “Barba”. En tres días apareció un recordado triunfo en Rosario, le ganó 3 a 1 a Central luego de dos años de sequía fuera del Centenario. Llegó la pandemia, el fútbol se detuvo y se anularon los descensos.
Domínguez y su cuerpo técnico se quedaron en cuarentena en Santa Fe, durante meses consolidaron la idea en el Hotel de Colón, se adaptaron a los tiempos de malaria, se fueron diez jugadores en 2020 y sólo llegaron Piovi y Goez. A esa altura el DT ya había convencido a todos los jugadores de su plan; a esa altura, los que se querían ir empezaron a cambiar de idea. Domínguez devolvió la confianza perdida. Como dijeron varios jugadores: “Eduardo nos cambió la cabeza”.
Volvió el fútbol y muchos de esos jugadores volvieron a su nivel. En la Copa Maradona, Colón se acercó a las palabras de aquella primera conferencia de prensa: nuevamente fue protagonista. Pero al equipo le faltó un grado más de horno para no estar crudo en los momentos decisivos.
Con los poderes que tenía y con las cartas que ya había mostrado en la Copa Maradona, Domínguez pidió a Paolo Goltz y a Alexis Castro. El experimentado defensor fue la voz de mando del equipo y el que le aportó tanta solidez y confianza al sistema defensivo. Y el volante fue muy importante para generar juego de mitad hacia adelante. A esos dos hay que sumarle a Facundo Mura, que llegó para reemplazar a Vigo, y a Cristian Ferreira, que también fue parte de la transacción del lateral de Colón a River. Además, pidió por el regreso de Nicolás Leguizamón.
Mura nunca fue titular, pero Domínguez le tiró la “4” en los dos partidos finales, jugó muy bien ante Independiente y la rompió en la final. El pibe Ferreira jugó muy poco, pero fue titular en la final y fue una de las figuras. En tanto, Leguizamón fue clave en las primeras fechas, se lesionó y apareció en la final para meter una asistencia fantástica en el gol de Christian Bernardi.
Con ideas de juego definidas, con un manejo de grupo basado en el buen trato hacia el ser humano y con la confianza que se había ganado por todos, Domínguez no dudó en darle la titularidad a Facundo Garcés cuando se caía Bianchi en la primera fecha, respaldó a Eric Meza para que sea una de las grandes apariciones de la temporada, lo hizo explotar a Facundo Farías y puso en momentos importantes a Pierotti. Los pibes rindieron y eso también fue mérito del entrenador.
Eduardo Domínguez integró a todos los futbolistas, nadie se sintió menos, todos se sintieron parte, los más grandes estuvieron cómodos en la relación con el entrenador y en su función de guiar a los más chicos. El DT los hizo creer en una idea, trabajó en tantas variantes como puede dar un partido de fútbol, la demostración es que jugó 14 partidos con un esquema y en los dos más importantes lo modificó radicalmente. Colón tenía una idea base, para sabía muy bien cómo utilizar los planes B, C y D, si era necesario. En los partidos donde Colón bajó su rendimiento o como en la instancia final, donde no contó con Goltz, Bianchi, Delgado y Farías, el temple y la seguridad de su trabajo volvieron a ser claves para que la meta no se aleje ni un centímetro.
Domínguez volvió mejor (y eso que la primera etapa era buena), los “superpoderes” que le dieron fueron muy bien utilizados y la demostración de la importancia del DT en el logro más significativo de la historia del fútbol de Santa Fe se grafica en la primera madrugada de Colón campeón. La Copa no durmió en la vitrina de la sede, “hoy voy a dormir abrazado con la Copa”, dijo el técnico y se metió a su casa.