Soy de los que creen que cuando Colón gana, todo lo que pase a mi alrededor tendrá una forma de ser percibido que será cualitativamente más placentera que si el resultado es una derrota o un empate.
¡Qué digo “soy de los que creen”!
Soy de los que pueden dar fe de que cuando gana Colón mejora mi calidad de vida.
Todo, pero que se entienda bien: tooodooo lo que ocurra en el mundo será mediado por un prisma que transformará, aún el hecho más abyecto, en una instancia de superación de vida.
¡¿Está claro?!
Una enfermedad, por ejemplo, se transforma en un hecho en que la vida pone a prueba nuestra capacidad de crecer; ser despedido del laburo nos expone a superar un dolor y perder las elecciones con una derecha neo-fascista se transforma en la oportunidad de poner en juego la tan mentada resiliencia.
Es así: no hay vueltas. Gana Colón y uno no siempre será feliz, pero estará más cerca de serlo: condición sine qua non para que se haga real en nosotros la alegría.
Hace 116 años se fundó nuestro club.
Una de esas marcas imposibles de olvidar: 5 de mayo de 1905.
Marcas que dicen del origen y que se sienten como tatuajes: 555.
Marcas, orígenes, tatuajes.
Hace años uno ha aprendido que ser de Colón es un sentimiento que no te habilita al escándalo: los números son tan claros como contundentes.
Además, lo sabemos, hemos perdido finales: a esa instancia hemos arribado.
Supimos del sabor amargo que se siente, ese reflujo que te queda entre el estómago y la faringe, ese ardor que no se traga y sobrelleva apostando al trago que todo lo barre, hasta la humillación que supone un resultado que te enrostrarán por siempre tus clásicos rivales. Sabemos de eso.
Y no hay caso: ese sentir no se transige.
Se es Negro y Raza.
Entonces… si hay que sacar pecho, se lo hace; pero no se agacha la cabeza.
Se gana y se pierde; pero el sentir no se evade: así aprendemos la diferencia que existe entre el sentimiento y pagar impuestos. La saludable distancia que debe manifestarse entre la política y el folclore, entre la pasión y la chicana, entre el pudor y lo indomable.
Porque es así: no se trata de pavonearse de tenerla grande. Nunca se trató de ser un pijudo; sino de estar bien con la nuestra. Ser felices con lo que nos calienta el pecho. Disfrutar de sentir el indio aullar. De amañanar en la ruta al regreso de un partido de visitante y volver a reconocer que el sol es un capricho, que el mate es más rico cuando te lo pasa tu compañer@ al volante, que no va a ser fácil mantenerse otra jornada en pie laburando… pero qué lindo es sentir cuando te acostás que en algo ganaste.
Porque es trascendente ganar en tiempos en los que se te dice es lo único importante y vos ves cómo pierden siempre los mismos, inevitablemente, como en una ley histórica inmodificable o una maldición bíblica imperturbable.
Nada explica ser de Colón.
Tampoco digo es lo mismo ser de cualquier equipo: mentiría si así lo hiciera.
Porque no es pa’ cualquiera ser hincha de un equipo que aún no ha sido campeón y tiene 116 años de historia; no se compara a ser de River, Boca, Independiente, Estudiantes.
Cumplimos 116 y vuelven a nosotr@s infinidad de recuerdos que pueblan nuestra memoria: victorias apoteóticas, derrotas dolorosísimas, alegrías imborrables, tristezas que dejaron huellas, vivencias y pasiones que por siempre nos marcaron el cuero y la piel.
Ya hemos jugado finales.
La del 9 de noviembre del 2019 por siempre quedará en nuestra memoria. Y digo “nuestra”: la propia y la de ell@s.
Y volvés a sentir: ¡con lo lindo que es estar allí… no pueden pasar tantos días pa’ que lo podamos recrear!
Necesitamos ocurra más seguido.
¡Nos merecemos más que una final cada dos años!
Es muy bella la sensación como para que nos ocurra con esta periodicidad.
¡Es mucho tiempo!
Este mes de junio será la oportunidad de volver a sentir lo que anhelamos. Faltan horas para hacerlo realidad.
Me resisto a programar otra cosa que no sea celebrar el sólo hecho de respirar junto a los afectos la alegría de estar vivos, ser de Colón y ver ganar a los colores amados pa’ hacer real la vuelta que nos merecemos hace tantos años que, cuando se dé, lo sabemos, la alegría será tal que sólo unos pocos no podrán celebrar.
Ese día está llegando.
Hace tiempo.
Y yo pienso estar ahí, como casi siempre: entregándome a las uvas y las flores y, si es necesario, escapando de pestes, balas y altares.
Como en estos días en los que la gloria parece estar allí: al alcance del deseo que se asoma en realidades.