Empieza en un telo que parece un hotel o un hotel que parece un telo y termina en una comisaría que parece una casa. Eso si se sigue la dirección indicada, pero bien puede ser al revés, todo depende de por cuál avenida se llegue. Como fuere, por distintas razones preferiría no entrar en ninguno de esos dos puntos extremos, pero sí en más de una de sus intrigantes y variadas fachadas. Breve y semioculta, la calle Mamerto Esquiú ofrece su discreto encanto a quien se preste a recorrerla con ojos atentos.
Algo del corazón impoluto del orador de la Constitución pervive en la calle que lo nombra, y no precisamente lo monstruoso sino cierto aire de lo perdido y atemporal que se respira en esas variopintas cuadras donde parecen mezclarse, como síntesis, todos los barrios y todas las épocas.
A poco de comenzar el recorrido, la vía la corta como un río y le ofrece algunos pocos graffitis, que resaltan como raros peinados nuevos. En todas las cuadras hay más de un pasillo y una casa muy vieja, un frente de portón oxidado y jardín de abuelas de antes, que conviven con algunas más modernas y otras más pretenciosas.
Hay un perfecto catálogo de balcones de distintos estilos, tamaño y gusto, insólito más de uno, insólita la cantidad y todos como a la espera de la serie fotográfica que los recorte y distinga. La mirada bien puede sostenerse entretenida en la altura, pero se perdería así muchas otras cosas.
Por ejemplo, una fastuosa fuente con estatua neoclásica de doncella con paraguas rodeada de sapos, unos cuantos cisnes y otros animales de cemento en extinción, repartidos en las recurrentes galerías repletas de flores en todas las estaciones. Una casa gris y vieja, con parecita al frente, jardín de baldosas y galería con gran entrada circular como de piedra que le encantaría a Mariana Enríquez y quedaría bien en cualquier pesadilla. Una casa chata con frente de azulejos custodiada por tres cabezas de león que sobresalen sobre puerta y ventanas ignorando si son castillo o fuente.
Cada vez que veo pasar un 9 me queda la sensación de haber visto un fantasma y puede que así sea. La última vez que vi uno fue justamente en Mamerto Esquiú. No sé cuántas casas quedan con árbol de nísperos en la vereda y enano de jardín entre las plantas, si quieren ver una, ya saben dónde.