A nivel nacional, la herramienta que inventó Cristina en 2019 tendrá listas de unidad del Frente de Todos en los dos distritos electorales que más bancas aportan. En Santa Fe el peronismo se complicó solo. Desdramatizar las Paso para minimizar daños.
Con las listas oficializadas y los candidatos expuestos, el Frente de Todos se apresta a plebiscitar su gestión en todo el país, pero particularmente en los cuatro distritos electorales que aportan más de la mitad de las bancas que se disputan en Diputados y casi un tercio de las que pone en juego en el Senado. Los ejes de campaña se ratificaron en la presentación de candidatos para el AMBA, que condujeron sus tres máximos referentes (Alberto, Cristina y Massa): plan de vacunación y gestión de la pandemia, recuperación económica y memoria viva del industricidio macrista.
El gobernador de la provincia que renueva 35 diputados y del que se espera el mayor aporte de votos (se habla de una diferencia de entre 9 y 12 puntos sobre Juntos x La Fuga) dejó muy claro que “el candidato es la unidad”, pero lo real es que los votos son de Cristina y Alberto, en ese orden y sin ofender a nadie. Y como la pluralidad de orgas que conviven en el Frente entiende que los lugares con chances de banca son limitados, se pudieron consensuar listas en las que está representado el peso de cada espacio y hay confianza en contener a los tres sectores más perjudicados, la CGT, los Movimientos Sociales y los intendentes del conurbano.
En la República Autónoma de Córdoba, una obsesión permanente de Alberto Fernández, el Frente de Todos tenía previsto participar de las listas que enfrentarán la abrumadora hegemonía del Gringo Schiaretti, con el pronóstico de una derrota digna pero segura. El problema surgió en la otra provincia donde el consultor político y empresario Guillermo Seita instaló la marca registrada “Hacemos”, allí donde se expresa una coalición con una diversidad ideológica similar a la del Frente de Todos nacional y que conduce un peronismo que durante 12 años faltó a dos máximas elementales: respetar los resultados de las internas para sumarse en las generales y construir un programa de gestión perdurable y con vocación de poder. Lo primero ocurrió al influjo del ejemplo nacional, bajo la doble premisa de cortar al macrismo y al socialismo y con Cristina bajando candidatos propios para simplificar internas competitivas y dejar la menor cantidad de heridos y contusos de cara a la batalla final. Lo segundo está en formación y disputa, tanto que no puede decirse que “el candidato sea el modelo” sino la unidad, mientras la pandemia y condicionantes complican las cifras de contagios, muertes, pobreza, indigencia y la actividad industrial exhibe una saludable recuperación que todavía no impacta significativamente en los índices de empleo.
La buena noticia se parece bastante a la que convertía a Cambiemos en una máquina de ganar elecciones: la oposición está fragmentada, cambia de lugares a las figuras de siempre y asociadas al fracaso del Frente Gorila de Masas, las pocas caras nuevas no amenazan con ser topadoras electorales y tienen que cambiar la marca para reconfigurarse o por piantavotos. Así las cosas, tanto en provincia de Buenos Aires como en Santa Fe, las Paso parecían un trámite no exento de sorpresas, que podía marcar –en elecciones que no son equiparables pues se vota otra cosa– una leve pérdida de votos respecto de 2019, con sendas victorias. Pero la falta de diálogo, de sincronización operativa, de acuerdos programáticos consistentes y el apuro por disputar de cara el 2023 puso al peronismo santafesino en una encrucijada impensada hace poco más de un mes.
Las limitaciones del modelo de gestión de Omar Perotti, el apuro de Sacnun por asegurar su renovación, la imposibilidad de Rodenas de hacer equilibrios entre dos jefaturas irreconciliables y la convicción del Chivo Rossi de que garantiza mejores resultados que Mirabella o Lewandoski y de que se juega la supervivencia de su espacio político, le dejaron servido el teatro de operaciones a Armando Traferri y al Partido de la Rosca permanente que se atrinchera en el Senado. Le permite fortalecer posiciones en el peor momento de su carrera política, acusado de prohijar y cobrarse de una red de juego clandestino (que también salpica a ex funcionarios del Frente Progresista), y enviar una foto al gobernador incluso más desafiante que aquella en la que se lo veía inaugurando una fiscalía en Roldán, rubricando el acuerdo con Agustín Rossi para enfrentar la lista de senadores del gobernador que había prometido acabar con los acuerdos entre las mafias y la política santafesina.
Y por si esto fuese poco, la prenda de esa unidad es nada menos que la vicegobernadora como segunda candidata al Senado, una afrenta sin antecedentes locales y que promete, más allá de que la relación entre ambos es prácticamente inexistente, complicaciones a corto plazo.
El amor es efímero
Alberto corta por los votos y Cristina por la lealtad, esa parecía ser la conclusión preliminar cuando empezaron los viajes a CABA para obtener las bendiciones de las nóminas. Justo es decir que Rossi, Rodenas y Traferri venían reuniéndose desde al año pasado, para compartir críticas al estilo de conducción cerrada de Perotti, con diferencias respecto al tono e incluso a la defensa de la figura del ex ministro de Seguridad, Marcelo Saín, que para algunos es el gran responsable de tornar imposible la unidad. Los mismos que decían que Rossi era un techo bajo y excesivamente ideologizado, que había que retirarlo de la política santafesina, que detestaban su identificación con Cristina, ahora se aliaron al Ministro de Defensa en una boleta que Cristina intentó bajar con llamadas directas. De ese modo Rossi desoyó a su jefa política y a la vez dejó a Alberto en una posición muy difícil con el gobernador santafesino. “Agustín mide más que cualquier candidato del perottismo, tiene derecho a participar y es lo más conveniente, acabamos de hablar con Cafiero y no dijo nada de bajarse”, aseguraba un alto dirigente del rossismo a un par de horas de vencerse el plazo para oficializar.
“Si en vez de ir a operarnos a la Rosada, Rossi hubiese pedido una reunión con Omar, lo hubiéramos aceptado, estaba en los cálculos, pero no lo hizo porque ya tenía decidida su candidatura pase lo que pase”, oponen del lado de Hacemos Santa Fe. “Si el Frente queda en manos de Traferri, agárrense porque se viene el peor peronismo de la historia en Santa Fe”, amplían quienes sienten que esta interna revela quiénes van por el gobernador sin disimulo, apostando a heredarlo en 2023.
La resolución es sumamente curiosa, porque si es cierto que no hubo vocación de dialogar y ceder (el mismísimo Perón mandaba ceder el 50%, para quedarse con el 50% más importante) y más allá del “Dhonteo” de las listas, ¿cómo se van a tomar las decisiones y dirimir diferencias en el marco del Frente? El cruce se jugó a fondo, sin delicadezas ni atenciones y nadie quedará igual, gane o pierda. Incluso ganando, Perotti deberá decidir qué hacer con las investigaciones que se ventilan contra las figuras más rutilantes del Nuevo Espacio Santafesino y qué clase de gobierno puede ejecutar maniatado por la oposición interna, sin reelección posible, además de trazar una estrategia para posicionar a su sucesor (sea Mirabella o un “libre” como Lewandoski).
La parada no es menos abismal para el Chivo, aliado con un sector cuyos dirigentes –salvo por la filiación peronista– no se le parecen en nada y jugándose todo en los dos frentes. Si supera a los candidatos de Cristina pero no obtiene el triunfo en las generales, ratificará la teoría de que no suma adentro ni afuera y será el gran responsable de una derrota que le van a facturar todes.
La Rosada volverá a jugar fuerte luego de las primarias para asegurar dos cosas que hoy vuelven a estar en riesgo: que la unidad en las generales asegure una victoria por ajustada que sea y que nadie anteponga intereses personales o sectoriales fracturando el Frente de Todos y deteriorando la calidad del sistema político de una provincia que –como el resto del país– no tiene margen para seguir padeciendo administraciones de transición, e incluso peor, sin saber de transición a qué.