Hacía mucho tiempo que la Selección Argentina no me emocionaba. Es verdad que la vida te va poniendo otras responsabilidades en el camino y eso que llamamos pasión queda más relegada. Pero siempre está, en algún momento aparece. Soy un cuarentón que creció con el fuego que prendía Diego cada vez que se ponía la celeste y blanca, soy de los que encontró en las recientes declaraciones de Pacho Maturana la frase perfecta para definir a los dos grandes ídolos de las últimas décadas: “Con Diego uno siempre estaba listo para celebrar. Diego es fiesta, Messi es ternura, es ciencia, es el perfume exquisito y Diego es el barrio".
En esa fiesta y ese barrio que nos regalaba Diego quedó sellado ese amor incondicional. ¿Y por qué Diego otra vez? Porque anoche y en toda esta Copa América vi al mejor jugador de este siglo con rasgos emocionales de Maradona. No lo hace mejor ni peor, simplemente lo emparenta más a esa argentinidad mágica y barrosa que me regalaba Diego.
El talento intacto del pibe que se hizo hombre, el tobillo ensangrentado, los goles, los pases, los gritos a los rivales, ponerte una vez más el equipo al hombro y el recibirte de capitán me hicieron quererte un poco más en los últimos días.
Nadie me tiene que explicar cómo juega. No me tienen que tirar con la estadística. No me den cátedras de cómo jugaba en la primera, segunda y octava etapa del Barcelona, con cual o tal entrenador y cómo jugó en todos y cada uno de los ciclos de Argentina. No me analicen los sistemas de juego y los jugadores que lo rodearon. Es Messi. Él es el que filtra toda la experiencia vivida, él es el que habla y juega con la maduración de sus 34 años, él una noche me llegó al corazón, cuando antes solo me podía llegar a la cabeza.
Ya sé, hoy hay que hablar de “Dibu” Martínez, los penales y la eterna locura que tienen los arqueros; de Scaloni, sus estudios, su pertenencia albiceleste, sus aciertos en futbolistas que nadie tenía, su valentía para renovar y agarrar un traje que nadie se quería poner; de mi siempre querido Angelito Di María (crack, potrero y elegancia made in PSG); y hasta de Vignolo y esa runfla periodística.
Sí, podría escribir páginas y páginas para argumentar sobre los motivos por el cual el fútbol argentino debería respaldar sin miserias el trabajo del cuerpo técnico, que va mucho más allá de Lionel Scaloni. Los ayudantes tienen una participación muy importante en la toma de decisiones, Walter Samuel, Roberto Ayala y Pablo Aimar saben de grupos y contextos de Selección. César Menotti es el Director de Selecciones Nacionales, es un sabio del fútbol que en 1974 refundó a la selección y en 1978 la llevó al primer título mundial. Javier Mascherano está a cargo del Departamento de Metodología y Desarrollo. Hay una sede de reclutamiento en el exterior para llegar a los chicos argentinos fuera del radar. Fernando Batista conduce al Sub 23 en los Juegos Olímpicos y acredita una excelente tarea en el Sub 20. Pablo Aimar se ocupa del Sub 17 para potenciar la formación de los mejores proyectos y Diego Placente se encarga del primer eslabón de la cadena, la categoría Sub 15.
Como verán, hay mucho para escribir, indagar y para argumentar sobre “el proyecto”.
Pero no quiero irme de mi pasión, me costó mucho reencontrarla y ahora no la quiero soltar. Anoche te vi gritar, sangrar y jugar, como siempre lo hiciste, pero me demostraste que te estalló todo y me refregaste en la cara (y me encantó) la vieja y gloriosa frase que es aplicable a toda la vida: “La actitud no se negocia”.
Me hiciste volver al espíritu adolescente y acá estoy, deseándote campeón, deseándonos campeones. Con todo mi corazón te quiero decir que vos Messi, vos más que nadie en esta tierra, vos te mereces ganarle una final a Brasil en el Maracaná.
Y vos, pedazo de mal parido que regas muerte por todo tu suelo, vos Bolsonaro, te mereces un profundo y doloroso Maracanazo (versión argenta).
¡Vamos Messi carajo y fora Bolsonaro, fora!