Después de estar media hora despierta en la cama, con el brazo izquierdo cruzado sobre la frente para atenuar la luz del velador, el hombro derecho prolijamente escondido bajo las mantas de polar, sintiendo la respiración, cerca de mi oído, de la gata acurrucada hecha un bollo casi sobre mi almohada, empecé a pensar en dónde me gustaría estar ahora mismo y recordé que una alumna de Deán Funes, que apareció en clases vestida de manera descuidada, con grandes ojos azules y contundente presencia, me había dicho que ella ahorraba dinero casi con desesperación, porque era docente, para poder viajar todos los años a un lugar diferente, que había ido a Colombia, a Rusia, etc., y que yo no podía morirme, me dijo, sin conocer Bora Bora que era el lugar más bello del universo; así que me imaginé que estaba en una playa, y que yo no era Molly Bloom mullida y perezosa, sino Kate Winslet, y que me había recostado sobre la arena que sentía la caricia del sol en la panza y tenía el brazo izquierdo cruzado sobre la frente y jugaba a cerrar los ojos y oía el rumor indistinto de conversaciones aledañas, el grito de un pibe que vende quién sabe, churros, una pelota que rebota cerca, y había flexionado la pierna derecha y cruzado sobre ella la pierna izquierda, y los dedos de mis pies como que se movían solos, yo quiero dioses que sepan danzar, decía Nietzsche, y, por debajo y por arriba de esos ruidos, el sonido del agua del mar yendo y viniendo un oleaje calmo, incansable, rítmico, los terraplaneros no saben que ese oleaje se debe al movimiento de la tierra, si no existiera la esfera el mar sería como un lago infinito, quietísimo, o no? y el sol me gusta pero no tanto porque hay un momento en que la piel arde molesta fastidia así que ubiqué el momento de mi fiaca en la playa cerca de las cinco de la tarde, hora en que lo intratable del calor se atenúa apenas, así que después abrí los ojos y tenía todo un cielo brillante celeste sobre mí, alguna nube desvaída y perdida en la inmensidad, y un retazo de sombrilla de colores ofensivos a mi derecha, y nada más, así que volví a cerrar los ojos y me pregunté si Lisbeth Salander iría en algún momento a una playa y no me la pude imaginar, tan urbana y contemporánea con su pelo y sus aretes y sus tatuajes, Kate Winslet está más cerca, atareada en Mare of Easttown con las tragedias de sus vecines, el hijo que se suicidó, la otra que le secuestraron hace un año a la hija, la otra que tiene un hermano que le roba para drogarse, la otra que tiene un hijo asesino, un mundo tenebroso que hace que vos estés tranqui, pensando que tus problemas, nos reíamos con el Ale, son una pavada, que los dramas de Hamlet un poroto al lado de tanta desgracia de la serie, así que abrimos el Baileys y nos tomamos un poco mientras persistíamos en el televisor para ver quién había matado a la pobre Erin que aparece en el primer episodio tan linda tan joven tan estúpida andando en bici tenía como un cartel sobre el pecho que decía a mí me van a asesinar enseguida, con ese novio que al principio no valía ni diez centavos y al final es un tipo empático y generoso, un poco torpe porque los jóvenes, ya se sabe, no tienen la soltura de los adultos para mentir, y el asesino no es Dylan ni es Billy ni es John, a esta altura vos pensás que debe ser la mujer de John que es la mejor amiga de Mare y resulta que era alguien remoto, tipo las novelas de Agatha Christie que consumí a más no poder en mi adolescencia y todos eran sospechosos menos el culpable así que yo jugaba en cada novela a ver quién era y nunca la pegaba, así que volví a mi cama y me levanté a tomar café, abrigada prolijamente porque hace mucho frío: el tipo quería mantener unida a la familia.