Bruno Bosio presentó su debut como solista con “La Travesía de los Espejos”, un disco que combina el folklore oriental, el blues y el swing latino.
Para él es casi una regla: no se puede viajar sin aprender los sonidos del destino. En 2011, de visita en el sur argentino, convivió con un grupo de música afrocolombiana y se enamoró de unas gaitas que se llaman kuisis. Un tiempo después, formaría el proyecto Suma Qamaña (del aymara “vida buena/noble”). En 2018, persiguió una de sus fantasías de la infancia y activó para Oriente Medio, conoció India, Irán y en el desierto de Omán, “tuve contactos en primera persona con el Oud (laud árabe), los ‘khalijis’ (danzas y músicas del golfo pérsico) y las músicas tradicionales de la península arábiga. La conexión con el Oud fue inmediata y los deseos de aprender y experimentar crecieron día a día”, le dice Bruno a Pausa.
—¿Qué te llamó la atención y qué posibilidades te ofreció el Oud?
—Me llamó la atención (y me enamoró) su sonido profundo, vibrante, único en su especie. Tan antiguo y milenario como los pueblos que habitan el llamado "medio oriente". "Abuelo" o antecesor de tantos otros instrumentos de cuerda que vinieron después inspirándose en él.
El resultado de ello se llama La Travesía de los espejos, un álbum que inmediatamente pasaría como de un músico nativo. Ya desde la apertura (“Espejismos”) nos lleva de paseo por un mercado persa completo de peatones y bicis y motos, con puestos de ropa, comidas y especias en fila por infinitas galerías desde las que se escucha clarísimo cualquier rumor de las infinitas conversaciones entre personas que pueden hablar sin barbijos (qué extraño parece hoy...). Totalmente mimetizado con sus posibilidades, Bruno ejecuta el oud con naturalidad y con el plus de un swing bailable, ese que no se aprende, que forma parte del ADN latino: “Si bien estoy conforme con el resultado como una primera aproximación, estoy visualizando un horizonte y ya voy armando maquetas para próximas canciones donde se pueda palpar más esa fusión de estilos e instrumentos musicales que tanto me inquieta, que es básicamente, poner un ojo atrás, recolectando lo transitado, y otro adelante, explorando nuevos sonidos” dice el músico, que ahora mismo está viviendo en Madrid.
La grabación de La Travesía… no fue fácil porque empezó en el momento con más restricciones de circulación por la pandemia. Los primeros registros, en julio del año pasado, los hizo Bruno con las herramientas que tenía en su casa; en octubre, en una segunda instancia, accedió a las grabaciones gratuitas que se ofrecen en la Mediateca de la ciudad con asistencia de Federico Teiler; en último lugar, el proceso se completó en el estudio CIMA. La lista de artistas que lo acompañan en estas siete canciones está formada por Mauricio Centurión en bendir, Eduardo Mezio en derbake, Facundo Bordas en violín, y Judith Léonardon en bansuri y voz. Esta última trabajó, además, como productora: “a Judith me la presentó un amigo en común ya que ella estaba viviendo en el mismo barrio, en San José del Rincón, y había quedado varada por las restricciones de la pandemia. Pudimos conocernos y escuchar nuestras músicas y, a partir de allí, Judith se constituyó en la coproductora del trabajo aportando su rica mirada musical y acompañando el rumbo del álbum”.
En su casi media hora de duración, La Travesía… transmite una sensación de movimiento permanente, explora distintos estados de ánimo y nos conecta con sonidos que parecían estar en nosotres, esperando por volver a ser escuchados. Oriental en su clima, blusero en algunos de sus pasajes, cada nota parece decir muchas cosas durante lo que la cuerda vibra, lo triste y lo alegre, el pasado y el porvenir. Una resonancia perdura mientras cada uno de estos sonidos se luce y se aleja al mismo tiempo, como un eco o como una refracción o un reflejo, como bien se aclara en el título del disco. Sobre esto, finaliza el autor: “Los espejos es la representación simbólica y metafórica de todas esas experiencias que vivencié con personas increíbles con las que me crucé en ese andar y pude compartir momentos inolvidables. No solo en los últimos años, desde toda la vida. Todas esas personas me enseñarían muchísimo, me harían reflexionar, hacerme preguntas y ayudarme a empatizar cada día un poco más sobre problemáticas sociales y valores intrínsecos de lo que significa ser humano en este planeta y en este momento. Confío en que, la travesía continúa…”.