Matías Moscardi publicó “¡El Gran Deleuze! para pequeñas máquinas infantes”, un libro de filosofía para maravillar a lectores y lectoras de todas las edades.
En las playas de Mar del Plata, como en muchas otras playas, ruedan por la arena bolas de tanza enredada, perdidas de las cañas de los pescadores. Galleta de pescador les llaman a esas pelotas brillantes que se alimentan de papelitos, pelos o cualquier basura que arrastren en su camino, sirven para jugar a la pifia y brillan en el aire cuando el viento las hace flotar. “Es una gran imagen para un rizoma”, pensó Matías Moscardi, poeta e investigador de la costa argentina, y escribió ¡El Gran Deleuze! para pequeñas máquinas infantes.
“¡Basta de historias! ¡Hablemos de otra cosa!” anuncia en su comienzo el libro, publicado este año por Beatriz Viterbo. Lo que sigue no es un cuento sino el secreto, muy bien guardado hasta el momento, de la “poderosa magia filosófica” de El Gran Deleuze. Se trata de Gilles Deleuze y Félix Guattari, autores de Capitalismo y esquizofrenia en sus dos volúmenes, El anti-edipo y Mil mesetas. Por el poder de su verdadera amistad, se fusionan en un mago de dos cabezas, “todo un personaje francés”.
Es un libro para leer en voz alta, porque para abrirnos la puerta a su mundo de filosofía, el Gran Deleuze nos hace escuchar dos veces muchas de las cosas que decimos las máquinas infantes y las adulteces adultizadas, una división que no tiene que ver con la edad. A través de distintas lecciones, una y otra vez se presenta el momento de la observación, que puede llegar repentinamente con la lluvia –hecha de múltiples lluviosidades- y el momento de pensar, “poniendo cara de hacer caca”.
Hasta que el truco de magia hace aparecer un concepto filosófico: multiplicidades, rizomas. agenciamientos maquínicos, rostricidades y devenires. Traen consigo una reflexión sobre los vínculos, la creatividad, la libertad, el cuidado y el amor. Es un libro de filosofía y un libro infantil en el sentido de que es un libro de preguntas y respuestas filosóficas y su escena de lectura más divertida es con las infancias, antes de dormir, o en el aula, en un taller o en una tarde de vacaciones.
Lejos de la abstracción, para mostrarnos de lo que habla, el Gran Deleuze levanta del suelo una ramita caída y la da vuelta –un rizoma es lo contrario, dice- y después nos pide que agarremos lanas de colores para enredar todo lo que haya en la habitación para hacer visibles los rizomas, como si estuvieron impresos en tinta limón. También nos hace detener en la forma de la Y y de la O. La o es oposición, por eso la usan todo el tiempo las adulteces adultizadas, en su manía de ordenar y catalogar. Encima, tiene la forma de un reloj. En cambio la Y hace conexiones y es un palito que crece hacia los costados: la herramienta ideal para construir un buen relato rizomático.
Moscardi va y viene de la literatura infantil, de donde toma inspiración para su escritura y hacia donde invita a las máquinas infantes. Así como las lecciones trazan un mapa conceptual, hay un mapa de lecturas expandidas que une a Graciela Montes, María Elena Walsh -autora de “el hit inmortal para las máquinas infantes”, El Reino del Revés-, Silvia Schujer y Roald Dahl con Harry Potter, Hipo y Chimuelo de Cómo entrenar a tu dragón y Han Solo.
¿Cómo entra y sale todo esto de la galera del Gran Deleuze? Pausa habló con el autor sobre algunos de los trucos de su creación.
—¿Por qué Deleuze para las infancias?
—Me atrevería a decir que hay cierto gesto de concordancia espontánea, de coincidencia armónica, hasta de “naturalidad”, aunque la palabra suene horrible. Como decir: ¡Deleuze para niños! ¡Cómo no se me había ocurrido! Es casi una obviedad. Lo que quiero decir con esto es que ni siquiera lo inventé yo: está ahí, en lo que Deleuze y Guattari escribieron. Hay, en sus obras en colaboración, una preocupación filosófica y política constante por reafirmar la desedipización de los niños, por aprender nietzschianamente de ellos, en todo lo que en sus juegos, en su relación con el lenguaje, en sus líneas de fuga y devenires permite eludir las formas coercitivas que tiene el capitalismo de captarnos, estratificarnos, segmentarizarnos, identificarnos, estancarnos y volvernos infelices. En cambio, los niños, para Deleuze y Guattari, no saben nada de mamá y papá y mucho menos del dinero de mamá y papá. Edipo es producto de la máquina paranoica adulta, para ellos no viene con la infancia. Los niños son seres irreverentes, móviles, “en flujo” podríamos decir. Después viene el Windows XP de la adultización y todos terminamos normalizados, posteando nuestras opiniones en Facebook, comiendo hamburguesas y viendo cómo llegar a fin de mes. Pero a un niño no le interesa nada de eso, ni siquiera tiene sus emociones separadas unas de las otras: se ríe, al segundo llora, después vuelve a reír y al segundo siguiente pone una cara de seriedad que te caés de culo. ¡Son nómades emocionales! Sus afecciones se la pasan de desterritorialización en desterritorialización, para usar ese concepto-trabalenguas. Nosotros, en cambio, ¿cuántas veces demoramos más de un año en superar que se nos rompió la pantalla del celular? ¿Cuánto tiempo nos dura la angustia de duelar un sánguche? En Deleuze para las infancias no hay rareza, no hay extravagancia. O por lo menos yo no lo veo así. Hay pura coincidencia y celebración de esa coincidencia.
—Al comienzo, el libro anticipa que no va a contar una historia, sino un secreto. ¿Por qué elegiste narrar desde ahí?
—Claro, el libro parte de la idea de que estamos sobrepasados de historias, de que nuestra cultura nos vive contando algo todo el tiempo: la Era Netflix. A la vez, dice que ojalá que nunca nos cansemos de las historias. Entonces, el secreto aparece ahí como una excusa o una alternativa a la historia, al relato. En vez de contar un cuento, recibís un secreto: esto tiene algo de revelación tanto como de chusmerío, lo cual también remite a una lógica de la réplica, de la variación y del equívoco. Sabemos que los secretos, a medida que se cuentan, se deforman, como en el “Teléfono descompuesto”. Eso abre la posibilidad, justamente, de componer y descomponer los conceptos: armarlos, desarmarlos, reinventarlos. Total es un secreto, nadie se entera.
—¿Cómo pensaste el estilo de escritura?
—El estilo estuvo antes que la idea del libro. Para mí es muy importante dar con una voz antes de empezar a escribir. La voz que aparece en El Gran Deleuze salió de una, quizás como producto de lecturas asociadas a la literatura infantil pero también tomadas del cine y de los dibujitos. Yo soy fan de los dibujitos. Ahora que lo pienso creo que esa voz viene de ahí. El narrador parece un dibujito. Me acabo de dar cuenta, qué loco. Me lo preguntaron varias veces y recién ahora caigo. Quiero decir: siempre respondo que la voz está tomada de la literatura infantil. Pero a la literatura infantil fui después, a medida que escribía el libro, como acompañamiento de lectura. La voz, en cambio, ya estaba desde antes. Y sale de ahí, de los dibujitos que miraba cuando era chico. Obviamente está atravesada de mi trabajo como docente y, sobre todo, por la poesía. Pero el tono es ese: me imagino, ahora, al narrador como un dibujito animado.
—¿Dónde están, quiénes son, las máquinas infantes y las adulteces adultizadas?
—Creo que en el libro no hay imágenes antropomórficas de las máquinas infantes ni de los adultos adultizados, así como tampoco hay descripciones o rasgos físicos que permitan hacernos la idea clásica de un personaje. Cuando las proyectamos en la mente, seguramente aparecen hasta personas concretas –onda: un amigo re adultizado– pero me gusta pensarlos más bien como sistemas gravitatorios donde flotan determinadas formas de existencia, modos de sentir, pensar y decir. La otra vez, en una charla con Darío Sztajnszrajber sobre El Gran Deleuze, él notó muy bien que la adultización hace sistema con el logocentrismo y, por lo tanto, con el capitalismo. Entonces reformulo: ¿dónde está el capital? ¿Quién es el Capitalismo? Bueno, sería difícil adjudicarles una identidad a esos movimientos. Sin embargo, podemos imaginar personas completamente captadas por el capitalismo, sujetos del/al capitalismo. Con las máquinas infantes o la adultización sucede otro tanto: no sé si son “sujetos” o, mejor, afecciones, intensidades, desplazamientos, conexiones.